El Congreso trabaja
para evitar reformas clave y profundas de ciertas leyes
De un mes
para acá, un ambiente enrarecido y un silencio
sepulcral son los pilares que sostienen la impasible política
nacional. Desde aquella encerrona forzada de los diputados como escarmiento a la
mayor güichazada
legislativa de la historia nacional -quizá también
continental- no hay voz de congresista que se escuche
más allá de las paredes de su domicilio, si es que
ahí hablan. Tampoco el Ejecutivo ha dicho mucho -lo que dadas las circunstancias
puede ser lo mejor- salvo
fotos presidenciales inaugurando el eterno bacheo de alguna carretera o el discurso con ocasión del ascenso de dos generales. El silencio o la prudencia de “nuestros gobernantes” -producto de las continuas metidas de
pata- es lo más destacable de la política nacional.
Desde afuera, sin embargo, nos han recordado lo mal que estamos. De una parte,
congresistas norteamericanos
solicitaron que se apliquen
medidas más duras contra ciertos personajes de la
farándula delictiva nacional. Concretamente que se les retiren las visas pero también que se pueda actuar, si así lo consideran las autoridades
USA, contra su patrimonio, propiedades fuera de plaza y hasta negocios. Una
advertencia que más de uno ha escuchado mientras le retumbaban los oídos. Por su parte, Standard and Poor´s redujo -no por placer- la calificación de la deuda soberana a BB-, lo que implica que las cosas se perciben peor
que hace unos años y consecuentemente incidirá de forma negativa en la atracción de inversiones y subirá el interés de la deuda, entre otras muchas cosas. La dinámica económica y el desarrollo se reducirán
o estancarán y en el corto y mediano plazo nos ira
peor.
Hay una
parálisis nacional. Hasta
los tuiteros díscolos y “expertos”, esos que alentaban un golpe de estado blando para que siguiéramos igual que estamos
-es decir jodidos- han
desaparecido de las redes. Nadie quiere hablar porque la situación es compleja
y las soluciones difíciles, y pocos toman un postura clara, racional y contundente. Son momentos
en los que la mayoría prefiere callar para no hacerse notar, lo que no deja de ser una mediocridad incluso
bíblicamente condenada, con aquello de: “a los tibios los vomito”.
Los
antejuicios contra Orlando Blanco y Villate avanzan
lentos. El de Arzú va al ritmo de la canción de moda
-“despacito”- y no digamos los pendientes de hace
casi un año contra otros podridos honorables. Se ha dejado de hablar del presupuesto 2018, porque, como siempre ha sido, es probable
que se esté repartiendo
-¡negociando dicen!- con lo antes mencionado y la elección de la próxima junta directiva del Congreso. Es decir, un fiambre de cosas pendientes -en consonancia con las fechas y la tradición- que nos comeremos como todos los años sin rechistar ni darnos
cuenta, aprovechando el enfermizo optimismo nacional que ciega la asunción de una penosa situación de la que decimos querer escapar solamente entre dientes.
Sin
embargo, como suele ser, las apariencias engañan, y el Congreso trabaja para
evitar reformas clave y profundas de ciertas leyes. Por ahora discuten la LEPP
y ya han desechado la creación de subdistritos y el
voto nominal, con alegaciones justificativas que pretenden discutir cambios
para no modificar nada y que el poder siga en esos vehículos electorales
disfrazados de manipuladores partidos políticos.
Aquello de que la estupidez es querer
que las cosas cambien haciendo lo mismo, parece ser
la frase que resumen más
adecuadamente la triste, paralizada, sin liderazgo y
tortrix realidad nacional.
¡Hala, a
disfrutar el pan de muerto
y luego la Navidad, que en
mi bella Guatemala nunca
pasa nada, compadre!
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