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lunes, 27 de diciembre de 2021

Ley contra el Femicidio: un arma letal

El derecho de defensa o de ser oído antes de tomar una medida cautelar, se obvia mientras le dan la razón absoluta y única a la denunciante

Cuando se aprobó la ley contra el femicidio y otras formas de violencia contra la mujer, se prendió una luz de alarma porque los jueces acogían las denuncias con presunción de culpabilidad, algo que se debatía en otros países como un error jurídico que tenía que corregirse. Aquí, “más papistas que el Papa” -y siempre tarde-, se aprobó el texto del que ahora se cuestiona lo que se discutió en otros lugares. Se había advertido, pero ciertas tendencias fueron más persuasivas que muchas razones y experiencias de otros lugares.

Tras la denuncia, y siguiendo el protocolo, el juez ordena “al presunto agresor” no acercarse a la “supuesta víctima”, no intimidarla y cuestiones similares. Sin embargo, no es de recibo que en el marco de un Estado de Derecho ese proceder tenga sustento filosófico-jurídico alguno, menos que la norma sirva como arma arrojadiza. Cuando los hechos son ciertos -la mayoría de veces- el resultado es evidentemente útil y positivo, pero una ley que debería servir para proteger a mujeres agredidas no debe utilizarse por ciertas mujeres maltratadoras. Lamentable y triste que sean féminas quienes hagan uso inadecuado de leyes hechas para protegerlas. Un artilugio legal y servil del feminismo radical moderno, utilizado, además, por muchas de quienes se quejan del abuso o inoperancia de la justicia. 

El proceso es simplista y acusatorio. Se interpone una denuncia aduciendo violencia -psicológica la mayoría de veces- y el juez aplica el protocolo y ordena que el “agresor” no intimide a la “víctima”, aunque esté a miles de kilómetros, sea periodista que revela actos de corrupción, fiscal que persigue a la encartada por ciertos delitos o funcionario que anuncia incumplimientos fiscales. El hombre queda emplazado y ellas, en sus redes o medios, se burlan del machoman en un acto de pírrica victoria. Además el juez -o la jueza, que de todo hay- ni siquiera llama al acusado para que, al menos, pueda decir que no conoce a la señora o no sabe donde vive, con lo que le será muy difícil mantenerse alejado de un domicilio desconocido. En otras palabras: el derecho de defensa o de ser oído antes de tomar una medida cautelar, se obvia mientras le dan la razón absoluta y única a la denunciante. Una vez decretadas las medidas cautelares, las encartadas -y sus respectivos séquitos- presumen de ello, alientan el poder que tienen y advierten de seguir utilizando el bisturí de la “violencia contra la mujer” para amputar la dignidad del hombre. A modo únicamente de información -por si acaso-: la ley fue utilizada por Sandra Torres, Karina de Rottman y Rosana Baldetti, entre otras ilustres damas que, como dijera Cervantes, adaptándolo a los tiempos: de cuyo nombre no “debo” acordarme.

No hacen faltan jueces formados -que también es necesario- sino leyes claras que no requieran de interpretaciones -siempre subjetivas- de funcionarios judiciales ni de presiones mediáticas o políticas. Si permitimos que se utilicen esas herramientas legales para agredir, estamos dinamitando los derechos que se pretenden proteger. Es necesario -¡a ver si las feministas que se indignan cuando les interesa lo hacen!- modificar el proceso y los protocolos. No hay que anular la protección legal que se otorga, pero tampoco obviar que el señalado tiene el derecho a ser escuchado antes de emitírsele orden de alejamiento. Y una más: las denuncias espurias o malintencionadas deben castigarse con el doble o triple de la pena que tenga el acto denunciado.  No más injusticias en nombre de la justicia; no más hembrismo para combatir el machismo ni mucho menos aplaudir acciones que destruyan el poco Estado de Derecho que tenemos. 


lunes, 20 de diciembre de 2021

Hay que repensar el modelo social

En esta sociedad, las formas han ocupado el espacio del fondo y mientras se guarden las apariencias casi todo está permitido

La Navidad -tiempo de buenas intenciones, al menos para algunos- es un excelente momento para reflexionar sobre por qué gran parte de la juventud guatemalteca no aspira a ser bombero, doctor, ingeniero o abogado, sino que desea ser gringo o europeo. Es decir: dejar el país.

Una parte sustancial de jóvenes -mayor cada día- visualizan su futuro en otras latitudes. No me refiero a quienes ya migran jugándose la vida porque aquí no encuentran oportunidades, producto de una sustancial falta de desarrollo y otras cuestiones relaciones con la seguridad y la falta de certeza, sino de universitarios que, teóricamente, cuentan con mayores posibilidades de encontrar un puesto de trabajo bien remunerado. La organización político-social no les sirve ni satisface sus expectativas, y solamente encuentran en la migración las oportunidades que aquí se les niegan. Apuestan por universidades extranjeras o por desarrollar su profesión fuera del país.

Muchas cuestiones -junto a la que se suele considerar más importante: la económica- conforman ese sentimiento. Pasear libremente, tomar un café en la calle, volver a casa de madrugada sin miedo, acceder a un parque con hijos o la pareja, contar con garantías jurídicas y respeto a los derechos individuales, y muchas más, integran ese cúmulo de insatisfacción que torna la mirada a otros lugares.

En parte, la política nacional, cada vez más mafiosa, desencanta a una juventud que, además, ha crecido con valores muy diferentes. Sumado a ello, el extremo conservadurismo nacional presiona a los jóvenes de manera sustancial y “les obliga” a graduarse, casarse, tener hijos, y llevar a cabo un comportamiento estandarizado, esperado, y, sobre todo, a ser hipócritas porque lo importante no es lo que se hace sino lo que parece hacerse. En esta sociedad, las formas han ocupado el espacio del fondo y mientras se guarden las apariencias casi todo está permitido. Un botón de muestra: la cantidad de moteles que hay en el país, porque es necesario esconder la vida real y negarla con otra “políticamente correcta” ¿Conoce usted un país occidental con tal cantidad de tugurios en los que hay que refugiarse para besarse o tener intimidad? Yo no.

A los jóvenes se les pide un comportamiento sujeto al conservadurismo religioso y social existente, aunque ellos practican una vida virtual y ven otros mundos en que las cosas son muy diferentes, y reaccionan. No desean estar permanentemente vigilados, tener que regresar a las 11:00 pm a casa ni mucho menos adoptar un comportamiento que requiera de la aprobación social para no ser criticados. Desean la libertad que su generación ejerce en Europa o en los Estados Unidos que, sin estar exenta de responsabilidad, no les oprime como un corsé. En el fondo, no desean ser tan hipócritas como hemos sido -y somos- las generaciones precedentes, donde todo vale siempre que no trascienda el círculo de confianza. Se roba, se engaña, se le ponen los cuernos a la pareja e incluso se mata, pero todo debe de hacerse de forma que parezca que aquí no ha pasado nada ¡Al carajo gritan las nuevas generaciones!, y piensan que ellos lo harían mucho mejor, pero tampoco se les deja, limitándolos con prohibiciones constitucionales de edad.

El mayor fracaso de un Estado, de una sociedad, no es figurar en esas listas de estados fallidos sino que sus propios habitantes huyan porque no le sirve para nada, mientras encuentran afuera la esperanza que aquí nunca tendrán. Somos una sociedad que no gusta vernos reflejados en el espejo, pero creo que hay una enorme deuda con quienes claman más libertad, oportunidades y respeto: los jóvenes.

lunes, 13 de diciembre de 2021

“Calumnia con audacia; siempre quedará algo”

Jamás un asunto se ha tratado -en radio o TV- por diferente razón a que estimamos que era merecedor de ser conocido

Las mentiras y los calumniadores son de vieja data; antigua práctica de oscuros personajes. Modernamente cuenta con la ventaja de las redes sociales que manipulan sin comedimiento alguno y, generalmente, de forma cobarde, escondidos detrás de perfiles que ocultan su identidad, aunque no sus viles intenciones.

Desde que iniciamos el programa ConCriterio los enemigos no han dejado de intentar silenciarnos, con el mejor maquiavelismo tropical y sin importar el medio utilizado. Insultos, descréditos, denuncias falsas, acusaciones infundadas, acoso en redes e intentos de amedrentamiento utilizando la justicia como arma e incluso a la familia como blanco, han sido, y son, acciones frecuentes. Lo intentó el delincuente de Baldizón -detenido, juzgado y encarcelado en USA-, el varias veces antejuiciado -y pendiente de ser investigado- de Felipao, el “capo di tutti capi” Gustavo Alejos, el farfolla de Méndez Ruiz -todos ellos señalados por Estados Unidos- o el extorsionador de Sinibaldi, además de otros impresentables y sus correspondientes séquitos de concubinos bufones ¡No nos hemos doblegado ante nadie y seguiremos sin hacerlo! 

Claudia, Juan Luis y yo, discutimos diariamente los temas a abordar, los analizamos, meditamos y damos prioridad a aquellos que consideramos de actualidad. Jamás un asunto se ha tratado -en radio o TV- por diferente razón a que estimamos que era merecedor de ser conocido, debatido e informado, y no siempre hemos estado todos de acuerdo. No ha influido la ideología, la presión ni muchos menos la compra de aquello que se expone. Seguramente nos hemos equivocamos a veces en cómo abordarlo o no contamos con los mejores interlocutores -no todo el mundo está dispuesto a hablar- porque es condición humana el error, pero es todo lo racional y éticamente achacable a nuestra labor.

Vivimos uno de esos momentos de embate frontal de cierto cártel de difamadores -iniciado contra Juan Luis, recientemente conmigo y con visos de hacerlo contra Claudia- que es lo que se puede esperar de esos esperpentos manipuladores. Luchan por impedir que se evidencien las mafias que persisten en las instituciones públicas, que no se señalen actos de corrupción pasados y presentes o que sean absueltos profesionales del delito que guardan prisión. Para ello, promueven señalamientos con el ánimo de afectarnos, cohibirnos y lesionar tangencialmente la reputación, porque algunas personas -pocas afortunadamente- creen lo que destila la bilis de esos mamarrachos.

En un reciente estudio, titulado “Periodistas bajo ataque”, el analista Luis Assardo hizo un análisis detallado relacionado con ciertos grupos que difunden este tipo de mensajes. Identifica a Ricardo Méndez Ruiz en el rebaño y a sus incondicionales prosélitos, personajes pertenecientes a una clica de mercenarios que se dedican a difamar a tiempo completo. Del grupo, uno huyó a Chile durante el conflicto armado interno, porque nunca supo hacer otra cosa mejor que esconderse; otro, un inmaduro y fracasado abogado, intentó ser decano para incidir en las pasadas Comisiones de Postulación, pero sensatamente le fue impedido; ambos se rodean de una anónima casta de alborotadores profesionales que lucran con la mentira, y ninguno trabaja en actividad lícita conocida.

Ahí va el mensaje: NO LOGRARÁN NADA, y no porque seamos manipuladores -como ustedes-, sino porque la razón y los hechos están de nuestro lado, y nos asisten. Se estrellaron contra un muro de decencia y de fortaleza, y da igual lo que intenten. Seguramente continuarán insultando -porque les reditúa y es lo mejor, y quizá lo único, que saben hacen- o denunciando falsamente -ruido de un par de días en redes- pero es cuestión de tiempo evidenciar más detalladamente sus actividades y, sobre todo, la identidad de sus abyectos financistas. 


Listas abiertas o cerradas: el debate inacabado

Los partidos políticos son organizaciones que median entre los ciudadanos y el poder político o que implementa su programa de gobierno

Votamos a partidos políticos y son ellos quienes previamente confeccionan las listas de los diputados y los colocan en el orden que consideran oportuno. De esa cuenta -y teóricamente- la curul es del partido porque establece el listado en que figuran los elegibles y recibe el voto del ciudadano, aunque en la práctica no sea así. Para corregir ese control partidario absoluto, hay propuestas de abrir las listas y que cada votante elija al candidato que desee, aunque desconozco si serán nuevamente los partidos políticos quienes los propondrán en esta alternativa o se permitirá un listado infinito con todo aquel que desee participar. En ambos casos, creo que se dialoga en los extremos y no se llegará a solución equilibrada.

Los partidos políticos son organizaciones que median entre los ciudadanos y el poder político o que implementa su programa de gobierno si son elegidos para ello. En democracias modernas han sido de utilidad y generado una institucionalidad que redunda en beneficio del ciudadano al implementar el programa ideólogo que proponen. Otra cosa es que en ciertos lugares se hayan prostituido, lo que no anula el principio general indicado. Por ello, es necesario encontrar un equilibrio y tanto el voto directo como el voto al partido podría ser una mejor solución que optar por uno u otro en exclusividad. Se puede buscar una formula -dentro del marco constitucional- en la que los diputados nacionales sean elegidos por lista de partido y los distritales uninominalmente. O bien, que algunos de los distritales -para compensar- sean también elegidos por partido y el resto nominalmente, buscando un equilibrio numérico entre unos y otros, de forma que el partido político no acapare la totalidad -como ahora- ni el voto abierto anule la esencia de aquellos.

Establecido lo anterior, habrá representación partidaria nacional y distrital y representación distrital y territorial personalizada, lo que generará un mayor equilibrio de poder al diluir aplanadoras que han mostrado absolutamente perversidad. Además, se debería exigir que los diputados distritales -electos en listas abiertas o por partido- hayan estado censados en dicho distrito al menos los últimos cinco años previos a la elección, o periodo de tiempo similar que impida o dificulte el oportunismo en función del interés político o personal del candidato.

Hay que sumar a lo anterior la necesidad de incluir como opción de voto el concepto “No voto por nadie”, para que el ciudadano, inconforme con todas las candidaturas, pueda manifestarse y se pueda hablar de “elección” y no de “selección”. El “voto por nadie” dejaría vacantes las curules que correspondan a su conteo, lo que podría impedir mayorías cualificadas o que requieran un número de diputados que quizá, al haber curules vacías, no se alcance, que sería justamente el reflejo de la representación democrática.

En definitiva, la elección -no la selección- supone la capacidad del ciudadano de votar por quien desee, y cuando aquello es imposible, al menos es conveniente establecer una formula que permita disentir con los listados propuestos, evitando así la promoción de vehículos electorales y no partidos políticos con programas de largo plazo.

El reto está en ver si eso se puede conformar alejado de los extremos y evitar que se siga utilizando el partido y su financiamiento como un elemento para llegar al poder a través de una inversión que luego se rentabiliza a través de la corrupción o el nepotismo.

El marco teórico está suficientemente definido, los detalles se pueden complementar en pocas semanas y falta, como siempre, la voluntad de hacer la cosas y el carácter necesario para exigirlas por parte de la ciudadanía.