Una simple ecuación de
comodidad promovida por una cultura al miedo y a la incertidumbre
El
éxito electoral de Jair Messias Bolsonaro en Brasil -militar en reserva y
político de ultraderecha además de transfuga de 7 partidos y con un hermano y tres
hijos en la política- se suma a la exitosa campaña política del costarricense
Fabricio Alvarado, periodista, cantante y predicador evangélico que estuvo cerca
de ser presidente de su país. Si analiza ambos perfiles y compara con la
situación que vivimos en Guatemala, puede elaborar escenario electorales para
2019. La religión -evangélica y particularmente pentecostalista- ha generado propuestas
radicales y optimizado el voto de sus adeptos, y de un entorno afín. Hace un
par de meses grupos protestantes promovieron intensamente leyes de corte extremista
con envoltura de protección a la familia, pero con el fin de generar un aureola
gris -el mejor color para la política- que radicaliza y engulle a un
significativo número de despistados conservadores.
La mayoría
de los votantes latinos -Brasil, Costa Rica y Guatemala no son excepción-
nacieron después de que “terminaran” los regímenes dictatoriales o
desapareciera el muro de Berlín. Por tal motivo, los extremos políticos:
dictadura y comunismo, no figuran en su experiencia de vida y es difícil
hacerles ver, a pesar de que los resultados históricos están a la vista, que
ambas opciones destruyeron muchos países, por lo que el mensaje fanático y
extremista termina siendo -como ocurrió en otras épocas- una opción para
jóvenes que no experimentaron el pasado o para viejos que todavía lo añoran
como realidad vivida o esperanza nunca hallada.
El
pragmatismo humano, además, acepta males menores mientras no se modifique “un
mínimo” estatus quo que permita “ir tirando”. Sacrificar libertad por seguridad
o dinero de impuestos por promesas políticas es visto por muchos como un mal
necesario, en lugar de preguntarse la razón y el porqué de no hacer un ejercicio
responsable de la libertad individual. Es mejor exigir educación y salud
estatal -y que otros lo hagan por mí- que asumir la responsabilidad de ahorrar
e invertir para los míos. Una simple ecuación de comodidad promovida por una
cultura al miedo y a la incertidumbre y que representa un costo superior y
negativo pero “tranquiliza” la conciencia frente al fracaso y a la
irresponsabilidad, lo que merma la libertad del individuo en beneficio de la
gestión pública ¡Nada que la psicología no haya estudiado!
Todo
lo anterior se potencia con campañas de desprestigio de medios y comunicadores que
generan confusión a través del empleo masivo en redes sociales. Para muchos, el
Finantial Time es un referente
similar al perfil anónimo y con foto sacada de Google que diariamente le cuenta
lo que ocurre en versión fake news.
El ciudadano común es desbordado constantemente por información y no está dispuesto
a seleccionar, investigar, averiguar y dar crédito a la verdad. Termina por
creerse lo que le presentan en su reducido mundo digital como si ese fuese el
universo informativo. El moderno Goebbels es utilizado por grupos de interés
político-religioso y se ha instalado en las redes sociales de muchas personas
que dan por bueno aquello que primero ven o más intensamente les presentan. Del
relativismo al simplismo no ha pasado más de una década.
Nos encaminamos a las elecciones
2019 en la que aparecerán candidatos intolerantes y muchos votantes creerán que
son la panacea, la única solución salvadora y sanadora de una “sociedad
perdida”. Un par de años después, seguiremos perdidos y sin vuelta atrás porque
simplemente dejamos nuestra libertad en manos de otros y no aprendimos de la
Historia aquello del péndulo político extremista ¡Qué malo es no aprender nada!
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