Cualquier
acto delictivo de un funcionario público debe representarle un altísimo costo
Se ha desatado, no sin razón, un movimiento
que solicita “la depuración del Congreso”, sin dejar claro de qué trata tal
cosa ni mucho menos las acciones a tomar. Esperemos que no sea como aquello de
“cooptar el Estado” que ya es un eslogan útil para casi todo.
Los diputados -antes se hablaba de honorables
diputados- se han situado en el punto de mira de la ciudadanía por motivos
diversos. Unos están huidos como vulgares criminales; otros perseguidos por la
justicia y encarcelados; algunos más pendientes de que se les levante el
antejuicio para ser procesados o a punto de que ocurra y, la mayoría,
absolutamente desacreditados. El que se salva es por eso de que la esperanza es
lo último que se pierde, pero poca cosa más.
Depurar para sustituir a uno por
otro -igual de corrupto o inepto- no es solución. Los suplentes adolecen de idénticos
defectos que los titulares, por la sencilla razón que fueron propuestos -en las
mismas condiciones nefastas- por partidos políticos mayoritariamente
suspendidos por el Tribunal Supremo Electoral. No debería tomar ese rumbo la
idea de cambio que se pretende, más bien se tendría que implementar un sistema
de normas claras que promoviese una institucionalidad inmune a las personas que
lleguen y no facilite la corrupción, el mangoneo, el trapicheo o el uso de la
función pública para cuestiones personales. Si eso llegara a ocurrir, la norma
debe castigar al infractor tan gravemente que quede civil y políticamente
marcado de por vida. Cualquier acto delictivo de un funcionario público debe representarle
un altísimo costo.
Como no se puede -ni se debe-
limpiar el Congreso “a la brava”, es preciso tomar nota del margen legal
existente para ello, y actuar en consecuencia. El artículo 174 de la Constitución
permite que promuevan iniciativas de ley los diputados, la USAC y el Organismo
Ejecutivo, entre otros. El artículo 277
del mismo texto faculta al Presidente, a diez o más diputados y a cinco mil
ciudadanos a promover reformas constitucionales. Es decir, hay diversas vías
para dejar de echarle la culpa “a todos o a otros” y plantear respuestas inmediatas
a desvaríos de ciertos diputados que se duermen en la curul, no tienen el
carácter para dar un golpe en la mesa y denunciar a sus pares o son incapaces
de movilizar a su bancada y promover cambios. También hay que señalar al
Ejecutivo de no tomar acción, a la universidad estatal que reclama privilegios y
no honra sus obligaciones, pero sobre todo a cada uno de los ciudadanos
empadronados que, en número de cinco mil, podrían proponer soluciones.
Seguimos mirándonos al espejo y
advirtiendo que el sistema, en cierta medida, refleja nuestra pasividad,
complacencia, dejadez, falta de preocupación por los asuntos públicos,
incapacidad para tener una ley de servicio civil que seleccione por méritos y
no por dedo, burocracia profesional que aleje los jugosos puestos de la administración
del capricho de amigos contaminados y los deje a los más capaces, y otras
cuestiones de costumbre que no son más que defectos de una sociedad permisiva,
acobardada, conformista y tolerante. La nuestra.
Debemos crear un hashtag que abarque realmente el
problema de fondo que no queremos aceptar: #DepuremosElCongresoYNosotrosTambien.
El sistema colapsó hace tiempo pero a algunos le sigue yendo bien. Cuando no
hay voluntad de cambio, nada cambia y el gatopardismo hace de las suyas ¿De
verdad queremos #DepurarElCongreso? ¡Anda ya!
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