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lunes, 29 de agosto de 2022

Implosión del sistema desde la legalidad

Considero que hay espacios dentro del marco legal para intentar cambiar las cosas, al menos antes de irse a la confrontación caótica

Creo no exagerar al afirmar que la mayoría de los ciudadanos guatemaltecos -vale para otros países- estamos hartos del sistema político. La rampante, progresiva y descarada corrupción, la depredación del presupuesto nacional, el atorado y atolondrado sistema de justicia, la falta de servicios sociales por falta de interés en hacerlos funcionar, las coimas y privilegios de los mafiosos de turno y, en general, el desastre nacional que hemos construido, y tolerado por años, nos frustra, enoja, aturde…

Muchos funcionarios se recetan un seguro privado de salud pagado con fondos públicos, en lugar de asistir al IGSS; los sindicatos pactan sin escrúpulos bonos, regalos, prebendas y extras para engrosar salarios artificialmente; los alcaldes se reparten fondos comunitarios por medio de empresas propias o de allegados para la construcción de obra pública; los diputados prorratean cuotas de poder en ciertas instituciones y las engordan con plazas fantasma para amiguetes y, en general, el Estado es una piñata que golpeamos continuamente, aunque nadie reconoce su culpa.

Los decentes aparentes -que cada vez quedan menos- se preguntan qué se pueden hacer para que esto no continúe, y suelen atender peroratas de filósofos políticos, sesudos analistas o conferencistas de esos que te elevan la moral a golpe de mensajes-fuerza. Sin embargo, cada cuatro años, y a pesar de toda la energía dilapidada, repetimos lo mismo y elegimos al “menos malo” que cada vez más es el peor de todos.

No soy partidario de la revolución fuera de la ley porque ofrece motivos al autoritario para aplicarte sangrientamente las normas que se eluden. No me gusta el estilo revolucionario-progre chileno de quema de buses, destrozos de edificios o peleas callejeras con la fuerza pública. Considero que hay espacios dentro del marco legal para intentar cambiar las cosas, al menos antes de irse a la confrontación caótica. 

En el caso nacional, la ley electoral y de partidos políticos introdujo la posibilidad de repetir elecciones con una porcentaje de votos nulos, y ahí puede estar la solución. Algunos consideran que no sirve para nada, versión que no comparto, porque nunca se ha experimentado. Lo que si se repite hace tiempo es elegir al menos malo y eso termina por costarnos demasiado, cada vez más. De esa cuenta, probar otra forma, aunque pensemos que no sirve, no nos hace perder nada, ya que estamos más que perdidos.

Si en las próximas elecciones usted no encuentra un partido político libre de mafiosos o delincuentes, en el que no haya exconvictos, acusados de corrupción, narcotráfico y crimen organizado o no se compromete firmemente a hacer cambios serios, sencillamente no lo vote, y vote nulo. Si la repetición electoral no arregla nada, al menos habrá intentado hacer cambios desde la legalidad, y no repetir lo de siempre que ya sabe cómo termina. Me preocupa -cada vez más- que, sin advertirlo, nos estemos embadurnando de un cierto conformismo que favorece a muchos de los que son contratados en el sector público quienes compadrean con los partidos por los que votan, y eso los hace cómplices de la situación que vive el país.

No se deje engañar. Si usted no hace algo -y acabo de presentarle una salida que puede funcionar- será cómplice de lo que venga, por guardar silencio, no participar activamente o acomodarse a lo que sabemos certeramente que será un desastre. Si ve candidatos honestos y aceptables, actúe en consecuencia, pero ha llegado el momento de ser ciudadanos responsables y no quejarse sistemáticamente sin haber probado soluciones legales diferentes para el necesario cambio -que las hay-, aunque considere que no son las mejores.

lunes, 22 de agosto de 2022

El empedrado camino al infierno

Da la sensación de que únicamente se utiliza el miedo como elemento selectivo para no asumir la responsabilidad que toca

Hay quienes machaconamente asimilan lo que ocurre en Nicaragua con lo que pasa en Guatemala. Afortunadamente estamos muy lejos del país de los Murillo-Ortega, y ellos lejos de Venezuela y a años luz de Cuba, dos sangrientas dictaduras olvidadas en esas comparaciones, porque han sido aceptadas por muchos como modelo político -especialmente la isla- y borradas como referente de autoritarismo y criminalidad estatal organizada.

De hecho, parte de quienes condenan la política nicaragüense -con toda la razón- se olvidan de señalar con igual intensidad a la cúpula de la iglesia católica y su falta de reacción frente a la persecución que los Murillo-Ortega hacen de sacerdotes y monjas. Piadosamente -con argumentos que justifican el silencio- conceden el beneficio de la duda al Papa Francisco porque “en su mejor inteligencia y actuar” la postura que mantiene “pretende evitar males mayores”. Olvidan las matanzas en la Alemania nazi, y la falta de actuación contundente de Pio XII. La justificación, por cierto, fue igual que ahora; el silencio similar, y los resultados son por todos conocidos. No actuó de igual forma, sin embargo, el polaco Juan Pablo II que confrontó directamente al liderazgo ruso, y con su decidida actuación en países bajo la influencia de la extinta Unión Soviética contribuyó a su desaparición. Quizá pese mucho que aquello casi le cuesta la vida, por haber enfrentado y afrentado a la cúpula comunista. Agreguemos que Juan Pablo II reprendió públicamente y suspendió al sacerdote nicaragüense Cardenal -devoto del teología de la liberación y de la lucha armada-, y el actual Papá Francisco lo rehabilitó ¿Choque de visiones?

Por esta subregión en particular, el silencio ha sido -y es- cómplice de innumerables crímenes. Algunas personas no denuncian por miedo y otras evitan nombrar directamente al comentar ciertas situaciones. No está bien visto señalar con el dedo a los corruptos, delincuentes, narcotraficantes o políticos mafiosos, porque te “juegas la vida” y, en definitiva, estas sociedades se mueven con el miedo entre sus pliegues, producto de conflictos pasados. Es cierta esa carga histórica, pero es momento de dejar de justificarse con el miedo que, por cierto, parece estar ausente al pasar semáforos en rojo, engañar a la SAT, votar a inescrupulosos, saltarse las filas, atropellar y huir o empuñar un arma y amenazar. Da la sensación de que únicamente se utiliza el miedo como elemento selectivo para no asumir la responsabilidad que toca.

El miedo empiedra el camino al infierno, y con cada falta de carácter -ciudadano, político o clerical- lo único que hacemos es dejar un espacio para que el malvado, que no suele tener miedo -o lo supera-, ocupe un espacio que debería vetársele. El Papa calla y el dictador se envalentona e irrumpe en la morada sacerdotal, y se los lleva; el ciudadano guarda silencio, y el político le roba paz, dinero y futuro. Y todo ocurre bajo el paraguas de la prudencia, “vaya a ser que por actuar todo vaya peor”. La incertidumbre de una suposición impide actuar sobre hechos concretos, presentes y palpables que suceden, y personas mueren por ello, mientras los tiranos pasean por el mundo porque seguimos justificándolo por miedo.

Tengamos miedo al miedo y no nos escudemos en el miedo para evitar asumir compromisos ni frente a las circunstancias históricas que la vida nos pone delante. Callar las injusticias, los desmanes, no enfrentar a las dictaduras o hacer declaraciones timoratas, no es miedo, es huir de la responsabilidad cuando no mostrar bajeza moral, cobardía y falta de carácter.

¡Digámoslo sin miedo!, y dejemos de escudarnos en una justificativa prudencia o respaldar a otros, aunque sea el Papa.


lunes, 15 de agosto de 2022

El discreto placer de envejecer

Los tiempos cambian, evolucionan, y son modelados por circunstancias imprevistas consecuencia del natural fluir de la vida

Cuando se cumplen años -yo lo hago en estos días- se suele hacer una inexorable reflexión sobre el tiempo. Sobre el transcurrido desde que nacimos, pero también sobre el que resta, que a cierta altura de la vida suele ser menor al vivido. Hace mucho que crucé esa línea imaginaria y mágica a partir de la cual la segunda cifra -los años que quedan- es cada vez menor que la primera. Tiempo pasado por experiencias adquiridas, es una especie de conformismo espiritual que compensa la realidad de un final cada vez más cercano, aunque no sea inmediato.

No hay nada más preciso que el tiempo -incluso en sus más pequeñas fracciones- pero no es lo mismo pasar unos minutos debajo del agua que amando a alguien, ver nacer y crecer a tus hijos o soñar toda una vida en apenas pocos minutos. El tiempo es irrecuperable, inasequible y relativo, a pesar de ser matemáticamente exacto, porque genera percepciones que nos hacen perder “la noción del tiempo”, y lo torna una ilusión ¡Qué contrasentido! 

El tiempo es un juego de suma cero, una especie de ecuación lineal incierta en su resultado. Nacemos sin saber cuántos años viviremos pero, en la media que pasan, entendemos que van quedando menos. Aprendemos que con el paso del tiempo las escalas de valores cambian como consecuencia de vivencias, aprendizaje, errores, …, todo es “cuestión de tiempo” para amoldar el entorno a nuestras experiencias.

El tiempo todo lo cura, también muchas veces lo procura; todo lo compone y a la larga incluso lo descompone, y no se detiene. Ni siquiera el amor es capaz de parar el tiempo, aunque muchas veces reinicia el conteo según los momentos mágicos e imprevisibles del corazón. Desamores, desencantos, infortunios, perdidas de seres queridos y un largo etcétera de experiencias negativas se olvidan, o al menos se silencian y archivan, con el paso del tiempo. Una especie de borrador inteligente que las desvanece, aunque torna indelebles las positivas y los buenos recuerdos que los deja intocables, o los magnifica.

Todos hemos imaginado alguna vez qué haríamos si nos quedara un tiempo limitado de vida. Un año, seis meses o incluso menos, posiblemente un día, y quizá nos hayamos deprimido con solo pensarlo y rápidamente lo hemos sacado de la cabeza. La mejor conclusión parece ser que, al margen del tiempo que nos quede, hay que vivir la vida, y mejor vivirla como si fueras a morir mañana. 

Tampoco es del todo cierto que “tiempos pasados fueron mejores”, lo que únicamente sirve para condenar el futuro. Cada quien ha vivido intensamente “su” tiempo y colateralmente el de “otros” -antes y después del suyo- aunque gustamos de resaltar “el nuestro” porque es aquel en el que las experiencias se acumularon más intensamente, mientras descartamos las limitadas del pasado o los temores del porvenir. Los tiempos cambian, evolucionan, y son modelados por circunstancias imprevistas consecuencia del natural fluir de la vida. Es un tanto verdad aquello de “se le pasó el tiempo” o “no hay que perder el tiempo”, porque la vida discurre a una velocidad que casi no somos capaces de advertir, si no pregúntele a quienes no pueden disponer libremente de su tiempo.

El tiempo nos cambia, nos hace madurar, nos desgasta, nos llena de cosas -algunas inservibles-, nos moldea y nos embellece. Hace fluir la razón, la paciencia, el saber, los recuerdos, pero también los sentimientos, la añoranza, el otoño del amor, la esencia de la vida… 

Hoy, con un año más en esa escalada de la vida, el tiempo me habla en silencio con cierto desdén y melancolía.


lunes, 8 de agosto de 2022

El claroscuro de la política nacional

Quienes someten realmente el país integran un staff entre bastidores que concentra el poder y el control de los interruptores necesarios para ello


Cada cuatro años, con precisión matemático-legal, sostenemos una repetitiva y contumaz discusión social sobre cuál será la dupla más adecuada de candidatos presidenciales para administrar el país, amén de los diputados y alcaldes. Como los votantes no convergen en una suficiente mayoría que legitime cualquiera de las opciones, casi siempre la discusión se zanja tras seleccionar a los menos malos.

Al poco de acceder los electos al cargo -esto también es recurrente- se produce un enorme desencanto social porque las expectativas no se ven satisfechas y lejos de quedar ahí el problema, comienza la rampante corrupción en sus diferentes manifestaciones: obra pública, pactos sindicales, reparto presupuestario, compras sobrevaloradas, y un largo etcétera sobradamente conocido ¿Por qué se reproduce sistemáticamente ese modelo? ¿Acaso todos los candidatos que elegimos llevan en su “genética política” el germen de la corrupción? La respuesta no es sencilla salvo que aceptemos que hay un eje permanente y transversal a todos los gobiernos -o a la mayoría de ellos- que oculto e invisible, actúa tras bambalinas y pudre el sistema. 

Desde tiempos de la UNE, Gustavo Alejos se constituyó como un poder manipulador que continúa hasta la fecha, a pesar de los procesos abiertos en su contra. Las declaraciones de Sinibaldi y Valladares evidencian cómo un colectivo de diputados recibió dinero para aprobar leyes o tomar ciertas decisiones. Y no dejamos de ver denuncias y presencia de militares que, alejados de la milicia, realizan labores relacionadas con inteligencia, narcotráfico, maras y crimen organizado, entre otras.  Todos ellos actúan concurrentemente, no siempre asociados, con el fin de perpetuarse y contar con el control real del país, por medio de acumular poder difuso, independientemente de quienes sean depositarios del poder legal.

El modelo es muy simple y efectivo. En época electoral prestan sus servicios a candidatos/partidos que requieren votantes, publicidad o atacar al contrario. Hemos visto por años utilizar el colectivo de los patrulleros de autodefensa como grupo de presión, pero también como ciertos personajes son capaces de movilizar Departamentos y municipios con regalos, promesas, almuerzos, rifas y cuestiones similares. Cuando los apoyados por ellos son favorecidos con el voto -que es casi siempre- les reclaman espacios y el pago por la contribución preelectoral o bien chantajean y someten a las autoridades electas porque conocen perfectamente sus vidas, y las tienen documentadas. A partir de ahí se dispara la corruptela, el favoritismo, el nepotismo y el gobernante comienza a confrontar a la población que lo voto ¿Le suena eso?

Quienes someten realmente el país integran un staff entre bastidores que concentra el poder y el control de los interruptores necesarios para ello. Quizá esa sea la razón del porqué nos “equivocamos” por décadas al elegir a unos u otros, y es que soslayamos que siempre están ahí los mismos mercenarios, aunque con el tiempo se han ido sofisticando y adaptando a los cambios. 

La corruptela en puertos y aeropuertos sigue una línea de “tradición familiar”, al igual que el control de aduanas, pasaportes, migración, obra pública, proveeduría al Estado, ciertas universidades -especialmente la estatal-, colegio de abogados y notarios, municipios cercanos a la frontera, etc. Desmantelar esos grupos debería ser el objetivo político-judicial primordial de un candidato con mínimo grado de decencia política aunque el problema no será encontrar al político, sino que esas fuerzas permitan que pueda ser elegido sin su apoyo, aquiescencia y permiso.

Ahí tiene un importante aspecto a considerar en su voto 2023. No a partidos que incluyan a mafiosos ni estén relacionados con ellos. Sea responsable y comienza a asumir el destino del país.

lunes, 1 de agosto de 2022

Del caos al orden y viceversa

La detención del director de elPeriodico es muy grave, particularmente porque no se sabe si lo fue por cuestiones personales o profesionales

Detener a un periodista, empresario, sindicalista o catedrático, no es, como muchos han coligado frívolamente, atentar contra la libertad de expresión/prensa, empresarialidad, sindicalismo o libertad de enseñanza, salvo que la persona sea arrestada como consecuencia del ejercicio de su profesión y no por sus acciones individuales. Algo tan obvio y racional se olvida con frecuencia, y emocionalmente, de forma gremial o por ese indescriptible y morboso placer de los “likes”, hay quienes se colocan del lado de afectado -aún sin conocer los hechos- y apuestan por una versión presentada como verdad incuestionable, antes de haber comenzado a debatir con pruebas concretas lo que sucedió. Nos acostumbraron -y aceptamos- condenar o defender a personas antes del juzgamiento en tribunales, sólo por lo que “se decía” de ellas. La verdad oficial se tornó verdad judicial y ahora predomina la verdad mediática o de redes, sin advertir cuánto socavamos con ello el Estado de Derecho que reclamamos.

La detención del director de elPeriodico es muy grave, particularmente porque no se sabe si lo fue por cuestiones personales o profesionales. Si por su actuar individual es acusado de cometer un delito -y se termina probando- seguramente ciertos medios de comunicación/periodistas sufrirán un embate importante en su credibilidad, al asociarse a la persona con lo que pudo haber publicado su medio. Pero si la captura obedece a que las publicaciones del medio molestan a políticos, el escándalo tomará proporciones inimaginables porque el aparato gubernamental-judicial habrá operado contra una de las manifestaciones más importante en democracia: la libre expresión.

A la fecha, y con la información disponible -no digamos la que se tenía hace tres días- es difícil ofrecer una explicación suficientemente racional más allá que aquella emocional basada en el sentir y parecer de cada uno. Quienes creen al periodista, descalificarán la acción del MP, y viceversa, quedando un grupo en medio que prefieren esperar a tomar una postura en la medida que los hechos se conozcan. Me uno a esta última porque la prudencia y la sensatez -no el miedo ni la timidez- aconsejan permanecer hasta que haya elementos de juicio suficientes, que hay que reclamar urgentemente.

Es de poca discusión que los sucesos han provocado perplejidad y reacciones fuertes y diversas, especialmente en estos momentos de polarización nacional a la que algunos nos conducen y muchos se dejan arrastrar. Un MP que no presente la acusación suficientemente sustentada y con hechos fácilmente valorables, quedará totalmente descalificado -al igual que el juez que decretó las actuaciones- y no podrá dar marcha atrás en la sensación que generen. Pongo el énfasis en el ente acusador porque lo que hay que demostrar es la culpabilidad, nunca la inocencia.

El caso me perturba y crea una sensación difícil de describir, que no es diferente del efecto que me produjo la ola de comentarios que crearon una opinión publicada presentada como verdad indiscutible, a pesar de desconocerse las circunstancias precisas. Nos acostumbramos a que el ruido se sobreponga a la razón y se construya una verdad mediática difícil de confrontar aun con otra judicial o real, y me preocupa porque no es la primera vez que ocurre sino que se incrementa con el tiempo. Quienes se dejan llevar por esos mensajes iniciales, repetidos hasta la saciedad, conceden autoridad a aquellos que los promueven -falacia de autoridad- y aceptan a pies juntilla la versión publicada. Pareciera que el siglo XXI nos ha vuelto más analfabetos funcionales de lo que pensamos, a pesar de tener mejor acceso a la educación y a información plural.

(Esta columna se cerró el lunes 1 de agosto a las 14:00 horas).