El listado de “hijos de papá”,
vividores de nuestros impuestos, es grande y lacera las ilusiones de quienes se
esfuerzan a diario
Llevo años impartiendo clases a universitarios. Intento
promover en ellos la libertad y la consecuente responsabilidad, y los aliento a
emprender con confianza en sí mismos, sin esperar nada de otros, con la garantía
que les procura hacer las cosas con seguridad, creatividad y conocimiento. En
resumen, no hago nada diferente de lo que la mayoría inculcamos a nuestros
hijos: que intenten ser los mejores en aquello que hagan para así poder desenvolverse
con éxito en una sociedad competitiva. Percibo que los jóvenes aceptan el reto ilusionados
y que poco a poco, firmemente, con mucha ilusión, marcado desvelo y fuerza de
voluntad consiguen cuanto se proponen. En definitiva, ese es el actuar de la generalidad
de la mocedad de este país.
Por ello, duele intensamente cuando inescrupulosos
personajes, más cercanos a la delincuencia común que al político honesto, colocan
a sus hijos en puestos que no les corresponden por falta de méritos y capacidad
¿Cómo educar en un país joven -como este- cuando eso ocurre en demasía? ¿Para
qué pregonar valores morales, méritos y principios, si son violados por mezquinos
indecentes? En un país con ministros, diputados y candidatos bachilleres -muchos
de ellos analfabetas funcionales y caraduras profesionales- con asesores y
“expertos” que a duras penas pueden incorporar una línea valiosa en su
currículo o escribir dos párrafos sin faltas de ortografía o con candidatos
políticos narcotraficantes condenados o con extradición solicitada, es muy
difícil promover la ética y los principios correctos.
La última cochinada conocida de esos mamarrachos abusivos
ha sido la designación caprichosa de la hija de un diputado -próximo al
Presidente- graduada universitaria en 2018, como secretaria II en la embajada
en Washington. Meses atrás, también se nombró al niño de la gárrula
presentadora de Vea Canal como cónsul en España, sin más experiencia que
estudios en seguridad y asesorías en el INDE y en la Municipalidad de Mixco; a
la hermana de la diputada Sandoval, cuya pericia en peluquería y destreza en manicura
la llevó al consulado de Seattle con empleada doméstica incluida y viajes
pagados con dinero público -¡ah, que es legal, me dicen!; o las hijas del constructor
Estrada Zaparolli -cercano también al Presidente-, directora del Instituto de
Fomento de Hipotecas Aseguradas, la una y cónsul en Austria, la otra. Sin
embargo, el listado de “hijos de papá” vividores de nuestros impuestos y que no
han demostrado ni puesto a prueba su capacidad en algún concurso público, es mucho
más grande y lacera las ilusiones de quienes se esfuerzan a diario por ser
mejores ¡Si esto no es un Estado patrimonialista, ya me dirán que falta!
Ese
actuar no sólo es vomitivo e inmoral, se financia, además, con el dinero que
pagamos en impuestos y que debería de servir para retorno de servicios, salir
de la pobreza, mejorar la educación o la salud, construir carreteras o
cualquier otro fin noble diferente a mantener a retoños y familiares de quienes
llegan al poder y hacen valer el lema de “su familia progresa”.
Retomo a diario mis clases y permanentemente la
educación de mis hijos y me ruborizo al tener que explicarles, una vez tras
otra, que son casos aislados y que deben perseverar en valores y principios, pero
no puedo arar en el desierto. O cortamos de raíz esas sinvergüencerías y no
callamos frente a la depredación del Estado o por cobardes y serviles, contribuimos
a destruir el futuro de valiosas generaciones.
¡Ayúdeme a denunciarlo!, no pido más, el beneficio
redundará en sus hijos y en el resto de jóvenes decentes.
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