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lunes, 30 de octubre de 2017

Déficit jurídico

La triste realidad nacional evidencia muchas cosas a las que hay que prestar atención

He leído atentamente la última sentencia de la CC en relación con la pena de muerte. Básicamente aborda dos enfoques. Uno, se refiere a la apreciación de la peligrosidad del sujeto procesado. Otro, hace mención a la inclusión de nuevos delitos castigados con pena capital después de la firma de la Convención Americana sobre Derechos Humanos (Pacto de San José), algo que no podía hacerse. La CC en una controvertida sentencia -como alguna de las últimas emitidas- empaqueta todo, concluye que esos máximos castigos deben desaparecer y vacía de contenido el artículo constitucional que permite la pena de muerte. No soy partidario de que el Estado pueda ejecutar personas bajo ningún concepto o circunstancias, pero tampoco de sentencias justificadas con peculiar retórica y fines previamente establecidos o fundamentadas con razonamientos excluyentes de otros puntos de vista y sólido análisis jurídico.
La peligrosidad del imputado como elemento determinante para emitir la máxima sentencia: la muerte, puede ser supuesta a futuro pero también demostrable, algo que obvia la CC cuando razona y se decanta únicamente por la primera opción. Un grave historial delictivo continuado, cierta situación patológica psicológica o psiquiatría y otras cuestiones -objetivas y evidentes- constatarían la peligrosidad del procesado y no a futuro, como alude continuamente la CC, sino en el presente, en el momento que se juzgan los hechos, porque hay antecedentes, situaciones y parámetros objetivos que así lo determinan. Por tanto, la justificación no puede hacerse abordando el tema en una única e interesada dirección: el futuro y la probabilidad de que ocurra, soslayando evidencias científicas que probarían que en el momento del enjuiciamiento el sujeto procesado reúne la cualidad de peligroso y puede ser sujeto de esa consideración por un tribunal.
En relación a la otra cuestión "Nadie será condenado por actos u omisiones que en el momento de cometerse no fueran delictivos según el derecho nacional o internacional" (art. 9) y Tampoco se extenderá su aplicación a delitos a los cuales no se la aplique actualmente” (art. 4-2), no hay mucho que decir salvo que debe cumplirse por haberse ratificado el Pacto de San José que compromete a ello. Al respecto, únicamente cabe evidenciar la falta de capacidad legislativa del Congreso al aprobar reformas de códigos o nuevas leyes que incluyen cuestiones vetadas por compromisos adquiridos. Un déficit legislativo al que nos tienen acostumbrados nuestros diputados, incapaces de asesorarse adecuadamente aunque diestros para fumarse normas que no observan mínimamente parámetros de legalidad, y hete ahí las consecuencias posteriores.
La triste realidad nacional evidencia muchas cosas a las que hay que prestar atención: escasa capacidad de emitir normas legales que se ajusten a parámetros de compromisos internacionales y constitucionales, excesivo protagonismo de la CC que termina por convertirse en legisladora política con cuestionadas sentencias e injerencia en otros poderes, proyección ideológica -caso de la pena de muerte- de sectores con incidencia en la justicia que proyectan sus objetivos por medios de cuestionadas decisiones y abuso del “debido proceso” que retrasa juicios por años utilizando maliciosamente amparos, recursos y recusaciones ¡Un caos o un cachondeo!, según se quiera percibir.

Es vital reconfigurar el orden jurídico-judicial. No se puede seguir con una CSJ que no es suprema, una CC que asume cometidos más allá de lo constitucional, un TSE que tiene instancias superiores o un “debido proceso” que es todo menos “debido”. Es inaudito este sistema positivista que complica la aplicación de la justicia y cada vez más deja dudas de que hasta lo bien hecho no lo está.

lunes, 23 de octubre de 2017

Algunos pendientes

El Congreso trabaja para evitar reformas clave y profundas de ciertas leyes

De un mes para acá, un ambiente enrarecido y un silencio sepulcral son los pilares que sostienen la impasible política nacional. Desde aquella encerrona forzada de los diputados como escarmiento a la mayor güichazada legislativa de la historia nacional -quizá también continental- no hay voz de congresista que se escuche más allá de las paredes de su domicilio, si es que ahí hablan. Tampoco el Ejecutivo ha dicho mucho -lo que dadas las circunstancias puede ser lo mejor- salvo fotos presidenciales inaugurando el eterno bacheo de alguna carretera o el discurso con ocasión del ascenso de dos generales. El silencio o la prudencia de “nuestros gobernantes” -producto de las continuas metidas de pata- es lo más destacable de la política nacional.
Desde afuera, sin embargo, nos han recordado lo mal que estamos. De una parte, congresistas norteamericanos solicitaron que se apliquen medidas más duras contra ciertos personajes de la farándula delictiva nacional. Concretamente que se les retiren las visas pero también que se pueda actuar, si así lo consideran las autoridades USA, contra su patrimonio, propiedades fuera de plaza y hasta negocios. Una advertencia que más de uno ha escuchado mientras le retumbaban los oídos. Por su parte, Standard and Poor´s redujo -no por placer- la calificación de la deuda soberana a BB-, lo que implica que las cosas se perciben peor que hace unos años y consecuentemente incidirá de forma negativa en la atracción de inversiones y subirá el interés de la deuda, entre otras muchas cosas. La dinámica económica y el desarrollo se reducirán o estancarán y en el corto y mediano plazo nos ira peor.
Hay una parálisis nacional. Hasta los tuiteros díscolos y expertos, esos que alentaban un golpe de estado blando para que siguiéramos igual que estamos -es decir jodidos- han desaparecido de las redes. Nadie quiere hablar porque la situación es compleja y las soluciones difíciles, y pocos toman un postura clara, racional y contundente. Son momentos en los que la mayoría prefiere callar para no hacerse notar, lo que no deja de ser una mediocridad incluso bíblicamente condenada, con aquello de: a los tibios los vomito.
Los antejuicios contra Orlando Blanco y Villate avanzan lentos. El de Arzú va al ritmo de la canción de moda -“despacito”- y no digamos los pendientes de hace casi un año contra otros podridos honorables. Se ha dejado de hablar del presupuesto 2018, porque, como siempre ha sido, es probable que se esté repartiendo -¡negociando dicen!- con lo antes mencionado y la elección de la próxima junta directiva del Congreso. Es decir, un fiambre de cosas pendientes -en consonancia con las fechas y la tradición- que nos comeremos como todos los años sin rechistar ni darnos cuenta, aprovechando el enfermizo optimismo nacional que ciega la asunción de una penosa situación de la que decimos querer escapar solamente entre dientes.
Sin embargo, como suele ser, las apariencias engañan, y el Congreso trabaja para evitar reformas clave y profundas de ciertas leyes. Por ahora discuten la LEPP y ya han desechado la creación de subdistritos y el voto nominal, con alegaciones justificativas que pretenden discutir cambios para no modificar nada y que el poder siga en esos vehículos electorales disfrazados de manipuladores partidos políticos.
Aquello de que la estupidez es querer que las cosas cambien haciendo lo mismo, parece ser la frase que resumen más adecuadamente la triste, paralizada, sin liderazgo y tortrix realidad nacional.

¡Hala, a disfrutar el pan de muerto y luego la Navidad, que en mi bella Guatemala nunca pasa nada, compadre!

lunes, 16 de octubre de 2017

Ética y legalidad

Somos una sociedad muy poco ética, una especie de club de inmorales          
                
Razones como: “ya devolvió el dinero” y por tanto no hay motivo para seguir con el tema, es mejor olvidarlo o pasemos página, escuchadas en relación con los Q50,000 mensuales extras que el Presidente de la República estuvo recibiendo del Ministerio de la Defensa Nacional, denota la gravísima y preocupante indolencia moral nacional. Al igual que en otras cosas, consentimos y permitimos -está en el ambiente- que ciertas reglas pueden vulnerarse un poquito. Algunos que así piensan, enarbolan el optimismo enfermizo tradicional y agregan que lo importante es seguir construyendo el futuro, empujar el país y seguir para adelante, y enjabonan su conciencia con el olvido. Desconozco cuantos admitirían que un empleado le pusiese a uno mismo un complemento salarial o que habiendo recibido dinero de forma incorrecta -aunque lo devolviese- le respetaría su puesto de trabajo, pero intuyo las respuestas.
Con parsimonia y justificaciones diversas, elevamos diariamente el nivel de tolerancia moral. Se comienza con eludir las filas porque llevamos prisa, se sigue haciendo el triple carril porque todos lo hacen, se continúa aceptando o pagando mordidas porque así ha sido siempre, nos pasamos la luz roja de los semáforos por seguridad y, finalmente, aceptamos que “nuestros amigos” o simpatizante puedan robar, extorsionar, engañar o corromper, porque ¿quién no lo ha hecho alguna vez?, además ¡ya lo devolvió! Y con esas simplezas cerramos los ojos y la discusión sobre valores ¡Somos una sociedad poco ética, una especie de club de inmorales con numerosos socios!
La teoría de las ventanas rotas -tolerancia cero- es muy antigua pero no ha calado todavía. Se comienza aceptando algo pequeño para terminar justificando cualquier aberración posterior, mientras se desdeña lo esencial. Observe alrededor suyo y note mo vemos con naturalidad que los buses paren en cualquier lugar, que muchos vehículos vayan sin luces, otros estén sobrecargados o admitimos que nuestros amigos “nos pueden dar cola” aunque haya quienes lleven horas esperando. Lo anterior se convierte en cotidiano y no nos alerta de que algo está mal. También sabemos que si tenemos un amigo que tiene otro amigo se puede acceder a tal o cual lugar con ventaja y buscamos precisamente hacerlo así. Igualmente, muchas gasolineras son utilizadas para acortar el tráfico, como lugares de paso antes de llegar, pocos metros después, al cruce real que es el que se debería de tomar. Y así, con esas reglas que se vulneran cotidianamente sobrevivimos sin advertir -salvo cuando salimos al exterior- que son violaciones constantes que tienen que ver con la legalidad y con la ética. El tiempo aumenta el nivel de tolerancia y para que algo parezca mal hecho cada vez tiene que ser más escandaloso.
El momento actual presenta ese debate: ética y legalidad, de ahí que con la ligereza propia de quienes no están dispuestos a cambiar lo más mínimo, se soslaye con un “déjalo que ya devolvió el dinero” sin asumir que lo grave -lo profundamente intolerable- es precisamente la falta de ética al haberlo recibido, y se llama corrupción. El resto, sin carecer de importancia, pasa incluso a segundo plano.

Me da la triste sensación de que en lugar de servir como aprendizaje y punto de partida de cambio, seguiremos aceptando ese tipo de posturas pero como ya dijera Savater: la ética comienza por uno mismo. No quiero ser cómplice, y nada ni nadie me hará cambiar de valores correctos ¡Allá cada quien cómo educa y cómo se comporta! Yo prefiero mirar a mis hijos correctamente a los ojos.