El alcohol no es la respuesta, pero si bebes suficiente quizás olvides
la pregunta
Me llama
poderosamente la atención -y lo rechazo de entrada- la cantidad de botellas de
bebidas alcohólicas que se consumen en la celebración de cualquier evento. Comienzo
a creer que la magnificencia del mismo -y la consecuente impresión que pretende
generar- estriba en la exhibición de bebidas alcohólicas presentes sobre y
debajo de la mesa (como reserva). La visible devoción al dios Baco pareciera
ser la carta de presentación de todos esos festejos. En esas condiciones es
natural que los jóvenes que celebran su graduación, quince años o similar
-mayormente menores de edad- creen haber alcanzado -por vestir tacuche o traje
largo- un grado suficiente de responsabilidad. Van de mesa en mesa ingiriendo
cualquier cantidad de bebidas espirituosas y es muy normal -quien no lo ve es
porque no se preocupa- que antes de la medianoche los baños del hotel o del lugar
de celebración -por no hablar de otros oscuros rincones- estén repletos de adolescente
con ojos vidriosos, estómago vuelto e incapaces de articular dos frases encadenadas
y coherentes. La bebida les hace mella. Literalmente están borrachos. Creo
haber asistido a suficientes eventos sociales para contar con la muestra
necesaria que me permita sustentar lo que pienso. No soy mojigato, por lo que
tampoco hay nada de prejuicioso en cuando manifiesto al respecto.
Padres, familiares,
amigos e invitados -felices todos ellos- ignoran o consienten el bochornoso
espectáculo, mientras departen y chupan
a ver si alcanzan similar grado de abstracción al de sus “adultos” hijos. En el
caso femenino, falta anunciar por los altavoces del lugar que ir en esas
condiciones y con zapatos de tacones es deporte de alto riesgo. Sin querer -queriendo-
se promueve el alcoholismo y la irresponsabilidad en su ingestión. Me gustaría ver
-cuando me toque lo propondré- un colectivo de padres que organice la fiesta
con música, comida, baile, atracciones y únicamente refrescos sobre la mesa.
Una fiesta “más aburrida”, pero consecuente con la educación y la
responsabilidad que exigimos a nuestros hijos, quienes en poco tiempo dispondrán
de carro de esos que cada viernes/sábado puede matar a alguien o estrellarse y
dejar una vida sesgada en el asfalto, no siempre la propia. Para que el alcohol
no falte, repartan tres/cuatro vales por adulto, pero no lo pongan disponible
para menores. Vayan a buscarlo a una barra común en lugar de dejarlo sobre las
mesas para que los celebrantes lo ingieran a su antojo y mucho menos promuevan
o celebren su ingestión. No se puede ser hipócrita en los postulados que como
sociedad decimos defender y quejarnos cuando les venden alcohol en otros
lugares. Hay que fomentar la libertad con responsabilidad, pero no mostrar que
todo vale mientras lo hagamos a escondidas. Caeremos en esa doble moral en la
que, como en USA, se puede manejar una Suburban
a los 16, emplear un armar o un misil en combate a los 18, pero es imposible tomar
alcohol hasta los 21 años, ¡vaya a ser que “pase algo”!
Ser padres implica
algo mas que pagar una fiesta donde lucir bonitos vestidos y hacer gala de refinados
gustos. Es preciso igualmente observar reglas de comportamiento, exigirlas y
hacerles ver a nuestros hijos -menores de edad- que apenas han alcanzado un pequeño
hito en la vida y que no son más hombres (ni más mujeres) porque terminen a
gatas durante una fiesta que irresponsablemente pagamos e inconsecuentemente
promovemos. No es en todas, pero sí en demasiadas.