Hasta la llegada del boom de la tecnología, únicamente había una verdad: la publicada en los grandes medios de comunicación
Los calificativos “duro y blando” (hard y soft), asociados al poder, son empleados para señalar acciones de ciertos gobiernos. De tal cuenta, el poder duro se emplea para designar actuaciones contundentes de un Estado contra otro: empleo de la fuerza, la amenaza, el despliegue militar, etc. Por su parte, el poder blando se define como el conjunto de la cultura, valores y política exterior de un actor, y su capacidad para coaccionar o influir por estos medios, (Christiansen, Kirchner, y Wissenbach, 2019). Ejemplos son la diplomacia, la cooperación y otras formas “suaves” de incidir. El poder blando ha sustituido al duro porque no suele ser rechazado por las personas al ser menos visible, o incluso se mira como una forma aceptable de incidir. Pero no nos equivoquemos, con los dos formas se busca el mismo objetivo: el ejercicio de poder.
Hasta la llegada del boom de la tecnología, únicamente había una verdad: la publicada en los grandes medios de comunicación. Se aceptaba -no era fácil comprobarlo- que lo publicado era cierto y estaba absolutamente corroborado, algo que, hace unos años y como ejemplo, se pudo ver que no era así cuando The Washington Post se hizo eco del peligro de las armas químicas en Irak, una estrategia de contrainformación que los servicios de inteligencia norteamericanos elaboraron para justificar la invasión a aquel país ¡Los medios de comunicación tradicionales también podía mentir!
En la reciente campaña electoral norteamericana se ha visto la comunicación blanda cuando sutilmente medios tradicionales empleaban calificativos que se iban posicionando en la opinión pública: extrema derecha, populismo, fascismo, etc., asignados al ahora presidente electo. Contrariamente, se utilizaban adjetivos benévolos para hablar de su oponente. Se presentaron empates electorales y se elevó el nivel de esperanza en un triunfo demócrata sustentado en el voto latino, de mujeres y en la comunidad negra, además de en temas como el “derecho” al aborto. El resultado electoral evidenció la verdad que no se parecía a lo que la mayoría de los medios presentaron utilizando el poder blando de la comunicación. También se puede observar en la realidad nacional, cuando ciertos medios otorgan inmunidad mediática al partido oficial, con el perdón de lo mismo que contundentemente criticaban a otros.
Terminada la elección, algunos medios escritos -The Guardian y La Vanguardia- decidieron no seguir publicando en X porque consideran que promueve la desinformación, ¡como si los medios tradicionales no hubieran hecho algo similar! Y es que muchos de ellos estaban acostumbrados a tener la razón sin competencia, a un alto precio de financiamiento y costo de equipo de redacción, y ahora, un perfil -real o falso- es capaz de tener un efecto igual o superior -utilizando incluso comunicación dura-, lo que pone en peligro el modelo empresarial, pero sobre todo la reducción del poder de incidir, y no queda de otra que cancelarlos. Olvidan aquello que dijera Hannah Arendt: “Para construir un mundo mejor, debemos aprender a escuchar, incluso lo que no queremos oír” .
Pareciera que muchos medios quieren recuperar el ejercicio del “cuarto poder”, y actuar como operadores únicos de opinión pública y publicada, para posicionar las verdades editoriales sin que nadie las cuestione ¿Será ese el caballo de batalla real que subyace en todo esto que acabamos de vivir?
Y es que no todo es color de rosa y tanto la comunicación como la desinformación blandas, solamente tienen una forma de combatirlas: con la responsabilidad del lector, que parece ser es la menos asumida por quienes no quieren ser engañados. Habrá que saber elegir, y no solamente poner la confianza en quienes hacen su particular batalla informativa.
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