Los dictadores -todos diferentes pero con idéntico espíritu autoritario- lo saben y su estrategia es muy sencilla: resistir al tiempo
La mayor parte del debate político internacional, durante estas semanas, se ha centrado en Venezuela. Un fraude electoral -a todas luces visible- que entrona nuevamente a Maduro y a sus secuaces para perpetuarse en el poder. La “indignación” patente en medios, redes y declaraciones, se deja sentir con fuerza -aunque no con unanimidad- y confronta dialécticamente a la dictadura y a los dictadores.
Paralelamente tenemos normalizado el modelo cubano que por 65 años hace exactamente lo mismo que ahora el venezolano, y también el nicaragüense, aunque cada vez se comente menos -el Papá especialmente- sobre la brutal persecución en Nicaragua, especialmente a los sacerdotes, y poco o nada sobre los abusos y crímenes diarios en Cuba. El ciudadano y ciertas élites políticas han normalizado el modelo cubano, al igual que el chino, a los que ni siquiera denominan dictaduras. La mente y el vocabulario se han adaptado a los autoritarismos clásicos, y únicamente parecen sorprender los emergentes.
Aprendimos a convivir con esos personajes que violan los mismos derechos humanos que decimos preservar dentro de nuestras fronteras -o en lugares “de moda”- y no hay empacho en negociar con China o Cuba, a pesar de que irrespetan continuamente los principios que “defendemos”. Desarrollamos un comportamiento absolutamente disociado sin advertir de nuestra propia contradicción que somos capaces de asumir y hasta de justificar. De hecho, no advertimos como El Salvador va precisamente en la misma dirección autoritaria de los países indicados, y se aplauden decisiones de Bukele que, con el tiempo, pesarán en la conciencia.
Somos seres adaptativos, sin importar el lugar, el clima, las condiciones o los golpes que podamos recibir. Es un principio de evolución y únicamente el tiempo coloca todo en su lugar. Los dictadores -todos diferentes pero con idéntico espíritu autoritario- lo saben y su estrategia es muy sencilla: resistir al tiempo. En estos momentos Venezuela vive lo que superó Nicaragua, China o Cuba: el tiempo de discusión del régimen. Una vez transcurra este mes, y no digamos cuando lleguemos a noviembre con las elecciones USA o a diciembre con la Navidad, Maduro se consolidará e iniciará el 2025 con miles de promesas hechas en otros cientos de intervenciones y el silencio hipócrita de la comunidad internacional.
Todo esos dictadores, casi sin excepción, afirmaron inicialmente que no eran comunistas ni mucho menos de izquierda, sino progresistas que buscaban el “bien del pueblo”, frase que utilizan y que muchos más creen todavía, mientras les otorgan el poder sin advertir sus intenciones. Como ciudadanos terminamos siendo “más animales” que políticos”, algo que al gran Aristóteles se le olvido diferenciar, y nos alejamos voluntariamente de nuestros propios deseos de libertad por no asumir el costo de la correspondiente responsabilidad.
Cuentan que los cubanos “son felices” en su paraíso socialista, que muchos fuera de él alaban pero que no se atreven a vivirlo; los chinos se nos venden “como la mayor economía y desarrollo”; los nicaragüenses ofrecen “seguridad y ausencia de violencia” y don Bukele “haber terminado con las maras”. Y muchos ciudadanos del mundo, cada vez menos leído y con una limitada capacidad de razonamiento básico, creen todas esas ofertas, aunque la mayoría no conoce siquiera uno de esos lugares, mientras los oligarcas autoritarios, profesionales del crimen organizado en aquellos países, difunden sus “bondades”.
El ser humano ha tenido una constante en su historia: la adaptación, y ahora parece que surge otra hermana de la anterior: la normalización. Lo triste es que únicamente advertimos el desastre cuando estamos dentro de él, y a veces ni eso, sino cuando ya es muy tarde para cambiar las cosas.
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