lunes, 16 de diciembre de 2019

Parasitosis del movimiento feminista

Las antiheteropatriarcales se han impuesto a los grupos feministas a través de la violencia y el odio feroz al macho heterosexual

Siempre entendí el movimiento feminista como un necesario reclamo de derechos de la mujer olvidados por siglos e ignorados por una significativa mayoría de hombres, y también de otras mujeres. Una exigencia que había que evidenciar porque desde la ley Sálica -que impedía al acceso al trono de mujeres- hasta la sujeción marital, estaban absolutamente desenfocadas y fuera de contexto y de razón. Y fue así como el reclamo de igualdad de derechos y oportunidades fue liderando las reivindicaciones sociales en el transcurso del siglo XX y en el actual. Una de las muchas “deudas históricas” de la civilización. Pero los tiempos están raros, complicados, perdimos la razón y la estupidez se ha empoderado de tal manera que cada vez es más difícil establecer una línea clara que separe cordura de locura.
Todo movimiento -el feminista no es excepción- corre el riesgo de ser parasitado en beneficio de otras causas. En este caso, la corriente de las antiheteropatriarcales (AHP) ha terminado por ser más visible que aquel. Una suerte de gritonas violentas que se han ido manifestando por diferentes lugares y generado una imagen frívola pero también amenazante. La inexistente palabra “heteropatriarcal” aclara de qué se trata. Se puede luchar contra los patriarcas, entendidos como aquellos que dirigen e imponen normas sociales o de comportamiento, aunque en ese caso se ignoren las sociedades matriarcales -escasas, eso sí- que suelen desempeñar el mismo papel, pero rechazar lo “hetero” es una categórica soplapollez. 
Existe una corriente político-ideológica que es el motor de quienes integran o apoyan a los grupos AHP. Posiblemente gusten de un mundo unisexual, homosexual o asexuado, con comportamientos similares a los que Orwell esbozó en 1984, y que se persiga y castigue las relaciones afectivas que crean vínculos “peligrosos” y dan continuidad a un mundo en el que se sienten excluidas o incómodas. Lo peor de todo, a mi parecer, es que las AHP se han impuesto a los grupos feministas a través de la violencia y el odio feroz al macho heterosexual -cualquiera que sea este o el lugar en que habite- y son más visibles, insidiosas e influyentes. Han conformado una clan de “femimachis” y modulado un lenguaje y comportamiento similares a los que critican y desdeñan. Además, han generado una sensación social de que hay que perseguir a cualquier hombre que contacte a una mujer y más allá del natural rechazo y condena a la violación o al abuso -algo que queda fuera de todo comentario- persiguen cualquier conducta afectiva que se pueda dar entre dos personas, siempre que sean mujer y hombre heterosexuales, porque de otras conductas desconozco críticas y condenas a pesar de que existe el acoso y el abuso en esas relaciones.
El problema para las AHP son las amistades heterosexuales y afectivas que promueven un modelo heterosexual, es decir aquel que aglutina a la inmensa mayoría de seres humanos y, bajo finas capas de camuflaje, parasitan otros movimientos que les permiten promover vectores de interés que se incorporan a diversos marcos legales. Entiendo, en un modelo democrático y de libertad, la conformación de dichos grupos pero rechazo que no se presenten como lo que son realmente y tengan que esconder o enmascarar sus acciones.
Puede o no estar de acuerdo con lo dicho o dedicarse a insultar a quien así lo presenta, otra de las técnicas de las AHP: la descalificación sistemática y el señalamiento de machistas a quienes hacen -hacemos- críticas a sus reclamos, pero en bien del debate, de la claridad y de la razón perdida: ¡esto se tenía que decir y se dijo! 

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