Frente al constatado desastre, continúan surgiendo populistas que prometen “regalar” cualquier cosa
Desde la creación del Estado de bienestar, bajo el lema: “dedícate a trabajar que el Estado se encargará de tus necesidades”, la igualdad -de oportunidades, derechos y deberes- ha sido una constante inquietud de la democracia liberal. La preocupación siempre ha estado ahí, por eso la previsión social, las escuelas públicas y las universidades estatales -entre otras- tienen como fin universalizar el acceso a salud y a la educación para aquellas personas que carecen de medios económicos.
Sin embargo, el Estado de bienestar no ha sabido ponerle límite ni fecha de caducidad a las subvenciones y progresivamente se ha tornado tan caro que no hay sistema impositivo que lo sostenga. Me explico: ¿a cuántas generaciones hay que becar en una universidad estatal para que los egresados sean capaces de sostenerse por si mismos y no sigan absorbiendo recursos del Estado? En muchas partes del mundo hay abuelos, padres, hijos y nietos que han utilizado el sistema público de educación, sin que ninguna generación haya sido capaz de superar aquel estado de pobreza inicial que los introdujo al mismo, y hacerse responsable de las siguientes absorbiendo el costo y no difiriéndolo al gasto público. De ahí el descontento generalizado reflejado en el informe Latinobarometro 2021, donde se aprecia un preocupante descenso en relación con el apoyo y preferencia por la democracia en la mayoría de los países latinoamericanos. Las ayudas, sobre todo para educación y salud, son una exigencia social permanente para subvencionr a ciertas clases medias y altas que podrían pagar el servicio -y que tuvieron varias generaciones para poder hacerlo- pero que prefieren “la gratuidad”. De esa cuenta se llega al absurdo de que no se trata de apoyar a un grupo vulnerable -esencia de la subsidiaridad- sino de que el Estado pague a todos sus ciudadanos estudios desde kínder a doctorado, además de cubrir permanentemente la salud, lo que económicamente es inviable.
La mayoría de los partidos políticos, sin explicar -o entender- qué es democracia y para qué sirve o puede ofrecer, promueven “gratuidad” sin limites, lo que termina por presionar impositiva e insosteniblemente a las clases medias o cargar la mano contra esos grupos que “más ganan” bajo la permanente sospecha de que “roban al pueblo”. Siendo la democracia más emocional que racional, se puede comprender como diferentes personas/grupos exigen irracionalmente subvenciones, ayudas al desempleo o salud y educación “gratis”. Nadie cuestiona como pagarlo, lo que incentiva a los depredadores de fondos estatales.
Políticos y progres abordan la necesidad de la “gratuidad “de los servicios públicos. El discurso, sin ser exclusivo, está en el genética de partidos de izquierda que mientras cuentan con recursos: petróleo en Venezuela o ayuda rusa en Cuba, dilapidan miles de millones que los sostienen temporalmente, hasta que se acaban los fondos. Frente al constatado desastre, continúan surgiendo populistas que prometen “regalar” cualquier cosa -Bukele-, mientras la muchedumbre entusiasmada corea aquello de “ese es mi líder”. Años después, los problemas resurgen agravados porque no se entiende que: "Cuanto más rica es una comunidad menos servicios benéficos necesita, pero más puede proporcionar; cuanto más pobre, más ayuda necesitan sus habitantes, pero menos puede darles" (Henry Hazlitt).
Falta, además de razón, entender que todo cuesta dinero. Así que cuando tenga la oportunidad de estudiar, porque el “Estado se la ofrece”, intente pagar la educación de sus hijos y dejar esos fondos para quienes realmente los necesitan. De esa forma no haría falta incrementar constantemente los impuestos y cada uno asumiría su responsabilidad, aunque me da que es mucho pedir en una sociedad habituada a recibir.
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