La realidad es que cada quien jala para su molino, y sobre todo priman sus intereses, importando un soberano carajo el resto de la humanidad
La farsa electoral, promovida por la dictadura venezolana, pone nuevamente sobre la mesa el viejo debate sobre la preeminencia en política de los intereses sobre la amistad. En época de tranquilidad, los gobernantes se besan, abrazan y proclaman la “amistad entre los pueblos”, se “hermanan ciudades” y se recibe a los “mandatarios amigos” con lujo y boato, en ese afán de mostrar un inexistente principio que requiere disimularse. En el fondo, cada político se mira el ombligo en el espejo -primero el suyo y luego el del país al que representa- aunque haga muestras hipócritas para regocijo de una parte sustancial de la ciudadanía idealista que aplaude fogosamente su propia ignorancia.
La realidad -por más que huyamos de ella con piadosos pensamientos- es que cada quien jala para su molino, y sobre todo priman sus intereses -personales o de grupo- importando un soberano carajo el resto de la humanidad. Se vio durante el COVID-19 con el tema de las vacunas, y como las grandes potencias acapararon todo lo que pudieron. Más tarde “donaron” lo que les sobró, en un acto de caridad política que subrayaba la hipocresía en tiempos de crisis.
El tema venezolano no es muy diferente. Las grandes potencias intentan hacerse -directa o indirectamente- con los recursos energéticos del país y pactan, acuerdan o rubrican secretamente tratados con el dictador, sin ningún tipo de escrúpulos. Externamente hacen grandilocuentes discursos pero no se cortan en eliminarlos de la política cuando ya no les son útiles -como con Sadam Hussein- encumbrando a otro que terminen sirviendo sus particulares intereses. Los “no imperialistas” no son muy distintos, y actúan guiados por los mismos intereses o asociados a modelos ideológicos de izquierda radical. Brasil, México o Colombia -todos liderados por acentuados izquierdistas- son la prueba de esta reflexión, y su tibia actuación frente a la crisis venezolana los evidencia. Determinadas organizaciones internacionales también se suman a estas componendas, como ha hecho la OEA, incapaz de aprobar una resolución porque 16 de los 33 países estuvieron ausentes o se abstuvieron, remarcando la complicidad con el autoritarismo y las dictaduras, aunque se hagan ruidosamente presente en otros países -como ocurrió aquí en el 2023- para “defender la democracia”. En el fondo instituciones de gobiernos que siguen las directrices de quienes pagan la infraestructura o los lineamientos políticos que son tendencia en el momento. Solo así se explica un dictadura cubana de casi 70 años, otra venezolana de unos 25 y la más reciente nicaragüense. Tres naciones que “inexplicablemente” son dirigidas por criminales con aquiescencia internacional.
Y es que el ciudadano, ese “zoon politikón” aristotélico, deja claro que es mucho más animal que político, y dos milenios después, sigue creyendo en sus dirigentes y en las promesas de quienes elige al frente de sus instituciones. No hemos despertado de un letargo de siglos, a pesar de que han sonado suficientes alarmas históricas, y seguimos plácidamente repitiendo los errores que han quedado sobradamente expuesto en innumerables lugares.
El caso venezolano, demostrado, evidenciado, suficientemente ilustrado e internacionalmente difundido en redes sociales, parece que tampoco será el último. Rusia y China, por una parte, o Brasil, México y Colombia por otra, además de una tibia UE y unos USA -con un presidente incapaz- lo perpetuarán. En 1930, una Europa liderada por ilusos idealistas, permitió la expansión de un loco que condujo a la II Guerra Mundial. Hoy, un mundo conducido por torpes, enfermos o tibios ignorantes, puede ponernos al borde de otro conflicto internacional. Mientras, los “animales políticos” parece que necesitamos más tiempo para entender lo evidente.
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