La juventud no quiere más basura heredada de quienes no
supimos dejarles la mesa limpia
La creación del Frente Ciudadano contra la
Corrupción (FCCC) -primera gran manifestación multisectorial contra aquel flagelo- se vio engrandecida y coronada con la celebración exitosa del III Encuentro
ciudadano. Ambos eventos aglutinaron a personas diversas y a diferentes organizaciones que se manifestaron
contundentemente contra la corrupción, dejaron claro que es el problema que nos tiene
sumidos en la pobreza y en la
falta de desarrollo, y que mientras no se erradique cualquier
otro intento es inútil, improductivo y estéril.
Lo trascendente,
al margen de opiniones puntuales, es que dichos
eventos son un punto de inflexión y marcan un antes y un después. Si
hace tres semanas los esfuerzos estaban dispersos y no
concretado el objetivo -al
menos de forma explicita y pública-, ahora está claro y no hay marcha atrás. Esto es un proceso irreversible y
quienes no tome conciencia de ello quedarán detenidos en el tiempo, juzgados por la historia y señalados por las próximas generaciones.
El principal corolario de esas reuniones es el reconocimiento de un problema del que todos somos parte. Unos, porque prefirieron mirar hacia otro lado; otros porque se implicaron en procesos incorrectos o ilegales;
muchos más por omisión de denuncia, pasividad o
consentimiento silencioso; el
resto porque aceptaron, seguramente, que así se hacían las cosas o era inútil
proceder de otra forma. El miedo y la presión no estuvieron ausentes cualquiera que fuese la postura adoptada.
Lo bueno es que somos
parte también de la solución. De esa cuenta, una vez
aceptada la situación -o la implicación si fuera el
caso- es preciso hacer la necesaria enmienda y tomar el rumbo
correcto, diferente, por
supuesto, al que se llevaba. Hay que cambiar leyes, normas y procedimientos para evitar repetir lo ocurrido y sacar del escenario público
a quienes consideran que estar en un cargo político implica ser propietario del mismo y hacer
lo que le venga en gana, sin entender que es la ciudadanía quien lo delega y exige resultados ¡No es fácil lo logrado a la fecha ni mucho menos lo pendiente!
El Congreso sigue enroscado entre mafias que se erogan el poder de decidir a
quienes juzgar, con esa
monstruosa propuesta de ley de antejuicio y perlas similares; el Ejecutivo da palos de ciego y
ora protege a un general deliberante señalado de graves delitos, ora destituye y/o cambia el destino de cerca de 200 mandos militares; el Judicial queda gravemente dañado y en entredicho con los señalamientos
de cómo operaron en el pasado las diferentes
comisiones seleccionadoras de jueces y magistrados. Un triste panorama del poder -en sus tres manifestaciones- que
contrasta con la actitud
firme de una ciudadanía que desea, lucha y apuesta por el cambio ético.
La juventud no quiere más basura heredada de quienes no supimos limpiarles la mesa y apuesta por los cambios
necesarios para ser ciudadanos del primer
mundo y no perpetuar miserias, errores y disfunciones que les dejamos enquistados en las instituciones
del país. Esto no tiene marcha atrás y hay que repetirlo hasta la saciedad, porque las lecciones de los procesos de cambios enseñan que quienes se mantienen en posturas vetustas o
prefieren desde su tibieza ver “los toros desde la
barrera”, pierden el pulso
de la renovación, del
cambio y de la decencia.
La FCCC y el III Encuentro ciudadano han asentado solidas base sobre las
que edificar. A partir de ahora queda continuar la obra a la velocidad posible y aparcar o desplazar a quienes prefieren seguir con la
habitual y deshonesta contumacia.
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