Personas sin principios que hostigan a otras sin memoria, con presiones, amenazas, anulación de visas, procesos, cárcel…
Rechazo categóricamente que cualquiera -mucho menos un juez- tenga que salir al extranjero porque se sienta perseguido, amenazado o no existan condiciones para ser investigado y juzgado. Condeno que una jueza se levante, tras emitir una sentencia condenatoria, y alborote el auditorio con manifiestas emociones. Ambas situaciones se han dado en este país, y el nefasto sistema judicial es la base gravitatoria de euforias y condenas. Se aplica la prisión preventiva -también la provisional- con alegría propia de desequilibrados rabiosos, vengativos, ávidos de sangre; razón de que la mitad de la población carcelaria esté en tales situaciones. Aceptamos plácidamente que muchos detenidos permanezcan encarcelados sin juicio por años, e incluso que, cómo en tiempos de CICIG, se publiquen -sin responsabilidad ni costo para el editor- listas de jueces a procesar o sean señalados por no tomar decisiones esperadas, se destituyan a fiscales generales o se hagan juicios sumarios mediáticos -con algarabía popular- por el parecer de la autoridad de turno.
Esas aberraciones jurídicas eran/son aplaudidas o condenadas por ciudadanos y grupos. Actualmente, quienes celebran o rechazan, invirtieron sus reclamos o alegrías de hace unos años, en virtud de una singular ley pendular. Nos movemos, penosa y velozmente, entre extremos, y se invirtieron los actores, los críticos, los afectados y los protagonistas. Decidimos quienes son “buenos o malos”, “chairos o corruptos”, caen “bien o mal”, y sobre esos pueriles argumentos, evitamos una discusión seria sobre un sistema de justicia ineficiente que debe de reconfigurarse y basarse en valores y principios, y no en caprichos. No aprendemos nada, y así nos va. Lo importante es “la lucha personal” en lugar de buscar cómo establecer procedimientos y reglas claras que respeten la libertad, no juzguen ni condenen mediáticamente y estén sujetos a controles y no a influencias externas o de mercenarios internos. Hemos desaprovechado una oportunidad de oro para cambiar lo que no está sustentado en pilares institucionales sólidos. Pasamos de largo y nos fuimos al extremo opuesto, a la venganza. Antes se perseguía y ahora se sigue persiguiendo, y continúa en el ambiente aquello de “vengan y enfrenten a la justicia”. Personas sin principios que hostigan a otras sin memoria, con presiones, amenazas, anulación de visas, procesos, cárcel…
No superamos el manipulado y combativo discurso ideológico, el infructuoso debate o, según el bando, el odio/aceptación de militares que pudieron estar implicados en hechos delictivos durante el conflicto armado, y buscamos “la compensación” porque no hay guerrilleros que sufran idénticas consecuencias: quid pro quo. Nos destruimos desde tribunas filosófico-imaginarias, siempre inmorales, interesadas, desafiantes, demoledoras, y sobre todo inútiles. Somos incapaces de construir una sociedad porque seguimos enfrascados en el conflicto fratricida que mató a muchos y dejó el país anclado en el subdesarrollo, el autoritarismo y la lucha por el poder para hacer la voluntad propia. Frecuentemente nos damos baños de pureza o limpiamos el alma con el convencimiento de que todo va mejor y somos un país bendecido.
¡Al carajo los optimistas enfermizos! Somos un desastre social y no tenemos las agallas de reconocerlo ni de sentarnos con el opositor y, con la humildad necesaria, mirar el horizonte de la juventud en lugar de la línea de tiempo de vividores del conflicto o de desgraciados que siguen manteniendo el sistema podrido. Estamos abocados al fracaso, mientras nos recreamos en nuestras burbujas de miseria sin atender lo que advierte Sabina: “Hace tiempo que todo es mentira, hace tiempo que el mundo no gira a mi alrededor”. No entendemos que la sociedad es mucho más grande que el “yo”, y está más lejos que el ombligo.
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