América Latina sigue convulsa por la actitud de ciertos Presidentes que modifican, o lo pretenden, las respectivas constituciones con el fin último de perpetuarse en el poder. Comenzó la fiebre con el desequilibrado de Chávez y, cual castillo de fichas de dominó, siguieron otros. El intento más reciente ha sido la burda maniobra del presidente Ortega quien apoyándose en una sentencia apañada por medio de una integración particular y anómala de la Sala Constitucional, pretende cambiar la de su país con la misma vil intención y sin ninguna legalidad.
Por años, se ha luchado en todo el mundo y muy particularmente en la región, contra dictaduras militares. A la fecha, todavía hay procedimientos abiertos por delitos cometidos en aquellos momentos: torturas, desapariciones, asesinatos y otros más. Sin embargo asumimos, aceptamos y hasta votamos, cuando no condecoramos y saludamos efusivamente, a Presidentes que son o terminan siendo igual de delincuentes que aquellos otros que pretendemos juzgar.
Tuvimos a uno confeso de dos asesinatos, y lo sabíamos antes de elegirlo. En Venezuela, hay un golpista juzgado y condenado que pretendió tomar el poder por la fuerza de las armas. Ahora, anacrónicamente, está al frente del país. Nicaragua es presidida por un violador que por veinte años cometió delito contra su propia hijastra, algo que mueve la conciencia de cualquier ser humano, salvo él, su esposa y algunos enfermos más. En Honduras, al margen de situaciones posteriores, el señor Zelaya decidió ignorar varias sentencias judiciales y del tribunal electoral, poniéndose voluntariamente al margen de la ley y, finalmente, en Cuba, manda un asesino que desde hace más de 50 años mata, diariamente, poco a poco a todo un pueblo cuando no lo condena a muerte directamente o lo pone en prisión. Son criminales confesos, ni siquiera presuntos, porque todo ellos han sido juzgados y condenados o han confesado o visibilizado su crimen. ¿Para qué tanta lucha contra dictadores si ahora votamos y ponemos al frente de gobiernos a otros idénticos?, o es que hay diferencia entre una tortura militar y una violación civil. O, entre un crimen cometido por un pelotón y un disparo de pistola en una calle mexicana. ¿Acaso no nos sentimos cómplices al elegirlos o mantenerlos en el poder con nuestro voto?. ¿Qué se siente al estrecharle la mano a uno de esos individuos o entregarle un galardón?. Pareciera que se han perdido valores fundamentales y la delincuencia se ha apoderado de cierta política. ¿Qué podemos esperar de esa clase de gestores?.
Todos esos regímenes apoyan la violencia callejera (recuerden el jueves negro o los disturbios actuales en Nicaragua, Honduras y Venezuela), únicamente proveen de trabajo público a los afiliados al partido y empobrecen y envilecen la situación nacional cada minuto. Nos estamos jugando la democracia frente a algo que ni siquiera es una alternativa de vida. Cada día perdemos más libertad, se recortan más derechos y la presión política cae sobre el ciudadano honrado que, por apatía e inacción, cuando no por colaboracionismo -espero que inconsciente- termina siendo asfixiado por el poder omnímodo del gobernante. Cuanto usted aspira a no importa que trabajo, tiene que llevar decenas de certificados y contar con múltiples cualificaciones y recomendaciones. Nuestras constituciones no piden prácticamente nada a quien desea ser Presidente. Cualquier loco -o criminal- puede llegar a estar al frente de un país y no se puede echar, por muy inútil que sea, antes de que termine el periodo. Es el viejo proverbio del zorro cuidando a las gallinas. ¡Qué peligro!. ¿No es para pensárselo dos veces?.
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