Somos una sociedad callada que acusa los golpes silenciosamente, se queja en voz baja y permite el abuso por costumbre y por temor
Parto de la base del cuestionamiento ético que supone que el Estado meta la mano en mi bolsillo en función de lo que una mayoría de legisladores decida según el momento político y sus intereses. Sin embargo, aceptando -como lo hago- la necesidad de un Estado mínimo, en la concepción de Nozick, y de la responsabilidad que conlleva lo que se predica, hace falta una cierta cantidad de dinero para que ese Estado pueda funcionar.
El caso de defraudación fiscal evidenciado por el SAT presenta tres aristas sobre las que es necesario reflexionar. Una se refiere a la falta de ética y valores de los personajes implicados. Ciudadanos que votan, opinan, participan en la política, pero que les importa un soberano banano el bienestar colectivo -al que dicen contribuir con sus empresas- o la responsabilidad que conlleva la vida en sociedad. Seguramente son vecinos nuestros que se quejan de que el país no avance, mientras huyen de la responsabilidad fiscal y muestran la miseria moral con la que actúan. Otra se centra en el delito cometido al no pagar los impuestos que les corresponden, despreocupados por los millones que evaden y que son necesarios para ese Estado del que viven y al que venden sus productos. La tercera y última, apunta a la sospecha de que de los Q6,400 millones adquiridos por el Estado es presumible que también se hayan apropiado de una jugosa cantidad y que realmente no vendieran nada o solamente parte de lo que dicen.
Somos un Estado fracasado por falta de valores individuales y de responsabilidad, y eso se construyen en la familia, en el grupo cercano y se perfecciona en la vida social. Mientras sigamos aplaudiendo al “chispudo” no avanzaremos ni un milímetro en desarrollo. Algunos roban o abusan porque el resto -quizá la mayoría- se lo permitimos. El prepotente lo es porque el débil se lo autoriza con su actitud, y esa maldita justificación del miedo únicamente encubre la falta del ejercicio responsable que a cada uno le toca.
Se sustraen medicamentos de salud con el silencio cómplice de quienes lo saben y no lo denuncian. Se contratan plazas fantasmas en el Congreso con autorización callada de aquellos que dicen “no querer problemas”, pero que con su actitud cobarde los consienten. Se forman segundas y terceras filas en el tráfico porque siempre hay alguien que cede ante esos energúmenos abusadores.
Y es que la omisión termina siendo tan perjudicial como el actuar delincuencial, irresponsable o abusivo. Somos una sociedad callada que acusa los golpes silenciosamente, se queja en voz baja y permite el abuso por costumbre y por temor. Incapaces de salir del cascarón del silencio pretendemos, sin embargo, que otros hagan las cosas por nosotros, como en esta ocasión lo ha hecho el SAT, y que sea él y su entorno quienes asuman el riesgo.
Un país no progresa con cobardes -por muy duro que suene- mucho menos con pusilánimes que huyen del momento en el que la vida nos coloca a todos tarde o temprano. Cada uno debe de ejercer su responsabilidad, que en muchas ocasiones ni siquiera imaginas cual será ni en qué momento llegará. Es hora de dejar a un lado la justificación miedosa, porque eso es precisamente lo que aprovechan los autoritarios, los delincuentes, los mafiosos y todos esos personajes que nos matan poco a poco, y destruyen el futuro de nuestros hijos.
Una loa al SAT, no sólo por el caso públicamente denunciado, sino por el arrojo que ha tenido en asumir la responsabilidad histórica en la que la vida lo ha puesto.
¡Mis respetos señor!
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