O de cómo “La Plaza” no es el lugar
de debate público como lo fue en aquel entonces
Como
consecuencia de la situación política que se vive, se
han escuchado voces reclamando “la Plaza” para continuar lo iniciado en 2015. Segundas partes nunca fueron buenas, reza el dicho, pero además, las condiciones de antes no son las de ahora. En aquel momento hubo
una espontánea reacción de ciudadanos cansados de que les tomaran el pelo -la fórmula mágica para limpiar el lago fue la gota que derramó el vaso- y levantaron sus voces al unísono
indistintamente de la ideología, la edad, la procedencia, el estatus o cualquier otra
diferencia.
A partir
de entonces, la justicia persiguió, procesó y encarceló a casi todo el
gobierno del PP y a otros muchos. El ciudadano empezó
a ver cómo amigos, conocidos o personas públicas, eran detenidas independientemente de sus estatus, y corrió el pánico. A la fecha, hay más de cien huidos y una cifra cuatro veces superior en la cárcel. Todo eso ha provocado una
preocupante sicosis entre quienes se miran
al espero cada mañana y piensan: ¿seré yo el próximo?, ¿será alguien conocido?
También se echaron en falta -entre esas persecuciones- otras esperadas: sindicalistas,
bochincheros de ONG,s y funestos personajes políticos o que han ejercido un cuestionado, negativo o delincuencial liderazgo social.
Esos
sentimientos encontrados han
hecho que muchos ciudadanos tomen fieramente partido por continuar o frenar ese dinamismo judicial, lo
que ha generado grupos a favor y en contra, y polarizado
el ambiente. Además, las ideologías -especialmente las extremas- se han subido al tren y han convergido en la calle en lados opuestos: izquierda con derecha y el “si” con el “no”, sea tomando partido por el presidente o por el
comisionado. Un agitado panorama pierde-pierde muy diferente de aquel gana-gana
de 2015.
Unido a lo anterior, algunos de
los que guardan prisión corren
riesgo de ser condenados a grandes penas, incluso
de por vida. Baldetti o López Bonilla, además, deben responder a cargos en USA. Por su parte, los huidos si se
entregan o son capturados ingresarán en prisión y deberán enfrentar
graves delitos. Quienes ven la persecución cerca por casos como Odebrecht, financiamiento electoral ilícito, Transurbano, etc., optan por apoyar, abierta o solapadamente,
al grupo con el que se sienten protegidos. Con esos posibles escenarios -y
para esos grupos- únicamente cabe una solución que cualquier neófito estratega
propondría: destruir el sistema.
El año 2015 no se parece al 2017. Las manifestaciones
obedecen a objetivos distintos y están polarizadas. La situación que se vive muestra una catarsis interna de
quienes se ven reflejados en situaciones judiciales que personalizan, asumen, rechazan, contrastan
o internalizan. Unos piensan que hay que continuar la persecución judicial; seguro tienen razón. Otros que se ha abusado de ella; también tienen la suya. Hay que asumir internamente los
procesos que se desarrollan y
adaptar las instituciones y el entorno. Eso lleva
tiempo, incluso generaciones, y aquí se ha avanzado muy rápido.
Lo cierto es que históricamente no ha habido un ejercicio del poder ni siquiera mediocre, sino un reparto de plazas, dinero y prebendas para que “todos” estuvieran contentos y así
esperar el momento, tras
cuatro años, de cambiar de mano, pero no de ética. Eso ha sido, tristemente, la política en el país.
Lo que
viene debe ser una reflexión sobre el pasado, una
profunda crítica, un autoanálisis para ver cómo hacer las cosas en el futuro. No sirve
enquistarse en lo incorrecto ni pretender ignorar lo mal hecho. Aprovechemos con responsabilidad
la energía del bumerang que nos vuelve antes de que nos golpee la cabeza.
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