Me confieso harto de marrulleros
vendedores de humo, de políticos basura y de ciudadanos pasivos
La
ausencia de debate político sobre temas trascendentes para el país, se ha convertido en la norma. Lo excepcional -también faltante- es que se aborde alguna mínima
discusión sobre problemas nacionales. Los partidos políticos -que no
lo son- siguen más
preocupados por continuar
en la sombra cómplice de la
conspiración permanente que en la palestra, y sus integrantes más acongojados porque
se hablen de ellos que por hacer su trabajo por el que mensualmente les pagamos. En fin: un silencio preocupante que nos tiene sumidos en la mayor
inacción de los últimos
años.
Aprovechando
ese mutismo, cerca
de ochenta diputados están ofuscados porque no podrán reelegirse en
la convocatoria de 2019 y calladamente intentan revertir la norma que lo imposibilita ¡Para eso si son vivos! Sin embargo, aquellos otros que están en ley
seguramente se opondrán y no por principios o respeto
a la norma, algo que les viene del norte, sino por
pura competencia política de sacarlos legalmente del tablero político nacional y reducir la oposición ¡Al pelo aquello de
“no hay mal que por bien no venga!
Esta
pasividad política desaparecerá, sin embargo, en poco tiempo. En la medida que
se vayan destapando los candidatos para el proceso electoral venidero, se escucharán
nuevamente promesas y “soluciones” para arreglar la debacle económica, social, educativa, sanitaria,
etc. que el país arrastra por décadas y que cada cuatro años pretenden corregir inescrupulosos
vendedores de humo que luego callan por otros tantos.
De esa cuenta, no escuchamos cual es la
posición de los partidos de la oposición respecto, por ejemplo, al desastre
vial, al deficiente sistema de salud
pública, a la encarecida compra de medicamentos, a
la precaria situación de la educación, o a los actos de secuestros de alcaldes o robo de armas a policías por turbas de “delincuentes sociales”, entre
docenas más. Tampoco sobre la desproporcionada solicitud de subida salarial de jueces
y magistrados o la exigencia magisterial de más dinero para el pago de maestros que no incrementan una décima la calidad educativa ni reducen los
índices de analfabetismo. Ya verán como en dos meses
todos tienen la solución que ahora callan y cómo la ofrecen como remedio eficaz para promover “el desarrollo social que el
país necesita, ¡ah!, y la
justicia social”.
Después de veinte años residiendo en Guatemala, me confieso harto e incrédulo de tantos marrulleros vendedores de humo, de políticos basura y de ciudadanos
pasivos y cómplices.
He llegado al convencimiento
de que tenemos poco arreglo porque sencillamente muchos se sienten cómodos con esta situación y sobre todo, porque falta el coraje necesario para acometer una
profunda reforma que nos obligaría a cambiar de actitud y valores. No nos engañemos más: no queremos cambiar, y no porque
no seamos conscientes de lo mal que estamos sino
porque no nos atrevemos o nos
sentimos cómodos esperando
que algún día llegará
“nuestro” turno de estar en la parte que envidiamos o deseamos. Una suerte de
ley de péndulo que hemos terminado por asimilar, consentir y promover.
Cada
quien tiene lo que se merece y nunca mejor se puede aplicar el dicho. Hay
sociedades, mucho más pequeña que la nuestra, que han resurgido y tomado
conciencia de que o empujas
o te entierras: Israel,
Croacia, Taiwán…, son ejemplos de países cuyo coraje social -si es que eso existe- los aúpa exitosamente por encima de otros.
Las sociedades son lo que ellas permiten que sea y la guatemalteca carece del ardor
necesario para actuar en la dirección correcta, suficientemente diagnosticada. Así que no nos quejemos más mientras sigamos en la sinuosa senda
del silencioso y acobardado cordero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario