lunes, 10 de julio de 2023

El pintoresco diseño institucional

Con un sistema así diseñado no es de extrañar que estemos permanentemente radicalizados, enojados, furibundos, polarizados, asqueados

Si fuésemos una sociedad autocrítica -que no lo somos- y tuviéramos espíritu de superación, de mejora y de perfeccionamiento -que tampoco lo tenemos- estaríamos regocijándonos por la primera parte cumplida del proceso electoral, pero cuestionándonos a la vez por qué se ignora al 17% de ciudadanos que expresaron su deseo de repetir las elecciones -voto nulo- y otro 7% de votos blancos que podrían significar lo mismo. El voto nulo es un rechazo a las ofertas electorales -a los candidatos- no al proceso democrático, y debería pensarse en cambiar la ley. En lugar de llamarle voto nulo tendría que sustituirse en el futuro -para dejar las cosas claras- por una casilla que diga “repetir las elecciones”, que en definitiva es lo que expresa.

Sin embargo, aquellos que aplauden la democracia y la vitorean permiten que se ignore a la mayoría de los ciudadanos cuando deciden desechar, libre y responsablemente, las ofertas electorales. Claro, como a esa mayoría se le rechaza, no queda de otra que votar siempre por los que quedan, porque la repetición electoral está excluida como opción ¡Es impresionante la incongruencia con la que vivimos!, no solo en temas relacionados con la política y la democracia, sino en infinidad de aspectos, y así nos va.

Esa es la razón, y no otra, de la falta de legitimidad de los gobernantes desde el inicio de la era democrática. Se lo pongo en números que suena mejor aunque duela más: 1 de cada cuatro ciudadanos de los que votaron, 1 de cada seis de todos los que pudieron votar o 0.8 de cada diez habitantes de este país, eligieron no ya al presidente -que sería ridículo-, sino conjuntamente a los dos candidatos que pasan a segunda vuelta que es más caricaturesco. El Presidente, finalmente, será el “preferido” de prácticamente la mitad de los números anteriores, que son quienes votaron por alguna de las dos opciones ¡Ahora hablemos de democracia, de mayorías, de legitimidad y de otras cuestiones!, y luego echémonos a dormir, o nos descojonamos de risa.

Con un sistema así diseñado -que ignora a la mayoría que piden repetir las elecciones y paupérrimas minorías eligen a sus gobernantes- no es de extrañar que estemos permanentemente radicalizados, enojados, furibundos, polarizados, asqueados o, si pertenece a alguno de esos pequeños porcentajes citados: feliz, exaltado o encendido. Somos una sociedad muy mediocre en términos de calidad democrática, lo que evidencian todos los indicadores institucionales, y es imposible avanzar siquiera un milímetro sin superar la estupidez humana numéricamente visible. Es decir: estamos como estamos, porque somos como somos.

Con esas cifras ridículas, todavía algunos se permiten “profundos debates” sobre si hay o no que volver a contar los votos, como si, dados los porcentajes, se modificara esencialmente alguno de ellos. También están aquellos otros que hablan de “fraude” -mientras abren la boca más de la cuenta, como si con ello transmitieran un fraude mayor- sin advertir que desde que no se considera la voluntad de la mayoría el fraude democrático está consumado. Con la falta de legitimidad que los números expresan, hablar de fraude o de conteo es perder el tiempo en la inútil periferia del debate.

Nos quejamos de que no progresamos, nos estancamos, hay corrupción, los políticos no atienden los problemas nacionales y una larga retahíla sobradamente conocida. No advertimos -pobrecitos- que con este sistema seguiremos eternamente igual porque, en el fondo, y aunque no guste, muy pocos ciudadanos son los que (im)ponen a las autoridades al frente de este país. Lo demás son acciones derivadas de la causa principal: falta de autocrítica, capacidad de diálogo, entendimiento y seriedad.


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