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lunes, 24 de febrero de 2020

Deconstruir una mentira

Nos satisface más ver la mentira vestida que la verdad desnuda, tal y como predijera Jean-Leon Gerôme en una preciosa fábula.

Vivir en una mentira es una actitud más frecuente de lo que podría pensarse. En lo individual, acudimos a esa forma de confrontar determinadas situaciones ingratas, y evadir cierto grado de culpa o responsabilidad. Pasamos los semáforos en rojo alegando miedo insuperable a ser asaltados, y justificamos tranquilamente nuestra irresponsable conducta. Llegamos tarde a las citas y culpamos de la impuntualidad al tráfico. Pensamos que los hijos de los demás son quienes beben o prueban la mariguana, pero jamás los nuestros. Nos convencemos de que no estamos gordos, cuando el espejo dice lo contrario, así que le echamos la culpa para tranquilizarnos. En definitiva: nos satisface más ver la mentira vestida que la verdad desnuda, tal y como predijera Gerôme en una preciosa fábula. Algunas técnicas de coaching saben mucho de eso.
En lo social, no somos diferentes. Organizamos instituciones y procesos que se sustentan en mentiras vestidas de legalidad, porque es necesaria la ley para refrendarlos y legalizarlos, aunque no necesariamente hacerlos justos. El actual proceso de elección de jueces y magistrados -por medio de las comisiones de postulación- es uno de ellos, quizá el más disfrazado.
Para manejar y manipular las comisiones se ha hecho de todo, ¡aunque siempre legal! Se crearon universidades fantasmagóricas para contar con representantes en dichas comisiones. La última de ellas, la universidad Regional, fundada por el delincuente Manuel Baldizón. Se han nombrado decanos ad hoc para los procesos de postulación con la finalidad de compincharse con otros y así contar con cierta cantidad de votos que permitan la trampa. Las tablas de gradación -de puntuación- se confeccionan en el momento previo a la selección con lo que incluyendo, aquí o allá, algunos méritos o bien ponderando la puntuación a gusto del consumidor, se puede promover tal o cual grupo o persona. Después de múltiples discusiones sobre la aplicación de dicha tabla a los expedientes de los postulantes, se establece un orden -lo más objetivo del proceso, sin ser totalmente fiable- y se elabora un listado por puntuación. Todo lo anterior, sin embargo, queda descalificado cuando -independientemente del orden establecido- los postuladores votan discrecionalmente por quienes integrarán la nómina definitiva que remitirán al Congreso, sin tener que observar la puntuación indicada, para la que tomaron horas de discusión y análisis. Entonces, ¿de qué sirvió todo aquello? Es de esa cuenta que la nomina final incluye aspirantes altamente puntuados, otros muy mediocres y algunos más que jamás deberían estar ahí.
En el Congreso ocurre algo similar. Llegado el listado, los diputados elegirán como deseen -arbitrariamente-y no siendo necesario observar ninguno de los criterios seguidos, se consumará lo pactado desde el principio: serán nombrados jueces y magistrados aquellos que estuvieron en el radar de quienes manejan los hilos de estas mentiras vestidas de legalidad.
Las alternativas de grupos que se dicen promotores de la reforma judicial, no pasan de quitar un calzón a esa mentira nacional y ponerle otro, porque al final ninguna de esas propuestas apuesta por la objetividad y todas permiten que alguien o algunos elijan a los jueces, en lugar de poner una barrera de conocimientos, experiencia y honorabilidad y quienes la superen sean designados en función de la calificación más alta o bien por sorteo. Estas dos últimas formas, las más objetivas, no se incluyen en ninguna propuesta porque se perdería lo que todos persiguen: nombrar a sus jueces, a los que como grupo creen mejores que los del contrario. 
Y para vergüenza nuestra, seguimos con la verdad desnuda escondida y la mentira vestida de traje de fiesta.

lunes, 17 de febrero de 2020

¿Un día para celebrar el amor?

El amor llega sin que se le espere, pero también se marcha sin esperarlo. No hay fórmulas para retenerlo, aunque nos empeñemos

Celebramos recientemente el día del cariño, del amor o de la amistad, según versión de cada quien. El amor es un vector transversal y permanente en la vida; no hay vida sin amor, es imposible que exista. Cambia con el tiempo y se torna de pasional a reflexivo, a espiritual, incluso platónico. Hay quienes dedican su amor a una deidad, a su pareja, a la familia, al prójimo o al trabajo. Es infinito y puede ofrecer idénticas dosis a muchos; se puede amar por igual a hijos, padres, familiares o amigos.
El amor establece prioridades difíciles de cambiar y comprender, salvo por amor. Para una madre, sus hijos ocupan un indiscutible primer puesto, para un padre suele ser su pareja, sin que los hijos queden relegados. Los abuelos son capaces -también por amor- de superar el que tienen a sus propios hijos, incluso para discutir con ellos, y ofrecerles una porción mayor -o distinta- a los nietos, en una peliaguda búsqueda de equilibrio que los tacha de malcriadores y alcahuetes, aunque todo lo hagan con amor.
El amor te hace abandonar todo, literalmente. Puede nublar los ojos y la mente e impulsarte a emprender inciertos y complejos caminos. No tiene precio ni es posible comprarlo, más allá de la simulación del amor, especie de sucedáneo con el que algunos construyen equivocada y artificialmente su vida. Tampoco tiene gusto definido, edad, género o sexo. Cuando se ama libremente no hay muro capaz de detener; una fuerza arrolladora que no atiende a razones ni a realidades, a prejuicios o costumbres, a ruegos o hábitos ¡Cuántas cosas hemos hecho por amor, y cuántas más nos quedan por hacer!
El amor al prójimo promueve una sociedad respetuosa y complaciente; el amor a los hijos un trato deferente y cariñoso; el amor a la pareja respeto, consideración y diálogo; el amor a los amigos, camaradería, apoyo y lealtad; el amor al trabajo perfección y servicio. Es, sin embargo, voluble, caprichoso y no está sujeto a control, razón o medida, y también el amor puede destruir, cuando se pervierte. Los celos o el desamor derivan en rechazo y conducen al odio, a la frustración o a la violencia. El despecho suele ser el peor motivo y razón frecuente de la conducta colérica. 
El amor llega sin que se le espere, pero también se marcha sin esperarlo. No hay fórmulas para retenerlo, aunque nos empeñemos en amarrarlo. Aumenta con el tiempo, y se torna más amigable y desinteresado. Una sonrisa o una mirada llenas de amor en un momento de la vida carecen de significado en otras ocasiones. Una palabra o un gesto amoroso, puede representar todo lo que algunos son capaces de ofrecer, porque el perdón está ausente en su vocabulario. No hay baremo para medir o valorar el amor. Es callado en ocasiones o muy visible en otras; se vive con felicidad plena o con frustración permanente; hay necesidad de manifestarlo o se resguarda silenciosamente en el alma o aprisiona en el corazón ¡El amor rompe todas las reglas!
Pocas cosas hay en la vida tan simples y complejas a la vez, en cualquier edad, momento o situación. Alguien dijo aquello de que “el corazón tiene razones que la razón desconoce”, así que mejor no cuestionarlo más. Celebremos al amor mientras lo tengamos, el día que desaparece todo se torna vacío y sin sentido, profundamente oscuro y desesperanzador; quedamos huérfanos de pasión y de ilusión. 
Sin duda, el amor es el motor de la vida y hay que festejarlo permanentemente mientras se pueda.

lunes, 10 de febrero de 2020

El siglo del populismo

El sistema de pesos y contrapesos les genera desgaste y no están dispuestos a debatir porque su concepción autoritaria no lo permite

El siglo XX fue el de los dictadores, el fascismo, el nazismo, el comunismo y el socialismo. Ningún país escapó a alguna de esas tendencias, la mayoría aupadas por ciudadanos cansados de absolutismos monárquicos que no dejaban mucho margen de actuación política ni aires de libertad. No fue si no hasta el último cuarto del pasado siglo que la mayoría de países occidentales tornaron a sistemas democráticos más o menos eficientes que abrieron paso a lo que se denominó democracia liberal.
Sin embargo, la llegada del siglo XXI evidenció aquello de que la libertad se gana cada día y que nada de lo conseguido es permanente. En el particular caso de América latina, aparecieron personajes como Chávez, seguido por otros: Correa, los Kitchner, Evo Morales y más recientemente Bolsonaro, Trump, AMLO y Bukele. Una suerte de autoritarios que, subidos al burro del populismo, han aprovechado la frustración de millones de ciudadanos cansados de sistemas democráticos que no satisfacen sus expectativas. Todo ello hace renacer la tesis de Juan Linz sobre los sistemas presidencialistas y su fracasado diseño.
Los autoritarismos populistas se han caracterizado por, al menos, dos cosas: el acaparamiento del poder y la presencia religiosa -extrema o conservadora- en la mayoría de las ocasiones. Ya en el siglo pasado tanto Fujimori, en Perú, como Serrano Elías, en Guatemala, dieron muestras de esas tendencias que ahora se perciben más habituales y acomodadas a los tiempos, pero que tienen el mismo efecto devastador. Entre el actuar de los personajes citados y la dictadura más férrea solo es cuestión de tiempo, tal y como muestra Venezuela, un ejemplo a no seguir que permite visualizar hacia donde caminan ciertos liderazgos.
El modus operandi ha sido igualmente seguido por todos: la llegada al poder en momentos de crisis y la promesa de acciones contundentes propuestas desde una tribuna nacionalista, sea en temas de seguridad o en desarrollo económico. La presencia divina en los discursos, las oraciones como elemento de comunión ciudadana y la exaltación patriótica, también son ejes sobre los que se ha construido el modelo, además del desprecio y condena a los medios de comunicación para evitar que evidencien tales barbaridades; todos, además, cruzaron la línea del respeto a valores y principios democráticos. En Venezuela, Chávez implementó la ley de habilitación, antigua forma de tomar el poder total que Hitler adoptó, y el resto de personajes citados han seguido la misma ruta de pasar, directa o indirectamente, por encima de los poderes Legislativo y Judicial. El sistema de pesos y contrapesos les genera desgaste y no están dispuestos a debatir porque su concepción autoritaria no lo permite.
El caso más reciente, el de Bukele en El Salvador, es más de lo mismo con el agregado del llamado emocional por medio de redes sociales y el uso del aparato militar-policial para ingresar a una Asamblea Legislativa legitimada igualmente en la urnas, “defecto” del que Linz advirtió en su análisis sobre la configuración de los sistemas presidencialistas. Por su parte la ciudadanía, exaltada por esa interminable espera de un líder que solucione los problema, grita y se enaltece sin advertir que en el próximo menú político ellos serán el plato principal del almuerzo, y para ser Nicaragua apenas hay un paso más. El debate regional sobre el tema sigue pospuesto y los organismos internacionales duermen plácidamente el sueño de los justos al cerrar los ojos a una frecuente realidad. Al final, una debacle anunciada será seguramente el punto de indignación de lo que ya se sabe ocurrirá.
El siglo XXI ya tiene su propio estigma: el de los populismos.

lunes, 3 de febrero de 2020

Golondrinas en el Congreso

Quizá una golondrina no haga verano pero se le oye trisar a lo lejos y muchos miran a ver si el estío se aproxima

Vicenta Jerónimo, diputada del MLP, no aceptó el almuerzo -pagado con nuestros impuestos- que se ofrece a los congresistas durante las sesiones del mediodía, y alegó -con razón- que hay otras horas mejores para esas reuniones. Otros diputados decidieron no suscribir el seguro médico -también pagado con impuestos- que igualmente ofrece el Legislativo a los parlamentarios en vez del IGSS, seguro de salud estatal que ellos promueven, regulan y supervisan.
Esas actitudes generan la pregunta de si renunciar a ciertos privilegios hace la diferencia entre los políticos. En puridad conceptual pareciera que no, porque el trabajo final debería ser el resultado sobre el que evaluar al legislador. Sin embargo, la política es cada vez más emotiva y visceral que racional y sensata y, en un país harto de tanto político mañoso, corrupto, delincuente, narcotraficante o prófugo, es normal que esos detalles aporten valor a la discusión y sean percibidos como muy positivos.
Sea un acto populista, popular o genuino, lo cierto es que el ciudadano ve con buenos ojos el hecho de que un grupito se separe de esa tónica de disfrute de privilegios que se recetan políticos y sindicalistas en connivencia y apoyo mutuo. Un país en el que todavía mueren de hambre muchos niños o quedan desnutridos y afectados de por vida, no puede permitirse esa forma de vida que se dan la mayoría de autoridades. O son sueldos que sobrepasan los de países con renta per cápita triple que la nacional o bien privilegios que terminan por encarecer el funcionario a niveles difícilmente evaluables. No es casualidad el interés por ocupar ciertos cargos o por mantenerse en ellos, a pesar de que los aparentes salarios no deberían de provocar tales angustias al perderlos o generar ilusiones por alcanzarlos.
El funcionario, además de ingresar por oposición a cualquier puesto, debería tener un salario único basado en competencias, responsabilidad, riesgo y especialización. Sus gastos en salud, seguro de vida, gasolina para el carro o pantagruélicas comidas con finos licores, tendría que salir de su peculio, al igual que ocurre con el resto de personas, pero jamás de erario público que debería utilizarse para otros fines.
Igualmente, los sindicatos estatales deberían desaparecer, puesto que si la labor de los mismos es mediar entre el patrón y los trabajadores, no tiene sentido que el “patrón Estado” negocie con aquellos que lo extorsionan y cuyo costo no es asumido por él sino por resignados ciudadanos pagadores de impuestos que siempre quedan al margen de la negociación. Dicho en román paladino: se produce una suerte de chantaje/soborno de unos a otros que se soluciona con un pacto cómplice en beneficio de ambos, y cuyo costo pagamos el resto.
Quizá una golondrina no haga verano pero se le oye trisar a lo lejos y muchos miran a ver si el calor es más intenso y el estío se aproxima. En esta ocasión, los diputados que han renunciado a privilegios de comidas o seguros médicos han llamado la atención del elector y rentabilizado su imagen a bajo costo. Eso, además de ser una inversión política para el futuro, supone un acto de honestidad y una iniciativa que seguramente traerá otros debates sobre el uso adecuado del dinero público y cómo debe gastarse para los fines establecidos, y no para pagar desmanes de algunos impresentables, como aquel que gastó una grosera cantidad en mariscos.
Los grandes cambios inician con pequeñas muestras que construyen y jalonan el camino hacia la decencia, aunque algunos todavía prefirieran contumazmente seguir en el barro.