El clima de negocios se visualiza igual o peor que hace meses y no se
espera que la economía mejore en lo que queda de año
Sobre la popular frase “pasos de cangrejo” se han
hecho bromas, canciones y hasta libros. Umberto Eco la eligió para publicar una
recopilación de notas periodísticas que planteaban un retroceso en los primeros
años del presente siglo.
Quizá sea hora de adoptar al artrópodo como símbolo
nacional y sustituir al cada vez más amenazado y devaluado quetzal. Dejamos de
volar alto -si alguna vez ocurrió tal cosa- para caminar hacia atrás, y
mientras los países tratan de progresar, aquí pareciera que retroceder gusta
más y excita el morbo como ninguna otra cosa. El crecimiento pronosticado por
el Banco de Guatemala para 2019 -entre el 3% y el 3,8%- es reducido en el
último informe del Banco Mundial que lo baja al 2,9%, lo que no generará
desarrollo porque será absorbido por la inflación y la natalidad. La cada vez
mayor cantidad de remesas sirve para apuntalar un PIB en el que los
productos tradicionales aportan menos porcentaje mientras aquellas crecen, una
especie de sustitución de exportación de bienes por migrantes. Además, el
índice de confianza del sector privado en la actividad económica -por debajo de
50% todo el 2018- descendió, aún más, en
este primer trimestre de 2019. El clima de negocios se visualiza igual o peor
que hace meses y no se espera que la economía mejore en lo que queda de año o
que vengan inversiones, por la mala situación política ¡Vamos, lo habitual!
El
momento electoral que debería oxigenar ese cargado ambiente, lejos de
contribuir a una adecuada “fotosíntesis política”, está sumamente enrarecido
por la judicialización de casi todo y por la falta de debate y propuestas
constructivas y posibles. La sensación que prima -incorrecta, realista o
pesimista- es que todo es un desastre y no merece la pena votar por nadie
porque, en el fondo, “todos son o aparentan ser lo mismo”. Ese fatalista
ambiente lo potencian cuadrillas de candidatos a diputados vinculados, más que
por ideología o fines partidarios, por lazos familiares, clientelares, de
vecindad o de oportunidad. Los políticos mafiosos -más de los que podemos
imaginar- aprovechan el río revuelto para incluir en los listados a sus esposas,
hijos, yernos y otras raleas que les aseguren votos para rentabilizar las
güichazadas del momento. Para colmo de penas -y pepenas- el actuar del gobierno
ha pasado de vergonzoso a deplorable, habiendo superado con creces, en el corto
plazo, calificativos como: deleznable, penoso, funesto, lastimoso y patético,
entre otros. Lo más notable en lo que va de año, ha sido concluir el
libramiento de Chimaltenango a un precio que lo sitúa como la “milla de oro”
mundial o enojar al güero norteño quien decidió cortar la ayuda que venía
ofreciendo, lo que deja una puerta abierta al coqueteo con China o quizá hasta
con Rusia, en esa gestión malograda y baladí que caracteriza la política
internacional de este país de cangrejos.
Y
es que no se puede esperar mucho de dirigentes ineptos que pasan el tiempo
entre Baco y Morfeo, ahora que Eros tuvo que esconderse tras serias
acusaciones. La mala noticia es que no se avecina mejor rumbo porque, tras el
manoseo judicial, las opciones que quedarán serán igualmente infaustas.
Pasaremos de “Guatemala a Guatepeor” con ese caminar hacia atrás que nos
caracteriza y pareciera que también nos “enorgullece”, aunque para no perder
las formas, nos indignaremos en algún coctel o reunión de amigos para concluir,
como es costumbre, con eso de: “vos, que vergüenza de políticos”, como si la
culpa fuera de ellos y nosotros estuviéramos ajenos a todo, sin advertir que
somos “crustáceos de la misma loma”.
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