Al comienzo fueron vicios, hoy son costumbre
(Seneca)
El fuero es un privilegio otorgado a determinadas personas o
colectivos. En casi todos los países los congresistas, jueces, militares,
policías, etc., tienen ciertas prerrogativas al momento de ser detenidos,
juzgados o encarcelados y, por el contrario, exigencias mayores que se suelen
reflejar en el recorte de determinados derechos civiles: no ejercer el voto, no
afiliarse a partidos políticos, no sindicarse o no manifestarse públicamente, entre
otros. En Guatemala, el gremio periodístico también está aforado. La constitución
concede ciertas prebendas a quienes publiquen sus opiniones, criticas o
imputaciones y traslada a los tribunales de honor o de imprenta las
imputaciones que pudieran hacerse contra los autores de aquellas.
La ley de emisión del pensamiento recoge algunas de las
obligaciones inherentes a quienes, contrapuestamente, cuentan con la ventaja del
aforamiento. Obliga a que los impresos lleven el nombre del responsable, los
escritos firma de su autor, se transmitan las aclaraciones pertinentes, no se
hiera la moral, no se falte al respeto a la vida privada y no se calumnie o
injurie gravemente, entre otros. Lo mismo que un policía no puede utilizar su
arma o un militar un tanque para salir a la calle a manifestarse por lo que reclama
como persona o colectivo, el periodista no debe de utilizar su pluma para conformar
bandera de un tema personal o de grupo. No es éticamente aceptable, bajo ningún
punto de vista, utilizar continuadamente medios tradicionales de comunicación o
redes sociales para posicionar ideas personales o reivindicativas ¡Mucho menos si
son anónimas y ofensivas! Tampoco es de recibo la difusión de información no
veraz o sesgada y asociada a un determinado personaje o partido político, por
cuanto de falaz, tendencioso y manipulador tiene el contenido que se vierte en
algo que se supone correcto e informativo y, por el contrario, carece de todo o
parte de la forma indicada en las normas vigentes: editor, redactor, autor.., o
todos los anteriores.
La prensa, los periodistas, quienes hacen o hacemos
periodismo, no estamos exentos de tener en el gremio corruptos, vendidos,
manipuladores y algunos que se han acostumbrado, bajo el paraguas de la
libertad de expresión -hecho a su medida-, a hacer o decir lo que les viene en
gana, de forma chabacana, insultante, sin pruebas, con investigaciones
deficientes o mentiras fabricas conscientemente para sostener sus teorías,
cuando no previo pago de su importe. De la avenida de la flores se ha pasado al
callejón de la prostitución más baja, sin haber pestañeado muchos propietarios,
redactores y “periodistas” de este país ¡No es oro todo lo que reluce!, y sin
pedir que se promueva una feroz persecución, es de honestidad solicitar el
ejercicio ético a quienes se han subido a la moto de la moda y de los adeptos
en redes y ponen cualquier imbecilidad o irreflexión con tal de que otros no
menos majaderos, le den un “like” a
la publicación o lo sigan, y así unirse el grupo de buseros de la desfachatez
que cuentan con unos tantos miles de “followers”.
Hay que recuperar el trabajo bien hecho y la confianza del público
y condenar desde el propio oficio a quienes han optado por el camino de la irresponsabilidad
sin reparar el daño que hacen a esa libertad de expresión de la que gustan
hablar, pero que frecuentemente convierten en libertinaje y opresión para con
otros. No se trata siquiera de pedir imparcialidad, pero si objetividad.
Perdida la vergüenza y el horizonte ¿qué se puede esperar del contrapoder
distinto al propio poder?
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