Recordemos que la vicepresidenta visitó el país y generó una serie de expectativas que, a la fecha, han quedado relegadas
Al inicio de la administración Biden se observó la existencia de dos corrientes políticas dentro del partido demócrata, la más a la izquierda era, sin duda, la de su vicepresidenta Harris. Es posible que siguiendo aquel supuesto de que “Biden es demócrata para los republicanos, pero demasiado republicano para los demócratas”, el presidente fuese asesorado sobre como aparcar a quien le hizo sombra por unos meses, especialmente antes e inmediatamente después de la toma de posesión. La mayoría de los medios presentaban a una exitosa mujer, exfiscal y lideresa de una nueva y extrema corriente de pensamiento liberal -izquierda- dentro de la política norteamericana, aupada por un socialista como Sanders. Sin embargo, el protagonismo no duró mucho. Encargada, primero, del tema de migración -algo difícil/imposible de solucionar- y, después, de la retirada de las tropas norteamericanas de Afganistán -un patente fracaso-, la vicepresidenta Harris parece haber desaparecido del mapa, o quizá está en proceso de reinvención, como todo político. Dos medios escritos españoles evidenciaron ese hecho con titulares como: “Kamala Harris tiene un problema de popularidad” (ElPais) y “¿Dónde está y qué hace Kamala Harris mientras Biden casi no da abasto?” (La Vanguardia). Harris, además, aparece con la más baja popularidad de un vicepresidente en el último medio siglo, rondando una media ligeramente superior del 50% (YouGovAmerica), aunque mayor en menores de 30 y mayores de 45 años.
En el ámbito interno norteamericano esos datos se interpretarán, seguramente, como una preocupación en tres direcciones: la consolidación, dentro del partido demócrata, de una rama más conservadora del poder, liderada por Biden, el alejamiento de un progresismo feminista, representado en Harris y, posiblemente, un urgente llamado de atención -aunque todavía queda mucho- sobre la necesidad de recobrar popularidad para poder resistir un embate republicano en las próximas elecciones, especialmente si es nuevamente contra Trump. Lo que está más cercano, e intranquiliza y puede generar más impacto, es la perdida del control del Senado -posible- o de la Cámara de Representantes -menos probable- en las elecciones legislativas del próximo año.
En el ámbito exterior -el que incide en la vida doméstica guatemalteca- presumiblemente también repercutirá. Recordemos que la vicepresidenta visitó el país y generó una serie de expectativas que, a la fecha, han quedado relegadas, especialmente las referidas a cierta ayuda al desarrollo y otras que fueron aireadas por quienes le precedieron en la visita o la rodean, relacionadas con aquella CICIG regional o temas de justicia y seguridad. Y es que en política todo cambia en función de las prioridades electorales, lo que no siempre va acorde con las necesidades o preocupaciones externas que no aportan votos ni candidatos. Dicho de otra forma: podemos ser importantes o de interés mientras seamos útiles en su política interna. De momento, el terrorismo islámico radical -yihadista- ha vuelto a preocupar a los amigos de norte -tal y como ha declarado Biden- mucho más que otras cuestiones que son de exclusivo interés local o regional centroamericano.
Habrá que ir viendo si ese cambio de mirada en otra dirección genera un olvido progresivo, lo que no es nada nuevo si se analiza la historia de las relaciones con los USA y se intenta comprender -lo que cuesta a algunos- como la política exterior no es más que el reflejo de las inquietudes internas y del consecuente rédito electoral. Me da que hay un inusual ruido forzado por quienes ven poco espacio de maniobra en el medio plazo y temen perder su influencia en esa enmarañada tela de araña que es la política USA y sus agencias, lobbies y personajes.
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