lunes, 14 de noviembre de 2022

Ética para sordos y mu…los

El origen de un político sinvergüenza es el voto irresponsable del elector, no hay otra causa.

Si Cervantes despertara, seguramente se asombraría de ciertos inventos que no conoció y de formas y estilos de hacer las cosas que nunca vivió. Pasado ese momento, presumiblemente conversaríamos con él sobre cuestiones que han perdurado con el paso de los siglos: lealtad, decencia, respeto, valores, buen hacer, etc. Confirmaría posiblemente los consejos que en su momento dio -a través de don Quijote- a aquel Sancho que iba a ser gobernador de la ínsula de Barataria, y que resume en esta frase: “Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey”.

Desafortunadamente la mayoría de los políticos no han leído a Cervantes ni a Henry Hazlitt en “Los fundamentos de la moral” o a Fernando Savater en “Ética para Amador”. De hecho, muchos no han leído absolutamente nada ni tienen intención de ello. Entre borrachos, narcotraficantes, ladrones, abusadores, mentirosos y otras lacras que integran el espectro político nacional, suman una ingente cantidad de inmorales parecidos a quienes sacaron a Sancho de su gobierno más que a aquellos virtuosos necesarios para el mismo.

Estamos en manos de “honorables” sin honor, de mafiosos con chaqueta y corbata -o vestido de marca- que toman decisiones trascendentes con absoluta inmoralidad, y expuestos a cualquier resolución caprichosa que adopten sin valorar cómo afecta nuestra vida y la de nuestros hijos. Personajes oscuros que no diferencian el bien del mal, y cuando lo hacen apuestan por el último. Analfabetos morales que ensalzan a Baco o despilfarran, sin consecuencias, dinero público en comidas pantagruélicas. En el fondo, no son más que el reflejo de una sociedad que ha perdido la decencia y la razón, además de los valores éticos mínimos. 

Optamos por narcopartidos, por delincuentes de cuello blanco, criminales condenados por narcotráfico o lavado de dinero, individuos de reconocida moral laxa, payasos, estafadores…, y aun así queremos que el sistema funcione, mientras echamos la culpa a otros de haberlos aupado al poder. Nos desentendemos de la responsabilidad de haberlos elegido, pero también de la de sacarlos cuando las circunstancias son, como en la actualidad, totalmente adversas. Entre todos, con silencio cómplice o acciones concretas, hemos conformado una sociedad sin valores ni principios, en la que el pillo tiene cabida y termina gobernando la “ínsula”. Somos reflejo de lo que el escritor Alberto Moravia sentenció: “Curiosamente los votantes no se sienten responsables del fracaso del gobierno que han votado”. 

El político es reflejo del ciudadano promedio. No es diferente a quienes diariamente nos cruzamos en la calle, y únicamente accede al poder con nuestra aprobación o mutismo. El origen de un político sinvergüenza es el voto irresponsable del elector, no hay otra causa. Con más de veinte partidos políticos en cada proceso electoral, y con el voto nulo como opción en el del pasado 2019, seguimos con esa dirigencia desnuda de principios y valores morales. Consentimos a quienes descaradamente roban dinero público, se emborrachan y dan un espectáculo deplorable, aparecen rodeados de mujeres desnudas, se reservan una plaza en el hospital militar mientras compatriotas mueren de COVID sin acceso al mismo, instalan regaderas o sillones de lujo en su oficina, gastan exorbitantes sumas en comidas y bebidas, se divorcian para ser candidatas, se relacionan con narcotraficantes…, y no movemos un solo dedo para que eso cambie. 

Al final la pregunta es inevitable: ¿no será que nos parecemos demasiado a ellos y no queremos admitirlo? Aquí es donde muchos se rasgarán las vestiduras, incapaces de hacer un acto de reflexión interna del por qué los consentimos y no los sacamos de una vez por todas.

¡Incompresible!

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