El amor llega sin que se le espere, pero también se marcha sin esperarlo. No hay fórmulas para retenerlo, aunque nos empeñemos
Celebramos recientemente el día del cariño, del amor o de la amistad, según versión de cada quien. El amor es un vector transversal y permanente en la vida; no hay vida sin amor, es imposible que exista. Cambia con el tiempo y se torna de pasional a reflexivo, a espiritual, incluso platónico. Hay quienes dedican su amor a una deidad, a su pareja, a la familia, al prójimo o al trabajo. Es infinito y puede ofrecer idénticas dosis a muchos; se puede amar por igual a hijos, padres, familiares o amigos.
El amor establece prioridades difíciles de cambiar y comprender, salvo por amor. Para una madre, sus hijos ocupan un indiscutible primer puesto, para un padre suele ser su pareja, sin que los hijos queden relegados. Los abuelos son capaces -también por amor- de superar el que tienen a sus propios hijos, incluso para discutir con ellos, y ofrecerles una porción mayor -o distinta- a los nietos, en una peliaguda búsqueda de equilibrio que los tacha de malcriadores y alcahuetes, aunque todo lo hagan con amor.
El amor te hace abandonar todo, literalmente. Puede nublar los ojos y la mente e impulsarte a emprender inciertos y complejos caminos. No tiene precio ni es posible comprarlo, más allá de la simulación del amor, especie de sucedáneo con el que algunos construyen equivocada y artificialmente su vida. Tampoco tiene gusto definido, edad, género o sexo. Cuando se ama libremente no hay muro capaz de detener; una fuerza arrolladora que no atiende a razones ni a realidades, a prejuicios o costumbres, a ruegos o hábitos ¡Cuántas cosas hemos hecho por amor, y cuántas más nos quedan por hacer!
El amor al prójimo promueve una sociedad respetuosa y complaciente; el amor a los hijos un trato deferente y cariñoso; el amor a la pareja respeto, consideración y diálogo; el amor a los amigos, camaradería, apoyo y lealtad; el amor al trabajo perfección y servicio. Es, sin embargo, voluble, caprichoso y no está sujeto a control, razón o medida, y también el amor puede destruir, cuando se pervierte. Los celos o el desamor derivan en rechazo y conducen al odio, a la frustración o a la violencia. El despecho suele ser el peor motivo y razón frecuente de la conducta colérica.
El amor llega sin que se le espere, pero también se marcha sin esperarlo. No hay fórmulas para retenerlo, aunque nos empeñemos en amarrarlo. Aumenta con el tiempo, y se torna más amigable y desinteresado. Una sonrisa o una mirada llenas de amor en un momento de la vida carecen de significado en otras ocasiones. Una palabra o un gesto amoroso, puede representar todo lo que algunos son capaces de ofrecer, porque el perdón está ausente en su vocabulario. No hay baremo para medir o valorar el amor. Es callado en ocasiones o muy visible en otras; se vive con felicidad plena o con frustración permanente; hay necesidad de manifestarlo o se resguarda silenciosamente en el alma o aprisiona en el corazón ¡El amor rompe todas las reglas!
Pocas cosas hay en la vida tan simples y complejas a la vez, en cualquier edad, momento o situación. Alguien dijo aquello de que “el corazón tiene razones que la razón desconoce”, así que mejor no cuestionarlo más. Celebremos al amor mientras lo tengamos, el día que desaparece todo se torna vacío y sin sentido, profundamente oscuro y desesperanzador; quedamos huérfanos de pasión y de ilusión.
Sin duda, el amor es el motor de la vida y hay que festejarlo permanentemente mientras se pueda.
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