lunes, 15 de febrero de 2021

Orwell 2021: entre chairos y corruptos

Es frecuente que nos preguntemos por qué estamos como estamos, sin advertir que la respuesta es porque somos como somos

Cuando una sociedad no es capaz de promover y sostener un debate mínimamente coherente y racional, y se despacha con descalificaciones, insultos o crea imaginarios ideológicos para incluir a personas según su parecer, está muy lejos de alcanzar un mínimo y suficiente nivel de madurez emocional. Expresiones como “pacto de corruptos” o “chairos” son profusamente usadas en redes o manifestaciones públicas para incluir a personas de las que no se habla con criterios objetivos. Ese tipo de acusaciones se ven en redes y si las responde, puede ser incluido inmediatamente en cualquiera de esos paquetes orwellianos que han venido a sustituir aquellos “dos minutos del oído” que alimentaban el espíritu de los súbditos del sistema. Todos los totalitarismos empiezan por la descalificación radical del adversario, porque el ruido social impide atender razones de fondo.

Esos bolsones prejuiciosos ni siquiera están definidos, pero se utilizan peyorativamente por algunos para descalificar. El debate nacional se mantiene tristemente en ese nivel de “calidad”, incluso aquellos de los que se esperaría una reflexión más madura, se quedan en ese ámbito de la entelequia y lo abstracto porque como decía un jefe que tuve: es más fácil y menos comprometido generalizar y descalificar a todos que confrontar a quien realmente falla. 

Todo eso, además de mostrar un significativo analfabetismo funcional y una incapacidad de abordar con racionalidad temas que afectan la vida pública y el futuro nacional, lleva a elegir a personas en función de cómo nos caen o son percibidas por otros, porque la mayoría no los conoce y se deja llevar por el criterio de aquellos que hacen más ruido. De esa cuenta, la cualificación profesional, la experiencia en el cargo, el currículo del candidato o las explicaciones que pueda dar, valen madre frente a valoraciones personalistas, subjetivas y banalizadas de quienes no tienen más que hacer que comentar en redes sociales o cuentan con dinero para pagar a otros que lo hagan por ellos. 

Ese es el nivel actual del “debate” público sobre quienes integrarán la próxima Corte de Constitucionalidad. Se habla mucho más de quien cae bien o mal que del expediente que presenta o de la capacidad que tendría -al menos teóricamente- para resolver asuntos relacionados con su cargo de magistrado, lo que terminará por afectarnos a todos. Se aprecia más a quienes están cerca de preferencias personales -normalmente basadas en percepciones- y de ahí se generan los comentarios positivos o negativos, loables o condenables. 

Es frecuente que nos preguntemos por qué estamos como estamos, sin advertir que la respuesta es porque somos como somos: despreocupados, influenciables, poco preparados para debatir racionalmente o analizar críticamente, y viscerales, sumamente viscerales. 

La razón parece que huyó hace tiempo del país y no desea regresar. Migró a otros lugares donde apreciamos discusiones profundas y aprendizaje de los errores, además de que son capaces de cambiar aquello que no les funciona, y nos fascina que otros vengan a explicarnos lo que sabemos pero no queremos asumir la responsabilidad de dialogarlo, presentarlo y finalmente adoptarlo.

Hemos creado y promovemos una guerra fría entre chairos y corruptos, al mejor estilo de aquella otra que también fue producto de la ideología. No queremos superar ciertos obstáculos porque falta capacidad para alcanzar acuerdos mínimos -finalmente es lo que se llama democracia- y seguimos enfrascados en una confrontación permanente y hepática. Parece que la “sangre llama” y me da la impresión de que si pudiéramos matarnos “un poquito más” prolongaríamos el conflicto hasta que nos duela el alma, por ahora ausente, perdida, etérea e insensible ¡Vaya desastre que somos tras 200 años de independencia!

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