lunes, 4 de abril de 2022

Auge del monólogo noticioso

Lo que se muestra es una forma de autoritarismo de quienes se creen adalides de la libertad de expresión, de la verdad

La polarización suele conducir a la confrontación, producto, en parte, de la simplificación de las cosas y de las opciones dicotómicas que plantea. Sin querer -queriendo- el país se ha ido escorando hacia posturas antagónicas: derecha-izquierda, Cicig-Anticicig, chairos-corruptos…, buenos y malos, en definitiva. Salir de ahí es entrar a un laberinto en el que cualquier botarate, con esa particular displicencia que caracteriza al tocho, te endosa no importa qué calificativo e introduce en uno de esos absurdos recipientes mentales creados para tal propósito.

Opinar o llevar la contraria en redes se ha convertido en acto riesgoso en que, amarrado de pies y manos, te expones a ser arrojado a las fieras hasta que devoren tu comentario. Los más infantiles -o de neuronas más frágiles- que siempre los hay, utilizan la cultura de la cancelación, edición moderna de la postura del avestruz, como si esconderte impidiera que otros leyeran, las cosas dejaran de ser cómo son o parecieran diferentes. En resumen, y para no cansar: nos hemos atontado superlativamente ante la “agenda setting” impuesta por ciertos grupos.

Lo que se muestra -y de ahí el peligro- es una forma de autoritarismo de quienes se creen adalides de la libertad de expresión, de la verdad ¡Curiosa la babosada! Imponen, consciente y organizadamente, una suerte de pensamiento único coreado, y rápidamente defendido a toda costa, contra quienes osen contradecirlo. Un discurso encadenado que, independientemente del tema que aborden, pretende llevar al lector, mediante un relato conducido por caminos sinuosos, hacia alguno de los extremos antes indicados; y que se lo trague todo. Allí, como receptor pasivo, lo dejan aparcado sin mucho margen de movimiento, salvo que corra el riesgo de exponerse a recibir innumerables críticas, insultos y despectivos comentarios ¿Nos encontramos frente a una nueva -y distorsionada- generación de comunicados -y comunicadores- radicalizados? Quizá por ahí pueden ir las cosas, algo que hace décadas advirtió la periodista Noelle-Neumann en relación con aquellos que “pretendían salirse del guacal”, aunque por ser alemana y mucho más refinada y precisa, lo describió más elegantemente: las personas temen permanecer aisladas del entorno social y, por este motivo, prestan una atención continua a las opiniones y comportamiento, supuestos por la mayoría, que se producen a su alrededor. Dado que las personas gustan también de ser populares y aceptadas, se expresan de acuerdo con las opiniones y comportamientos mayoritarios”.

El lenguaje escrito, de quienes organizadamente presionan, es cada vez menos democrático, más agresivo, autoritario, unidireccional e impositivo. Fuerzan a que algo sea trending topic y lo parasitan, como trampolín necesario con el que catapultar una opinión publicada dominante y desplazar, en ese mundo mediático-virtual, a quienes se atrevan a opinar diferente. Se crean los grupos “mutua satisfacción asegurada” en los que hay alabanzas omnidireccionales pero cerradas o utilizan tradicionales y aburridos netcenters. La verdad es sinónimo de lo que esa minoría ruidosa, camuflada de mayoría impone, y la responsabilidad huye del lugar acosada por la presión o el miedo.

En pocos años, los conocedores de la historia de la información desarrollarán sesudos estudios sobre esta particular evolución de la libertad de expresión, seguramente contrapuesta a la que sorprendiera a Tocqueville durante su prolongado viaje por los Estados Unidos, hace casi un par de siglos. Los que vivimos en estos momentos de verdades impuestas y censuras acordadas debemos, más que nunca, leer entre líneas, pero sobre todo ser responsables de opinar sobre lo que consideremos necesario. Y es que pareciera que en esa esfera amplia del “cuarto poder real o virtual” ciertos personajes galopan desbocados al mejor estilo de aquella última carga de la caballería polaca.

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