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lunes, 25 de agosto de 2025

El etiquetado que divide

El diseño de empaques específicos para cada país, fruto de una legislación no armonizada, implicaría mayores costos, más burocracia y menos competitividad

La implementación de una ley de etiquetado para productos que deben consumirse responsablemente representa un paso fundamental hacia la protección del consumidor y la promoción de hábitos de consumo más conscientes. Mediante etiquetas visibles y comprensibles, se destacan advertencias sobre ingredientes que pueden estar relacionados con riesgos para la salud, lo que fomentan una cultura de responsabilidad individual, promueve el bienestar general y alienta a las empresas a adoptar prácticas más transparentes y sostenibles. En última instancia, el objetivo es equilibrar la libertad de elección con el acceso a información clara y precisa para proteger la salud pública. Estos aspectos difícilmente admiten mucha discusión.

Sin embargo, Centroamérica se enfrenta al riesgo de cometer un grave y costoso error. La región, que ha buscado la integración económica durante décadas, podría desarticular su incipiente mercado común mediante iniciativas nacionales de etiquetado frontal de advertencia nutricional que ignoran la columna vertebral del proceso: el Reglamento Técnico Centroamericano (RTCA). 

Aunque la advertencia en el etiquetado aparenta ser una medida orientada a la salud pública, podría transformarse en una pesadilla para el comercio y la inversión. Si cada país implementa una manera diferente de hacerlo, las empresas tendrían que producir empaques diferentes para cada mercado. Esto generaría más costos, ineficiencia y un espacio regional que perdería su atractivo frente a otros bloques, como la Unión Europea o el Mercosur, que avanzan hacia la estandarización.

El diseño de empaques específicos para cada país, fruto de una legislación no armonizada, implicaría mayores costos, más burocracia y menos competitividad. Esto convertiría al mercado centroamericano en un complejo laberinto normativo, ahuyentando a los inversionistas y frenando el comercio. Y si bien algunas multinacionales podrían absorber estos costos, las pequeñas y medianas empresas (pymes) y los emprendedores individuales, que constituyen más del 95% del parque empresarial y generan el 60% del empleo formal en la región, no tendrían la capacidad para sostener seis regulaciones diferentes. Esto pone en peligro a ese amplio sector, y se traduce en menores oportunidades, reducción de la oferta y, en muchos casos, cierre de operaciones.

La problemática de la mala nutrición no se resolverá sólo con etiquetas. El cambio real provendrá de la educación y de campañas de sensibilización que fomenten hábitos de consumo más saludables y equilibrados. Es aquí donde surge una gran oportunidad: informar y educar a la población, y no solamente en cuanto a explicitar lo que se consume, sino también respecto a otros factores que influyen en la salud como el uso excesivo de pantallas, el sedentarismo o la falta de ejercicio físico, como algunos ejemplos. La región debe impulsar campañas integrales de comunicación que aborden estos temas y promuevan estilos de vida más activos y saludables, estrategia muy superior a la de un simple etiquetado de productos.

Imponer regulaciones diferentes en cada frontera no representa progreso, sino un retroceso monumental. Este debate plantea un auténtico desafío como lo es determinar si Centroamérica desea consolidarse como un bloque serio o continuar jugando a una integración ficticia. De no reaccionar pronto y racionalmente, no debemos sorprendernos si quedamos fuera de la competencia global. 

Además, es una oportunidad para que el gobierno nacional lidere un proceso regional coherente y racional que allane el camino para iniciativas futuras similares en otras áreas. Este podría ser, si se hace de forma armonizada, un éxito político más significativo que una victoria pírrica que corre el riesgo en la práctica de no materializarse, ser derogada o conllevar un alto costo económico.

lunes, 18 de agosto de 2025

Siempre fue el reparto del mundo

El aparente vínculo casuístico entre la reunión en Alaska y el despliegue de fuerzas militares norteamericanas en el sur del Caribe resalta estos intereses

Desde hace siglos, la política internacional ha estado marcada por una dinámica de repartición del mundo y el ejercicio de la hegemonía de las potencias dominantes en cada momento. El fenómeno se repite a lo largo de la historia desde el Tratado de Tordesillas en 1494, por el que España y Portugal se dividieron el mundo conocido en un intento por controlar vastas áreas del globo en aquel inicio de la globalización temprana.

Este patrón se replicó durante la Conferencia de Berlín de 1884-1885, donde las potencias europeas acordaron repartirse África, lo que consolidó sus influencias coloniales en el continente. De igual manera, luego de la Primera Guerra Mundial, se redibujó el mapa de Europa y Medio Oriente, repartiendo territorios de los perdedores de la Gran Guerra y del colapsado Imperio Otomano. Más tarde, las conferencias de Yalta y Potsdam de 1945 demostraron nuevamente cómo las potencias aliadas, ganadoras de la Segunda Guerra Mundial, manejaron el reparto de áreas de influencia, particularmente en Europa.

La reciente reunión entre Trump y Putin en Alaska se inserta en esta misma lógica histórica. Los Estados Unidos, que ahora ven a China como su principal rival -en lugar de Rusia-, necesitan alinearse estratégicamente. Putin, por su parte, requiere solventar ciertos problemas para poder revitalizar su poder, ya que la situación en Ucrania, que expone la incapacidad de Rusia para resolver conflictos prolongados, es un obstáculo que el Kremlin quiere resolver cuanto antes y bajo términos favorables. Mientras tanto, Trump busca reactivar la Doctrina Monroe para reforzar la pérdida de influencia estadounidense en América Latina, obstaculizada por Rusia y China. Por lo tanto, es posible, pero también necesario, que ambas naciones colaboren para alcanzar sus objetivos. 

Podría forzarse la paz en el conflicto entre Ucrania y Rusia, y permitir a esta última mantener el control de una región clave como el Dombás. Mientras tanto, Rusia reduciría su influencia en América Latina, facilitando así un enfoque norteamericano más directo contra China y probablemente debilitando regímenes autoritarios como los de Nicaragua y Venezuela, y en menor medida en El Salvador; Bolivia y Ecuador parecen estar “bajo control”. Esta estrategia compleja busca, en última instancia, reducir la influencia china en Latinoamérica y consecuentemente el control sobre puertos, minerales estratégicos, telecomunicaciones y el espacio electromagnético e inversión y desarrollo en infraestructura crítica en la región.

El aparente vínculo casuístico entre la reunión en Alaska y el despliegue de fuerzas militares norteamericanas en el sur del Caribe resalta estos intereses. Sin Rusia en la ecuación del conflicto y con el silencio de Putin, China, que carece de capacidad militar en la región, lo tendrá más difícil, aunque presionará a sus alianzas autoritarias en América Latina antes la imposibilidad de un enfrentamiento directo con los Estados Unidos. Sin embargo, conscientes de que el tiempo es una de sus mayores ventajas, junto con su poder económico, las estrategias chinas pueden posponer la confrontación hasta tiempos más propicios en los que Trump ya no esté en el poder y Xi Jinping continue en el cargo.

Es posible que antes de fin de año se pueda definir más este escenario complejo, porque el inicio del 2026 debe de confrontar otras situaciones geoestratégicas, bajo el apercibimiento de perder el tiempo inicial del mandato presidencial norteamericano para establecer bases sólidas que permitan ciertos cambios.

Una vez más, estamos asistiendo a ese reparto sórdido del mundo, con actores conocidos en los últimos años, y con formas y métodos que suelen pasar desapercibidos a ciudadanos globalizados, más pendientes de unas vacías y distractoras redes sociales que del realismo en el acontecer mundial.

lunes, 11 de agosto de 2025

El oficialismo alternativo

Tras el prolongado descanso quedó claro que en lugar de buscar reconciliarse, prefirieron delimitar quiénes forman parte de cada facción y cuáles son sus futuros objetivos.

Al oficialismo le resultó muy difícil aceptar públicamente que había todo un proyecto en marcha para la formación de un nuevo partido por parte de algunos de sus diputados; muchos lo desconocían. La razón detrás de esa resistencia es comprensible: mostraba una bancada desunida, enfrentada y en desacuerdo, lo cual era perjudicial a un año y tres meses de llegar al poder. Con baja aceptación de liderazgo, reflejado en encuestas y sondeos, reconocer la ruptura podría significar perder más apoyo, tanto de potenciales socios como de una ciudadanía que percibía su gestión como lenta e ineficiente. Sin embargo, los hechos hablaron por sí mismos, y el receso legislativo llegó con ese notorio y anunciado "divorcio".

Tras el prolongado descanso quedó claro que en lugar de buscar reconciliarse, prefirieron delimitar quiénes forman parte de cada facción y cuáles son sus futuros objetivos. El grupo cercano al presidente, liderado por el diputado Sanabria, asumió la vocería de SEMILLA, trasladando al Congreso una propuesta de ley de agilización del gasto público, que significa en la práctica estados excepcionales y ausencia de controles, lo contrario de lo que pedían a gritos cuando eran oposición. La intención es demostrar capacidad de acción antes de negociar el próximo presupuesto, algo que tendrán difícil por lo poco ejecutado hasta ahora, además de coquetear con aquellos con los que deberán pactar la junta directiva para 2026.

Del otro lado, la oposición emergente, RAICES, liderada por Samuel Pérez, expresó sus quejas en la primera sesión del legislativo tras el descanso “sabático”. Hizo notar la ausencia de la mitad de los diputados en el hemiciclo, omitiendo que tampoco estaban presentes otros tantos de los de su partido original.

Las discrepancias resultan costosas. SEMILLA parece estar al límite, con una ejecución presupuestaria escasa, ministerios ineficaces (aunque con excepciones como el de Educación, en algunos aspectos) y un liderazgo presidencial cuya pasividad ha exasperado a tirios y troyanos. RAICES, por su parte, muestra ambición por asumir un rol protagónico en los medios y promover un partido aún inexistente, lo que obliga a mantener una campaña electoral constante. Es probable que en ciertos momentos coincidan, porque así es la política, aunque la fricción será inevitable ya que SEMILLA sigue siendo el partido oficial y RAICES necesita su propio espacio y reconocimiento. Es esperable que choquen en ciertos temas o en propuestas controvertidas, como el polémico proyecto del gasto público antes citado.

El conflicto -apenas al año y medio del inicio de su administración-, revela muchas carencias: falta de preparación, de liderazgo, ausencia de proyectos claros, incapacidad de ejecución y falta de madurez política de muchos de sus miembros, especialmente los más jóvenes, además de soberbia política. Parecen no comprender aquello de "la velocidad de lo posible", y olvidan que "lo perfecto es enemigo de lo bueno” ¡Demasiados técnicos, y pocos políticos!

De aquí a noviembre, va a estar duro el parloteo en el Congreso. Muchas cosas estarán en juego, pero sobre todo el ejercicio del poder real de aquellos que consigan una mayoría simple, no digamos cualificada. Ese escenario tendrá repercusiones significativas en el corto plazo, especialmente de cara a las elecciones del 2027, y muestra una tendencia como es la fragmentación de los partidos, algo conocido en otros que terminaron divididos en grupos bajo nuevos liderazgos, que en ciertos casos incluso superaron al de sus maestros.

El problema es que estamos cortados con la misma tijera, y aunque algunos intentan marcar una diferencia, terminan comportándose como el resto. Es una especie de mal endémico incrustado en el ADN de la política nacional, del que parece "imposible" que nos desprendamos.

lunes, 4 de agosto de 2025

Bukele, el dictador cool

Un dictador de pasarela que únicamente comparte con sus homólogos regionales el deseo absoluto de poder, el espíritu criminal y el origen político en un partido de izquierda


El camino que traza Bukele en El Salvador conduce inevitablemente hacia una perpetuación en el poder, algo que se percibía desde hace tiempo. Los autoritarismos suelen surgir por diversos factores, destacándose especialmente tres: hartazgo ciudadano, motivado por múltiples y diferentes razones, oposición política desunida e ineficaz, y elevado nivel de analfabetismo político ciudadano que prefiere sacrificar la libertad en favor de una "supuesta seguridad" que sólo beneficia al dictador y a su entorno.

El caso de Bukele es particular y no encaja con los tradicionales moldes de líderes autoritarios de América Latina, como lo son el viejo asesino revolucionario cubano, el locuaz conductor de bus venezolano, el indígena acosador de menores o el sociópata violador nicaragüense. Se trata de una nueva ola de autoritarismo representada por una figura moderna -cool- que cuida su imagen, comunica eficazmente a través de las redes sociales y proyecta una apariencia moderna y dinámica. Un dictador de pasarela que únicamente comparte con sus homólogos regionales el deseo absoluto de poder, el espíritu criminal y el origen político en un partido de izquierda.

Este liderazgo autoritario surge de una izquierda sosa, reinventada e incapaz de vender su desgastada ideología que adopta la versión populista para confundir, adaptarla a un público del siglo XXI, y evitar así el enfrentamiento con los tradicionales ideólogos, que todavía existen. Se reinventa en su forma, y su penetración en el poder se asemeja a una inyección que entra lentamente, casi imperceptiblemente, sin oposición, lo que contrasta con el impacto brusco y rechazado de los golpes de estado tradicionales.

Con el tiempo, el miedo se convierte en la herramienta de control: temor a hablar por riesgo de detención, a publicar por posibilidad de cierre del medio o a realizar entrevistas críticas por la amenaza de expulsión del país. Esa receta se adereza con modernas y coloridas justificaciones promovidas en diferentes redes sociales por demagogos profesionales. Y aunque después de más de tres años de estado de excepción los ciudadanos piensan a menudo que todo volverá a la normalidad, lo que experimentan es un cambio del crimen común a otro político de cuello blanco, en el que la disidencia se torna cada vez más difícil, y lo que antes era temor a pandilleros tatuados se torna en miedo a funcionarios elegantemente vestidos y sonrientes.

Da la impresión de que la humanidad no aprende de su pasado ni de los tropezones de otras sociedades. Repetimos la historia una y otra vez cometiendo los mismos errores; parece que desaprendemos más de lo que aprendemos, repitiendo errores del pasado que ya deberíamos haber superado. Hitler utilizó la ley habilitante para concentrar poderes, Chávez replicó esta táctica ochenta años después, y ahora lo vemos de manera más sutil en El Salvador. Antes de que termine el año, es probable que Xiomara Castro, con Zelaya al frente, intente algo similar en Honduras, en una especie de nueva versión del fallido golpe de años atrás.

Mientras tanto, las democracias, aunque imperfectas, observan silenciosamente, y consienten o no responden con la determinación esperada. Los populistas expanden su dañina filosofía que, aunque alabada por algunos ciudadanos y candidatos, rara vez invita a migrar hacia esos paraísos prometedores. Esos "nazistas cool" saben que los demócratas no actuarán en su contra, y aseguran su permanencia en el poder por décadas. 

Vivimos en un mundo absurdo, y argumentando la defensa de valores democráticos desde la libertad sin responsabilidad, terminamos socavándolos nosotros mismos en nombre de esos principios que decimos abanderar.

¡Se puede ser tonto, pero no tanto!