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lunes, 24 de octubre de 2022

Estoy saturado de estar harto

Muchos estamos hartos, pero como buenos esclavos, como felices súbditos, como lacayos, se nos nota poco y sonreímos a una miserable vida

Estoy cansado, decepcionado, desilusionado, podrido de la política nacional y regional, y de la poca calidad y escasa ética de la mayoría de los políticos. Repetimos constantemente lo de siempre, reflejo del pasado reciente, de nosotros mismos. Somos una bandada de papagayos quejumbrosos incapaces de levantar el vuelo, mientras aleteamos desde las ramas sin atrevernos a abandonarlas.

Estoy cansado de que el servicio exterior se llene de amigos, amantes y parientes que pasan del anonimato a cónsules, por el hecho de ser familiar de una “narcodiputada” o hijo de una verdulera y rústica televisiva. Extenuado de que el dinero público lo roben con abierto descaro y hundan el país un poquito más cada día. Furioso de ver cómo los magistrados de la Corte Suprema prolongan sus cargos con socarrona burla de quienes se sienten intocables. Podrido de ver despilfarrar alegremente dinero en componer himnos que nadie entonará o en una “marca país”, y que solamente servirán para estimular el ego de quienes lo promovieron desde sus cargos. Asqueado por el gasto millonario que diputados y otros taimados de la farándula política se recetan en seguros médicos, indemnizaciones, bonos, comidas, bebidas y combustible, mientras tenemos uno de los índices más altos del mundo en desnutrición infantil. Encolerizado porque se paguen jugosos salarios a jueces, magistrados, diputados, alcaldes y al binomio presidencial, para que constantemente muestren su incapacidad, falta de coraje, ineptitud o no den la talla en la resolución de los asuntos de interés público. 

Estoy realmente derrengado de que narcotraficantes, lavadores de dinero y delincuentes similares ocupen puestos en el Congreso o aspiren siquiera a ello, pretendiendo mutar su condición de criminal confeso o inútil manifiesto a “honorable” diputado. Exhausto de que esos vagos nos vean diariamente la cara y se rían de nosotros, mientras apenas nos queda tiempo para estresarnos en el tráfico, trabajar y mantenerlos. Hasta las narices -y más abajo- de extremistas y mercenarios de fundaciones que promueven continuamente violencia, mientras apuñalan mortalmente al país. Empalagado de sindicalistas depredadores que negocian sin escrúpulos bajo la mesa, mientras condenan a cientos de miles de niños a un terrible futuro. Abrumado de sostener un sistema ineficiente que pagamos carísimo. Molesto con farsantes que usan el nombre de Dios para justificar sus pérfidas acciones. Hastiado de que nuestros hijos y jóvenes no puedan obtener un puesto por méritos sin tener que acudir al favor del mandón de turno. Irritado de esperar meses para obtener un pasaporte. Cabreado de que la mayoría de las denuncias únicamente sirvan para formar parte de estadísticas de casos no resueltos. Exasperado de no poder caminar por las aceras sin tropezar, de que las calles se inunden cuando llueve, de que los tragantes no recojan las aguas, de los taludes que se caen, de los hoyos en las carreteras, de que se desmonte el país a puchitos. Estoy enfadado, endemoniado, ofendido, lastimado…, me repugna la situación nacional.

Muchos estamos hartos, pero como buenos esclavos, como felices súbditos, como lacayos, se nos nota poco y sonreímos a una miserable vida que nosotros mismos nos otorgamos con silencio y parsimonia. Sin embargo, no estoy lo suficientemente cansado ni mucho menos agotado para no denunciar, evidenciar, condenar, luchar y pelear contra ese hatajo de delincuentes que mantienen el país en condiciones de miseria y nos condenan al fracaso.

Si nace en un mundo en que no encaja es porque ha nacido para ayudar a crear uno nuevo, así que espero que usted también tenga energía, pero sobre todo que la saque en algún momento, antes de que por conformismo sea demasiado tarde para todos.

lunes, 17 de octubre de 2022

Psicópatas con banda presidencial

Creo que hemos establecido una especie de relación de dependencia tóxica con trastornados mentales que llegan al poder.

En un reciente seminario sobre información, periodismo y desinformación,  los presentes “advertimos” que hay un eje transversal en todos los países centroamericanos: la canalla. Nos hemos acostumbrado a que, cada vez más, los gobernantes pertenezcan a ese selecto club de mafiosos sofisticados, y ningún país de la región se escapa. Un populista deslenguado en El Salvador; un desquiciado violador en Nicaragua; un mentiroso compulsivo en Guatemala, una oportunista radical en Honduras y, a pesar de ser los dos países más punteros, tampoco se libran Costa Rica y Panamá. En charlas de sobremesa, se llega fácilmente a la conclusión de que cualquier ciudadano de origen, incluso con alto grado de idiotez o genéticamente predispuesto para la delincuencia o la locura, puede llegar a ser presidente de alguno de estos países; no hay normas para excluirlos.

Las exigencias constitucionales son pocas y además, la ciudadanía, tan contaminada como el propio liderazgo político, los ensalza, aclama y elige. Una especie de círculo pernicioso de estupidez humana en su grado superlativo que hace que nos embelesemos con esos personajes, los sigamos e incluso adoptemos sus formas. Nunca entendí muy bien ese afán de acercarse y fotografiarse con el liderazgo político y querer aparecer a su lado -como si fuera algo necesario o trascendente- pero mucho menos entiendo que se les vote.

Creo -esto requiere una fina interpretación psiquiátrico/psicológica- que hemos establecido una especie de relación de dependencia tóxica con trastornados mentales que llegan al poder. Ya no son ladrones, chantajistas o manipuladores, sino psicópatas, histriónicos, obsesivos-compulsivos o narcisistas, y la mayoría de ellos, seguramente, no superarían una evaluación médica básica sin que les fuera detectado alguna de esas chifladuras, o quizá otras muchos más graves.

Me da que no son conscientes de que matan, empobrecen o condenan de por vida a millones de personas, y tampoco parecen ser capaces de advertir que hay normas éticas en todos los aspectos de la vida, y la política no es diferente. Simultáneamente, son aplaudidos por un masa indolente de ciudadanos que los aúpa al poder, y de esa cuenta las elecciones libres y soberanas -como suelen ser la de la mayoría de los países centroamericanos, excepción de Nicaragua- los conduce democráticamente al sillón del que nunca piensan levantarse una vez se encaraman en el poder.

No es únicamente un tema judicial sobre corruptela o crimen organizado, sino algo más profundo y patológico. No podemos seguir eligiendo enfermos mentales -con diferentes manifestaciones- para que gobiernen con esas preocupantes formas y eso depende, en gran medida, de una ciudadanía responsable. Una vez en el poder son difícilmente reemplazables y lo que comenzó con robo de dinero público finaliza con torturas, acoso, encarcelamiento, expulsión de ciudadanos del país y condena de generaciones por años. Quizá alguien pueda verse reflejado en este triste contexto en cualquier otra parte del mundo, sin embargo es difícil encontrar una región tan pequeña y compacta -como la centroamericana- y que todos padezcamos este flagelo.

Las revoluciones violentas no tienen mucha cabida en un mundo moderno porque el ciudadano no está dispuesto a sacrificar ciertas cosas, a pesar del costo que representa la pasividad. Sin embargo,  hay formas, como el voto responsable, que suelen ser suficientes la mayoría de las veces para evitar que estos desequilibrados lleguen al poder. La protesta pacífica también es una herramienta de gran valor, así como la denuncia pública permanente y el rechazo público. Lo que no es de recibo es continuar con esa indiferencia en la que en cada instante perdemos terreno, a pesar de que ya sabemos en dónde terminaremos.

lunes, 10 de octubre de 2022

Tiempos muy recios

Los ciudadanos, sumisos y cabizbajos, irán en modo zombi a las urnas desechando el voto nulo porque les convencerán de que no sirve

Dilema es una situación en la que hay que elegir entre dos opciones, y en este país nos creemos muy buenos para resolverlos. De hecho, en cada confrontación electoral se presenta uno en el que es necesario optar por lo menos malo. En las elecciones 2015 se sacó de la contienda a Baldizón (3º), Giammattei (4º) y Zury Ríos (5ª) y pasaron a la segunda vuelta Sandra Torres y Jimmy Morales. El dilema se resolvió designando al segundo para evitar a la primera, y sabidos como se las gasta Torres -porque gobernó de hecho- optamos por una nefasta solución: Jimmy.

Sin embargo, no aprendimos nada de aquello y en 2019 -chispudos que somos- pasamos a segunda vuelta a Sandra y a Giammattei -desechados años atrás- y bajo esa lógica de elegir al menos malo, optamos por el segundo quien resultó peor que el Morales de 2015. El año próximo estaremos en un dilema similar, optaremos por el/la menos malo/a, y posiblemente elijamos al peor, como es tradición en esa ecuación matemático-social consolidada en los últimos tiempos.

Para aderezar esa sinrazón a la que nos hemos resignado, y sobre la que comentamos con absoluta displicencia, hay que incluir en el proceso otros ejes transversales que lo pervierten y contaminan todavía más, si eso es posible. Desde hace años el club de mareros políticos del país advirtió que lo importante y rentable no es llegar al poder, sino manejarlo desde bambalinas. Mario Estrada -preso en USA-, los Alejos -el diputado y el “farmacéutico”-, Reyes Lee y otros, prefirieron manipular a monigotes y universidades desde la sombra, y así contar con una fuerza vendible y negociable en cuantas más votaciones mejor, para así rentabilizar la permuta. Vemos también a Portillo y Baldizón -¡hombres de negocios políticos!- haciendo lo propio con esta suerte de procedimiento mañoso. Después de salir de prisión en USA y ser deportados, organizan, fundan, sostienen y promueven partidos políticos con la finalidad de contar en el Congreso con cierto número de diputados que puedan sumar a determinadas minorías que requieren ser mayorías para tomar decisiones lo que encarece la transacción que todos pagamos. 

Se ha consolidado esa forma de proceder y no es tan importante quien llegue al poder como quienes lo sostengan. En el gobierno de la UNE y posteriores, se detectó un grupos de mafiosos -civiles-militares- y por lo menos desde ahí, han seguido apuntalando los sucesivos gobiernos. Por lo tanto, no parece tan importante resolver el dilema electoral del 2023, sino intentar predecir cómo lo resolverán ellos desde la sombra.

Desconozco si no vemos lo que ocurre o no queremos verlo, pero la forma consolidada de operar indica que la discusión sobre la presidencia se dará en las catacumbas del poder y al final ganarán quienes decidan “las voces del silencio”. Los ciudadanos, sumisos y cabizbajos, irán en modo zombi a las urnas desechando el voto nulo porque les convencerán de que no sirve, y volverán a elegir al menos malo que siempre resulta ser el peor de todos. Luego vendrán cuatro años de queja, y a repetir la carajada, mientras los jugadores de ajedrez, muchos de ellos socios del club del brazo en cabestrillo, darán declaraciones estruendosas y se ofenderán por lo mal que fueron tratados y las injusticias que padecieron, al tiempo que degustan delicados platos y finos licores en restaurantes lujosos que les permite su libertad condicional y facilita el dinero distraído del presupuesto o producto del sofisticado chantaje.

Estamos a las puertas de volver a joderla, y no sé si despertaremos para entonces o seguiremos profundamente anestesiados, y en la inopia.

lunes, 3 de octubre de 2022

Ciudadanos y parias, aunque de origen

Policías y militares mueren o arriesgan la vida por sus compatriotas, mientras se les niegan el derecho a participar en referéndums

Pocos son los países que impiden a ciudadanos de uniforme -militares y policías- ejercer su derecho al voto en procesos consultivos. De hecho, es una mala práctica que muestra profunda intolerancia, discriminación, falta de comprensión de la democracia e inobservancia de derechos humanos. Aquí, sin embargo, más anclados en un pasado anacrónico y rencoroso que en un futuro moderno e integrador, se sigue aplicando esa ridícula norma y el ciudadano uniformado es tratado como un paria- al que, por cierto, se le exige defender al ciudadano “de primera” cuando esté en situación de singular peligro ¿Hay algo más absurdo en el diseño? Policías y militares mueren o arriesgan la vida por sus compatriotas, mientras se les niega el derecho a participar en referéndums y otras formas de consulta popular. 

A pesar de lo descrito, resulta preocupante que no haya partido político alguno u organización de defensores de derechos humanos que aboguen por la observancia de ese derecho para los colectivos citados, aunque se rasgan permanentemente las vestiduras por cuestiones similares. Tampoco habrá visto preocupación en la PDH o en aquellas instituciones que continuamente -y con razón- denuncian la discriminación y el racismo en ciertos colectivos, ignorando que una parte importante de militares y policías pertenecen a los distintos grupos éticos que conforman el país. Un absurdo más de estos reclamos parcializados e interesados, de esa militancia ideologizada, cegata y focalizada que huye de principios generales y de políticos que no entienden absolutamente nada de valores democráticos, aunque se calienten sobre las tarimas con discursos grandilocuentes para turbar la mente de seguidores autómatas.

Hay quienes, absurdamente, esgrimen el argumento de que la prohibición existe porque podrían votar disciplinadamente y favorecer a algún candidato, lo que representa un absoluto desprecio a la voluntad individual de cada uniformado o magnifica la capacidad del jefe de incidir en sus subordinados. Ahora bien, de aceptarse tan pueril argumento, habría que prohibir votar a los abogados, que son más y sostienen muchas más mafias, a los sindicalistas de educación y salud que “obedecen” a sus liderazgos chantajistas, a las autoridades de la USAC que se conciertan desde múltiples comisiones políticas o a colectivos similares que tienen sumido el país en un profundo hoyo de miseria y desgracia. En fin, un absurdo seguir con esta línea de razonamiento.

Llevamos años en un silencio conformista -como en otras muchas cosas- que no es visibilizado por nadie porque la mayoría prefiere permanecer cómodamente instalado en ese espacio de lo políticamente correcto, de la situación acomodada, del debate que no provoca críticas, y prefiere no disentir de la opinión mayoritaria o que provoque escozor  ¡Que jodidamente hipócritas somos y cuan cómodos estamos con serlo!

La realidad es que se nos llena la boca de denuncias y proclamas contra la discriminación, la inobservancia de derechos humanos, el racismo, el arbitrario ejercicio del poder..., pero seguimos sin ver la paja en el ojo propio. No solamente aplaudimos un sistema discriminador con ciudadanos de primera y de segunda clase, al clasificarlos como de origen y naturalizados, sino que entre los de origen -particularmente a aquellos que están en los lugares de mayor riesgo y fatiga- condenamos a ciertos grupos a no ser siquiera ciudadanos, con un conformismo y una pasividad que nos debería avergonzar, porque muestra un profundo analfabetismo democrático, muy alejado de los principios que rigen en la mayoría de países occidentales. Definitivamente no hemos superado el odio, el conflicto y la venganza, y tampoco hacemos mucho por ilustramos en principios elementales de ciencia política, convivencia humana y respecto a los derechos individuales.

¿Y así queremos progresar y desarrollarnos? ¡Venga ya!