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martes, 11 de marzo de 2008

Una nueva clase social

Algunos diputados oficialistas se reunieron recientemente con el presidente para reclamarle sobre la posibilidad de que el gobierno contrate a quienes ellos propongan: a nuestra gente, según sus palabras. Esta forma tan peculiar de ver y hacer política, por cierto algo no exclusivo de este gobierno, ha dado lugar a una nueva clase social: mi gente.
La clase mi gente no pertenece al estrato de ricos o pobres, de empresarios o parias, nada que ver. Es una clase moderna e inclusiva, cualquiera puede pertenecer a ella, con tal de que se acerque a nuestras insignes autoridades y les pida un huesecillo, bien sea a través de algún contrato del Estado o, sencillamente, con un puesto en la administración pública, bien pagado ¡cómo no!: son mi gente. Tampoco es necesario ser licenciado o graduado en nada, ni siquiera estar estudiando. El colectivo mi gente requiere, únicamente, de un servilismo a prueba de cualquier otro más rentable. Ojo, sí es necesario alabar la simpatía extrema del diputado o reír las gracias del señor alcalde, para después, con nocturnidad o incluso absoluto descaro, quedarse con el botín o simplemente poner la mano donde recibir las prebendas que pueden otorgárseles.
Mi gente, está siempre lista para ocupar no importa que puesto, lugar o trabajo, incluso si es fantasma. No es necesario que haya un espacio concreto: se crea para ellos. Deben ser, de preferencia, parientes, amigos, consortes o incluso amantes. Algunos cumplirán una función determinada y, otros u otras, estarán listos para, desde debajo de la mesa o en hoteluchos baratos, satisfacer las apetencias, de esos “hombres poderosos”. ¡Muchás!, eso es mi gente.
Y no se extrañen, así debe de ser. Ellos (y ellas) “sufrieron” mucho durante el proceso electoral, apoyaron a quienes ahora ocupan altos cargos públicos y hasta financiaron la campaña política, lo que, necesariamente, conduce a una reversión de la inversión, eso sí, con el plus porcentual del interés desmedido, en función del tiempo de la misma. Mi gente, son leales, serviles, mansos, incluso viles y rastreros, pero, sobre todo, hacen cuanto se les propone y “únicamente” piden algún millonario contratillo o un puestecillo bien pagado, de esos que siempre sobran en la administración y no se sabe cómo llenarlo. Mi gente no falla. Están a la hora que haga falta y donde se les cite. Se conforman con una comidilla liviana, tipo de las nuevas del Congreso, y apenas solicitan una gorrita y camiseta con el eslogan de la manifestación o relajo a organizar. Son fieles a las consignas del partido, guardan el necesario secreto para pasar desapercibidos y ni siquiera Mario Taracena los encuentra en las listas que fiscalizó tras denunciar plazas fantasmas. Así es mi gente. Hombres y mujeres que luchan por las ideas del partido, aunque el partido no tenga ninguna idea. Apoyan cualquier iniciativa de ley, a pesar de no saber leer ni escribir y, sobre todo, siguen ciegamente a nuestros insignes “lideres”.
Mi gente, es el presente y el futuro del país. Lo único malo es que mi gente, no es tu gente. Y cuando llegue otro, mandara el carajo a tu gente, para poner a la suya. Gente, también, con idénticas características. Es más, algunos, hasta son los mismos, porque mi gente, ya se ha convertido en una clase social capaz de medrar no importa en qué ambiente. ¡Ole, ole, con mi gente!, se podría aclamar al inicio de todos los eventos del partido o acto público que se precie. Esto va dedicado a quienes me leen: ¡coño, a mi gente!, ¿o es que yo voy a ser menos?.

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