Un sacerdote me contó
que algunas personas que llegaban en esa caravana eran migrantes atípicos
El
escaparate de la crisis humanitaria, evidenciado por una columna de personas que
ha recorrido Guatemala, deja entrever el estado de pobreza, violencia,
calamidad y nefasta gestión política de los países centroamericanos. Drama que expone
lo que cada día ocurre silenciosamente: un éxodo masivo a países más prósperos en
busca de una mejor forma de vivir y de oportunidades inexistentes en territorio
propio.
Las
crónicas de esa marabunta de miseria humana se han centrado en describir terribles
tragedias personales o señalar casos concretos que levantan ampollas en la
conciencia. Sin embargo, el análisis de causas y consecuencias -al margen de la
catástrofe- ha quedado desdibujado en el ambiente por la empatía con mujeres,
ancianos y niños que persiguen un sueño difuso. De otra forma: el corazón ha
desplazado a la razón a un segundo plano.
Si
usted se llamara Smith y viviera en una pequeña ciudad norteamericana cerca de
la frontera con México, se preguntaría -tiene derecho a hacerlo- si es aceptable
que miles de personas ingresen a la fuerza y se instalen en su localidad, incidiendo
en un entorno construido por sus padres y sus abuelos. Igualmente pensaría por
qué la lucha que hace en su pueblo para que todo funcionen bien no la hacen
esos “invasores” que llegan queriendo encontrarse el sistema funcionando,
cuando a usted, optimizar lo público, le ha costado dinero generaciones y quizá
vidas ¿Qué ocurre en esos países que las cosas no marchan como debieran? ¿Qué hacen
sus habitantes, además de exigir oportunidades, para que los cambios se
produzcan? ¿Por qué hay lugares en donde se vive bien y otros en qué apenas se sobrevive?
Si esa energía que muestran marchando la dedicaran a cambiar el sistema
político de su país, todo estaría mejor.
Un
sacerdote, director de un refugio en la frontera con México, me contó que
algunas personas que llegaban en esa caravana eran migrantes atípicos. No
respondían al perfil de quien se aloja diariamente en su albergue y pasa la
frontera. Llevaban -añadía- teléfonos de alta gama, iban con niños/bebés o
minusválidos y la vestimenta, especialmente los zapatos de muchos, no
respondían al reto de caminar unos 3,000 kilómetros ¿Fue la movilización
espontánea o, al menos el detonante, algo preparado, meditado y usaron seres humanos
en favor de cuestiones políticas? No es la primera vez que se engaña a personas
para promover intereses políticos. Ocurrió recientemente con una manifestación de
acarreados frente a CICIG en la que se señalaron a autoridades del Ministerio
de Ambiente y a una arrebatada extremista. En el pasado, la ONG ambientalista
Madreselva fue filmada mientras anotaba a los asistentes y alimentaba a tan
“espontánea” concentración de protesta ¡Extremos de una misma práctica!
La
empatía emocional con quienes sufren impide o dificulta el análisis completo del
problema. Todo esto no es más que el resultado de la pasividad -por años- de
sociedades conformistas -las nuestras- que han permitido que la política sea
dirigida por delincuentes, aplaudido contrataciones a dedo de amigos y
familiares, concesiones de favores, caudillismo y la falta de un sistema de
justicia eficiente pero “manejable”, entre otras muchas carencias. Si le duele
lo que vio, pregúntese qué ha hecho para que eso no ocurra, cuánto silencio cómplice
ha guardado, cómo vota y contribuye a que bribones lleguen al poder y si lucha
por una justicia que proporcione certeza jurídica a necesarias inversiones que
no llegan. Esto no es más que es un constructo al que todos hemos aportado
indiferencia, apatía, cobardía o complicidad. Por mucha pena que provoque no es
justo que culpemos a mister Smith de
nuestro fracaso.
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