La frivolidad para vender publicidad se ha convertido en algo permitido, poco criticado y foco de atención y trabajo
Llevo tiempo siguiendo en redes el particular e interesado uso de ciertos perfiles por parte de personas que se ofrecen como influyentes. La interacción más intensa se produce entre mujeres atractivas y anónimos perfiles masculinos que utilizan la compasión, la adulación o el cortejo directo. Ellas, las influencers, sabedoras de que fotografías en ropa ligera y con foco de atención en los senos atrae a innumerables desesperados, las utilizan sin pudor para el fin perseguido: conseguir muchos likes. Son las estadísticas que presentarán posteriormente a quien pague por el espacio para promocionar productos de ropa interior, deportiva, cremas y otros que pueden mostrarse en esas particulares condiciones de visualización corporal porque si se muestran más recatadas y con menos descoco, apenas reciben algún comentario o se marca significativamente la diferencia respecto de aquellas otras en los que el bikini, la transparencia o la ropa corta son el centro de la imagen. Además, para mantener la atención constante de sus seguidores, los despiertan o mandan a dormir, con lemas como: “buenos días -o buenas noches- mis amores” o “un beso amigo”, más la correspondiente sonrisa y expresivo emoticono.
La frivolidad para vender publicidad se ha convertido en algo permitido, poco criticado y foco de atención y trabajo para un elevado número de mujeres, y muy escasos hombres. Cuando son ellos quienes ponen su fornido torso o el six-pack muscular -en ocasiones más doble litro- suelen recibir críticas relacionadas con sus preferencias sexuales y no cuentan normalmente con los adeptos suficientes para ser contratados como difusores de bienes y servicios que se acoplen a ese tipo de propaganda.
Entiendo que cada quién tiene la libertad de hacer las cosas como considere, y ciertas empresas anunciarse así, justamente en el ejercicio libre de sus derechos. Sin embargo, me parece que hay un juego permitido que se lleva a cabo en un fino espacio entre lo deontológico, lo ético y lo erótico y merece ser presentado, analizado y debatido por cuanto no deja de promover actitudes que son criticadas en otras ocasiones y espacios, pero permitidas, sin embargo, en redes sociales.
De entrada creo que provoca y fomenta ese machismo condenado en otros comportamientos y actitudes. Quien ligera de ropa se presenta con un “disfruta la vida” está queriendo generar deliberadamente respuestas, actitudes, comentarios e interacciones justamente en ese indefinido espacio que, cuando se sobrepasa, molesta y se rechaza. No es de recibo provocar dinámicas perversas pero exigir que no pasen el límite que, por cierto, no está fijado; como tampoco es de recibo que la excitación justifique la agresión o el abuso. Nos desplazamos a ambos lados de una la línea fina sin saber muy bien en qué lugar estamos en cada instante.
En el fondo, lo que persiguen quienes así actúan es contar con muchos seguidores y vender su perfil para promover e “influenciar” a determinados sectores. Los seguidores, por su parte, se suscriben y cuentan con imágenes gratuitas y gratificantes de su particular erotismo y con un espacio para explayarse con comentarios de todo tipo. Lo que nunca me quedó claro es que ganan quienes ahí se anuncian y cómo pueden convencerse de que un grupo de coquetas, seguidas por otro más numeroso de desesperados, promueven eficazmente lo que anuncian, cuando la interacción realmente se produce por otras cuestiones. Supongo que deberé seguir con la observación para ver si consigo entenderlo en algún momento.
Por cierto feliz 2020, a solamente catorce días -¡apenas dos semanas!- para que finalice el peor gobierno de la era democrática de este país.