“La ética debe acompañar siempre al
periodismo, como el zumbido al moscardón”
La ética -relaciona con una
profesión- se refiere al comportamiento humano y a las normas morales que la
rigen. Es decir, qué tan ajustadas a la moral son las conductas que se
observan. La moral, por su parte, aborda lo acomodadas a “lo bueno” o “lo malo”
que están dichas actuaciones profesionales. De esa cuenta actuar éticamente
puede resumir en hacer las cosas “bien” y conforme a lo que se espera de una
conducta correcta.
El derecho a la libre expresión o de
libre emisión del pensamiento, es algo que cada quien ejerce individualmente
como estima más conveniente. No se debe de regular y el limite de su ejercicio
está antes de aquella línea donde se lesiona los derechos de otros. Se puede
hablar, escribir, opinar, siempre que no se ofenda, lesione o agreda a los
demás. La libertad de expresión -como cualquier otra manifestación de aquella-
conlleva necesariamente la responsabilidad de su ejercicio. Es importante
comprender la trascendencia de esta inseparable relación. Si se carece de
responsabilidad no es posible ejercer rectamente ningún derecho, y el de libre
emisión del pensamiento no es una excepción. Cuando quien ejerce el periodismo
hace públicos informes, reportajes, noticias u opiniones, debe de asumir la
responsabilidad de lo que transmite. Difundir mensajes falsos, información no
veraz, datos no contrastados o insultar como medio de atraer la atención, son
comportamientos censurables para quien actúe de esa forma. Como comunicadores o
informadores no hay que eludir la fiscalización del gremio, lo que supondría
que se prefiere la inmunidad que justamente se evidencia como preocupante o
ilegal en otros colectivos. El periodista debe de someterse también a la
crítica sobre su quehacer y cuando actúe incorrectamente asumir la
correspondiente responsabilidad. La prensa, no es (no debe de ser) el cuarto
poder. De entenderlo así, se comportará como lo hacen otros poderes, con el
riesgo de tornarse despótica y buscar la justificación de cualquier conducta
con la consecuente impunidad. Por el contrario, los medios deben de ser el contrapoder,
fiscalizar, investigar y colaborar para que sean precisamente valores éticos
los que presidan actuaciones políticas, empresarias, personales y también
profesionales. Si se tiene claro el horizonte, es relativamente fácil actuar
correctamente, pero si lo que se desea es contar con portadas llamativas sin
importar la verdad, se pone como excusa la prisa para publicar sin comprobar o
se acude a la cobardía del anonimato, del chisme, del insulto, de la
descalificación -o al “me han dicho”- se podrá justificar fácilmente todo
cuanto se haga, pero sin observar necesariamente los parámetros exigibles. La
ética periodística es el sustento del buen hacer profesional.
Es preciso tener presente el consejo
del filosofo Savater quien dijo en alguna ocasión: “no hay que esperar a que
otro sea ético para serlo uno mismo”. La ambición, la prisa, el descuido,
presumir que se cuenta con la verdad absoluta, creerse superior a los demás,
publicar sin confrontar o vender la pluma, la voz o incluso el medio,
ensoberbecen las actuaciones, anulan la responsabilidad y prostituyen el
concepto del derecho a la libre expresión, generando un actuar cuestionable que
desdice de la profesión y sustenta argumentos para que oeneges de vividores,
columnistas parcializadas o ideologizadas o políticos inescrupulosos -todos
ellos carentes de esa ética que se pretende- sustenten discursos falaces,
mientan ante organismos nacionales e internacionales, se victimicen falsamente
o promuevan leyes que permitan la censura y limiten el libre ejercicio de la
expresión ¡Seamos mucho mejores que todos ellos!
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