El panorama no se avizora mucho mejor de lo vivido
en el primer trimestre
El país
adolece de un proyecto nacional, de un rumbo. Varios intentos en el pasado generaron
documentos, planes e ideas que conforman un referente diverso y difuso en el
que no coinciden la mayoría de grupos del país. Los partidos políticos presentan
-el que lo hace- ideas deslavazadas que no atraen la atención del votante ni
sirven de referente para discusión seria. Estamos en mantillas, sin norte, y es
válida aquella respuesta del gato a Alicia: cuando no sabes a dónde vas,
cualquier camino te llevará.
Es
presumible que el TSE actúe contra los partidos que investiga por financiación irregular.
A partir de ahí, el Congreso será una amalgama de diputados “independientes”. A
la fecha, no hay indicios de alternativas en formación más allá de intenciones,
rumores y movimientos que no terminan de germinar. El liderazgo es invisible
-quizá inexistente- tanto en el ámbito rural como en el urbano; entre indígenas
y ladinos; derecha o izquierda, y el ciudadano lejos de agarrar sus propias
riendas, sigue a la espera de un “libertador” del siglo XXI mientras justifica
su inacción quejándose de años de conquista. La pasividad cunde y el
descontento es el sentimiento más visibles; la irresponsabilidad y la falta de
autoestima, también.
Ni
siquiera la justicia -en debate con el proyecto de reforma constitucional-
responde a un consenso. Hay grupos que desean que el estatus quo se mantenga.
Otros, que abogan por la reforma, lo hacen para mantener vivos temas del
conflicto, especialmente los relacionados con el genocidio. A ambos les viene del
norte la mejora del sistema y lo que promueven realmente es “su reforma” para
hacer el juego que desean. Los terceros en discordia quieren incluir -aunque de
momento desistieron- la “justicia indígena” sin haber sido capaces de explicar
qué es, cómo funciona y en qué ámbito se aplicaría, amén del divisionismo entre
los diversos grupos indígenas, quienes tampoco cuentan con un liderazgo
unificado.
Con ese
escenario avanzar es imposible. Somos buenos para tumbar presidentes, criticar
instituciones, derribar barricadas y otras cuestiones necesarias y válidas en
cierto momento, pero incapaces de construir futuro. En otros países -los pactos
de la Moncloa me vienen a la mente- fue necesario ponerse de acuerdo en temas
fundamentales: terrorismo -seguridad sería aquí- competitividad, economía, diseño
del modelo de Estado y otras cuestiones, fueron puntos de concurrencia en los
que estuvieron de acuerdo los partidos políticos del momento. Entendieron, y
ahí está la clave, que se pierde menos cediendo en beneficio del conjunto que
manteniendo la posición personal. Aquí, por el contrario, cada yunta tira a su
establo y la necedad, cuando no marcados intereses propios, priman sobre el
interés colectivo o invaden alegremente los derechos individuales. No hay concepción
clara de la ventaja de la planificación estratégica, de proyectos a medio y
largo plazo, y de que un marco con ciertas bases -que hay que diseñar y acordar-
es mucho más ventajosos para los intereses de todos. Empecinarse en lo propio
como único bastión de negociación válido, ciega e impide la búsqueda de una
solución de beneficio mutuo.
El
panorama no se avizora mucho mejor de lo vivido en el primer trimestre y la
cuenta regresiva al fracaso cada vez tiene menos dígitos. Nos seguimos quejando
de los quinientos y picos de años, mientras políticos, mafiosos, delincuentes y
sindicalistas, entre otros, continúan depredando. Lo de la “mano iracunda” se
quedó en el himno; lo de asumir la responsabilidad aún está por desarrollarse;
la oportunidad, una vez más se pierde.
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