El político no gusta de ser señalado o
evidenciado cuando su gestión no es buena, no digamos cuando raya con el delito
Sandra Torres está malacostumbrada a intimidar y
atemorizar en demasía, según cuentan quienes la padecieron durante el
gobierno de la UNE, aunque muchos no se atrevieron a enfrentarla como consecuencia
de ese miedo nacional que acobarda y silencia. Recuerdo cuando me escribió a mi
correo personal -que no era público- para reprocharme una crítica que le hice
en relación a que nadie la había elegido para ostentar el poder real que
ejercía en el gobierno de Colom. Entendí el mensaje intimidatorio que me mandó,
pero creo que ella no interpretó mi respuesta: topó en hueso
No es la primera vez de un actuar opresor, Álvaro
Arzú llegó a cerrar la revista Crónica; Baldizón -¡si, el de la UNE!- creó sus
propios medios para difamar, amedrentar y descalificar al mejor estilo orwelliano,
aunque ahora debate con el FBI sobre serios asuntos judiciales; Rossana
Baldetti, actualmente procesada, encarcelada y pendiente de extradición, usó la
ley contra el femicidio para zafarse de críticas. Todos ellos tienen un funesto
eje transversal común: el autoritarismo. La libertad de expresión es un derecho
que nadie debe cercenar, particularmente a quienes describen actitudes y
comportamientos de aquellos que nos gobiernan o aspiran a ello. El político no
gusta de ser señalado o criticado cuando su gestión no es buena, no digamos
cuando raya con el delito o está inmerso en él.
Sandra Torres está irritada, caustica -abrasiva
dirían los USA- porque este es su tercer intento de llegar a la Presidencia de
la República y, además de deber muchas facturas políticas y otros tantos
favores, no las tiene todas consigo. Necesita suprimir críticas, impedir que la
CC levante su inmunidad para ser investigada por delitos que le indilga el MP y
que no se le publiquen nexos con el narcotráfico y el crimen organizado. Quiere
presentarse impoluta -de “pura lana virgen”- y pasa como aplanadora por encima
de quien haga falta y al precio que sea necesario, libertades individuales
incluidas. Las denuncias espurias y fuera de lugar por femicidio, promovidas
por la aspirante presidencial contra dos fiscales del MP y seis editores de
ElPeriodico, muestran hasta que punto la ruindad es un arma. Lo preocupante, no
obstante, no es su actitud despótica sino la de los jueces que se avienen a
ratificar sus barbaridades.
Los ciudadanos, especialmente quienes señalamos la falta
de ética y la moral relajada de ciertos personajes, no debemos callar lo que
consideramos debe conocer la población para tomar decisiones informadas. La candidata
Torres cometió, como dijeron los tribunales, fraude de ley al divorciarse de su
entonces esposo, Álvaro Colom, con un único fin: llegar al poder. Un acto -le
guste oírlo o no- absolutamente reprobable, inmoral y manipulador que denota la
personalidad de quien lo lleva a cabo, y en el ejercicio de la libertad de
expresión, podemos y debemos recordarlo continuamente para no lamentarnos
después de que llegue al poder -si lo consigue- y termine con las libertades
que ahora medio disfrutamos.
Señora Torres: usted es un peligro nacional para la
democracia y la libertad, aunque lo haya ignorado el Consejo Nacional de
Seguridad, y hay suficientes informes y testimonios de cómo actúa, con quiénes
se ha relacionado, qué tipo de amistades ha cultivado y las deudas políticas
que procura paguemos los ciudadanos. Pretende perturbarnos con sus acciones,
sin admitir quien es realmente la perturbada y si actúa así de postulante, es
fácil imaginar lo que podría hacer desde el poder. Triste que mientras en el continente
estamos saliendo de Venezuela y Nicaragua, por aquí se perfile un relevo sofisticado
de esos tiranos.
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