Es interesante extrapolar esa lógica clausewitziana a las recientes declaraciones del presidente salvadoreño respecto de los mareros en prisión. Bukele vino a decir que si los mareros en las calles delinquían, dejaría de servirles los dos tiempos de comida que ahora tienen sus colegas encarcelados, además de legislar para limitar la libre expresión y enjuiciar a menores. Inmediatamente la aceptación popular se elevó a niveles en los que la justicia, la ley o los derechos humanos fueron desplazados por la pasión, algo que también se sintió en Guatemala. En sociedades de postconflicto, esas medidas radicales tienen cabida porque la razón deja inmediatamente paso a la emoción. De ahí que, inicialmente, las políticas de mano dura tuvieron su acogida, otra cosa es que fallaron en la ejecución, lo que se podría haber visualizado desde el inicio de haberse abordado más racionalmente la discusión.
Ciudadanos que dicen estar contra la pena de muerte, festejan la posibilidad de que mareros “mueran de hambre en prisión”. Otros, que dicen buscar justicia, no advierten que ese tipo de medidas son lo opuesto al Estado de Derecho al que aspira cualquier sociedad civilizada. Y quienes abogan por los derechos humanos, cierran los ojos a ese tipo de propuestas inhumanas, propias de campos de concentración. En todo caso, se confirma la teoría del prusiano: para el triunfo no es tan importante la lógica de la razón, la justicia o los derechos humanos, como alinear aquella trinidad. Sin embargo, tarde o temprano, se cometen injusticias y se violan derechos y es difícil cambiar porque, como la historia demuestra, habrán sido afectados muchos seres humanos, algunos de forma irreversible.
La ley es la única vía para arreglar problemas, pero hay que aplicarla y no huir de ella, modificarla antojadizamente o saltársela cuando no guste. El derecho penal del enemigo surte efecto cuando quien define al enemigo coincide con la forma de pensar de quienes lo apoyan, pero se abre una puerta para que en cualquier momento, y con idéntica excusa, otros cambien la definición. En El Salvador y en Guatemala hubo conflictos armados en los que se definieron enemigos por parte del Estado, exactamente lo que ahora se hace en el pulgarcito centroamericano.
Y es que en estas sociedades no salimos de autoritarios, dictadorzuelos y populistas porque, en el fondo, nos hemos educado con el gusto por el show, “lo macho”, la venganza, la polarización y los liderazgos radicales. Hay que replantear la educación en el respeto al ser humano y a los valores individuales, o seguiremos muriendo(nos) -o matando(nos)- por muchos años más.
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