lunes, 11 de octubre de 2021

La semilla que quiso crecer en secreto

Entiendo que Semilla no ha podido pactar con una UNE voraz que cree poder seguir manejando los hilos de los que ha sido desconectada

Cuando en las pasadas elecciones se presentó el partido Semilla, se sintió un aire fresco de gente mayormente joven en la política. Esté o no de acuerdo con sus planteamientos, la juventud siempre puede aportar innovación, fuerza, credibilidad y nuevas ideas. En lo personal, desde la perspectiva ideológica y asumiendo el error, los situé en un centroizquierda -por “donde” la UNE- y en un espacio, no siempre idéntico al que pudo tener Encuentro por Guatemala: socioliberalismo o socialdemocracia “suave”.

Con el tiempo, como en todo partido, parece dibujarse otro rumbo, producto del natural choque entre las distintas personas y corrientes, o del oportunismo. Como consecuencia de lo anterior, pero también del momento político y de la pandemia, tres propuestas de Semilla me llamaron la atención y definido esa dirección que ahora percibo. Una, aquella alternativa de presupuesto -el único partido que la hizo, hay que decirlo- que no supieron explicar más allá de rasgos generales, y que nunca aclaró si generarían más deuda que era uno de los aspectos que criticaban del presupuesto no aprobado para este año. Otra, más preocupante, fue el intento de cargar costos a ciertas empresas -telefónicas y eléctricas principalmente- derivados del supuesto impago que iba a provocar la crisis por COVID. En ella, se apreciaba una perverso intervencionismo estatal en perjuicio de unos -y natural beneficio del “pueblo”- sustentado en un populismo financiero que no ofrecía soluciones racionales al problema, más allá de que las empresas asumieran los costos y redujeran sus beneficios, añejo y trasnochado discurso de una izquierda tradicional. El último -por discutirse esta semana- se refiere a un proyecto de legislación que crea una empresa estatal de venta de medicamentos. Al inicio de la lectura puede parecer un buen esfuerzo por modificar la ya existente red de más de 250 farmacias públicas. Sin embargo, de la lectura de ciertos artículos se abre una amplia puerta a la estatización de la venta de medicinas y a la inyección indefinida y discrecional de dinero público a esa nueva empresa que, por cierto, no entrega beneficios al Estado ¡Vamos, aquello de “socializar las perdidas y privatizar los beneficios” de lo que tantos se quejan!

Los precios de las medicinas son abusivos y el sistema de compras -uno de cuyo artículos modifica la norma- es un desastre y suele estar amañado. Eso, que es una realidad innegable, no puede servir de excusa para promover una estatización encubierta so pretexto de que hay que abaratar medicamentos y romper las mafias farmacéuticas. Lo eficaz sería cambiar el sistema de compras y contrataciones y atacar las causas, suficientemente definidas. Es decir: promover el libre mercado en vez de estatizarlo.

Entiendo que Semilla no ha podido pactar con una UNE voraz que cree poder seguir manejando los hilos de los que ha sido desconectada y, por convicción o necesidad, se ha acercado a esa izquierda más radical y a partidos tradicionales allí situados. En política se requieren votos y apoyos porque de lo contrario no se puede hacer mucho. Eso es comprensible, aunque no es necesario modificar el posicionamiento ideológico y presentar el partido con cierto grado de radicalismo, muy alejado del centroizquierda moderado en que pudo percibirse inicialmente. Pero, sobre todo, no es de recibo plantear proyectos estatistas e interventores salvo que deseen definirse como tales, lo que aconseja hacerlo de frente y sin medias tintas.

En política hay costos que asumir y el tema ideológico, visible a través de las propuestas, es importante dejarlo claro y no jugar al gato y el ratón, porque entonces la semilla puede crecer desviada o no germinar.

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