Hay demasiados meapilas urbanos que pretenden establecer una teocracia radical biblia en mano
Mientras medio mundo enfrenta la vida desde un “nuevo normal”, algunas instituciones públicas y ciertos personajes nacionales, continúan con la tradicional anormalidad. Además del artificioso conflicto entre CSJ-Congreso-CC, abrieron otro frente que involucra al PDH y a la comunidad LGTB, en un afán por desviar la atención de lo importante, de lo urgente y de cualquier tema serio que merezca debatirse. No escuchará hablar sobre qué ocurrirá con el paralizado curso escolar, qué piensa al respecto el sindicato magisterial o la inversión que se hará -con urgencia- para que miles de niños no padezcan el aislamiento al desconectarse de sus clases. Sin embargo, quien desde el Congreso debiera liderar esos temas y preocuparse por las generaciones futuras, se distrae acusando de aberrantes a los homosexuales y citando al PDH para que explique la razón de haber utilizado una bandera multicolor en Twitter.
Grupos religiosos radicales -exentos de impuestos- en convergencia con políticos -igualmente extremistas- procuran anclarnos en un obtuso debate de género que nadie ha promovido, mientras se alejan de la discusión sustantiva sobre qué haremos después de la pandemia, cuán endeudados quedaremos, qué planes hay para atraer inversiones, si se recuperarán los días perdidos de clases o corregir las múltiples fallas detectadas en el sistema de salud, por citar algunos ejemplos. La anormalidad quiere quedarse y no dar paso a la nueva normalidad, y algunos diputados ponen todo su esfuerzo y dedicación en ello.
Hay demasiados meapilas urbanos que pretenden establecer una teocracia radical biblia en mano. Son aquellos que adoran la Ley del Talión, la sumisión de la mujer al hombre de Corintios 14 o Romanos 7, la condena a la homosexualidad de Levítico 20, aplauden que ardan los brujos y hechiceros de lo que se habla en Éxodo 22 pero soslayan también, al mismo tiempo, Levítico 20 -me remito a oferta de moteles- o cierta vida licenciosa en la que priva el alcohol, y que Isaías (28) criticó. Parece que no llegaron a las lecturas sobre la comprensión, el perdón y otras virtudes piadosa del Nuevo Testamento ni al segundo mandamiento: amarás al prójimo como a ti mismo, y no digamos al quinto: no matarás ¡Cuánta razón tenía Mateo al recoger aquellas palabras sobre los sepulcros blanqueados!
Somos una sociedad repleta de chupacirios, y profundamente hipócrita y preocupada por las apariencias. Nos quedó grabado eso de “no dejes que tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha” y, mientras guardemos las formas y no se note, vale hacer lo que se quiera. Lo importante no es ser, sino parecer, o promover una imagen que proyecte esa mojigatería. Celebramos festejos religiosos con grandes banquetes en un país plagado de desnutrición, santificamos los inocentes 15 años, pero somos indiferentes a miles de embarazos de menores, graduamos a los chicos y ese mismo día permitimos que se caigan borrachos al piso del hotel, en la entrada del baño, y mantenemos la “ley seca” pero buscamos como evadirla permanentemente, así quedamos bien “con Dios y con el diablo” ¿Habrá comportamiento mas falso?
En la política -reflejo de lo social- ocurre lo mismo. Todos quieren quedar bien con todos y evitan señalarse para no romper ese artificioso equilibrio. Unos diputados hacen el mamarracho mientras el resto calla, en la inteligencia de que a la semana siguiente ocurrirá lo mismo, pero a la inversa. Los ciudadanos, conformados y conformistas -melodramáticos casi todos-, seguimos con nuestra penumbrosa vida y mejor que nadie sepa de nosotros más de lo necesario.
Eso si: reza a las 8 por Guatemala y honra a Jehová con tus bienes. Amén, amén, amén.
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