“Ayuda a tus semejantes a levantar su
carga, pero no te consideres obligado a llevársela”
Salvo desinformados o contumaces
ideologizados, ¡que los hay! , es
difícil negar que los sistemas estatales de salud y educación, entre otros, son
un estrepitoso fracaso. Aquel modelo soñado de atención estatal “gratuita” para
todos los ciudadanos -asumido erróneamente como derecho- quedó en el baúl de
las utopías.
Sin embargo, a pesar del enorme déficit
en educación y en salud, el gobierno no ha dejado de dilapidar anualmente miles
de millones de quetzales en esos rubros. El dinero se destina para sostener inútiles
y costosos sistemas, mantener infraestructura obsoleta, mediocre e ineficiente y
pagar planillas abultadas que, por medio de los sindicatos, han sido un
permanente grupo de poder al servicio de la dirigencia del momento, de sus amigos
y familiares.
Observando los principios que sostienen ambas
barbaridades, la constitución resalta, en salud, que el Estado debe de
garantizarla y velar por ella (art. 51) y que tal cometido lo desarrollará a
través de instituciones (art. 94), sin especificar que tengan necesariamente
que ser estatales. En educación, el texto legal es más preciso e indica que hay
que proporcionarla y facilitarla (art. 71) y que el fin de la misma es el
desarrollo integral de la persona (art. 72).
Es decir, se destaca que la finalidad de
esos servicios es promover el desarrollo de la persona, por lo que la atención tendría
que enfocarse en el ser humano. De esa cuenta, el Estado debería de buscar la
forma de satisfacer las necesidades de los individuos que lo necesiten y,
consecuentemente, facilitarles dichos servicios, pero no es así. No hay
obligación de crear un suministrador de salud (IGSS) sino ayudar o acompañar a
las personas que lo requieran, utilizando, por ejemplo, métodos alternativos,
como puede ser el váucher médico. De igual forma, el Estado podría becar a las
personas que lo necesiten en los colegios o en las universidades (publicas
incluidas) que deseen, fijando un monto a otorgar a cada uno en función de
parámetros previamente determinados: váucher educativo.
Lamentablemente, el modelo político dista
mucho de cumplir la finalidad que indica la constitución: favorecer al
individuo. Lo que hace, en contraposición, es subvencionar dos estructuras que
han resultado un fiasco: los modelos públicos de salud y de enseñanza. Se
construyen colegios, se pagan salarios magisteriales negociados por sindicatos
depredadores y voraces, se costea una monopólica universidad estatal o se
destina un importante volumen de recursos a una inoperante sanidad pública. El
presupuesto financia instituciones ineficientes en lugar de destinar esa cantidad
a implementar un váucher (de salud o educación) para que el ciudadano pueda
emplearlo en el lugar que considere satisface mejor sus expectativas y soluciona
mejor sus necesidades. Eso si sería un sistema generador del desarrollo personal,
pero requeriría competitividad -y transparencia-, algo que no están dispuestas a
asumir las instituciones públicas.
Aun en momentos de cambio pareciera que
no vemos los que tenemos frente a nuestros ojos. Más de un 30% del presupuesto
2016 está destinado a salud y educación, algo recurrente todos lo años. Analice
en qué aspectos es más deficiente el país y saque sus propias conclusiones.
Es preciso dejar de subvencionar inútiles
instituciones e implementar otra formas. Establezcamos el váucher y promovamos
la competencia, ¡a ver cuantas subsisten! Lamentablemente quienes reciben subvenciones
no están dispuestos a mejorar la calidad y prefieren seguir viviendo delictiva e
ineficientemente a costa del contribuyente.
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