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lunes, 26 de septiembre de 2022

Guatemala se cae, se hunde…, se deshace

Construimos una sociedad conformista, congraciada, resignada, silenciosa, de papel, que agacha la cabeza a modo de pedir perdón

Se acaban de conmemorar 201 años de Independencia. Entiendo, apoyo y celebro aquella ruptura del cordón umbilical -o de las cadenas- con el dominio colonial. Sin embargo, en 201 años de autonomía no hemos sido exitosos en sacar al país del fondo del abismo en desarrollo, salud, educación, hambre, criminalidad, corrupción, robos, mal manejo de fondos, ausencia de ética política y, en general, de apatía por la vida en común. Ni en eso de correr con las antorchas mejoramos, y seguimos poniendo en peligro a escolares que valoran más la costumbre sociocultural que la realidad que deberán vivir por falta de construcción de un Estado mínimamente eficiente. La independencia conlleva responsabilidad, y la celebramos poco, si es que tenemos claro que hay que asumirla.

Doscientos un años de inútil paciencia. Millón y medio de jóvenes de menos de 20 años afectados por el hambre de distintas maneras; miles de muertos anualmente por homicidios y accidentes de tráfico; decenas de miles de menores de edad embarazadas anualmente; centenas de miles de estudiantes sin haber podido asistir por años a malas escuelas; indicadores institucionales en los que afirmamos preferir regímenes autoritarios con tal de que nos arreglen los problemas; 60/70% de economía en la informalidad que exige derechos pero huye de responsabilidades; una población dividida y cada vez más polarizada; una única -por tanto monopólica- universidad estatal más preocupada por la política que por la educación; una Corte Suprema de Justicia que lleva en su puesto tres años de más porque no cumple la ley; extorsiones millonarias de maras a negocios y empresas, especialmente de bebidas y comidas; una justicia que apenas resuelve el 10% de los casos; sindicatos depredadores del presupuesto nacional; un Congreso, una Contraloría, un Ejecutivo, en los que nadie confía… Construimos una sociedad conformista, congraciada, resignada, silenciosa, de papel, que agacha la cabeza a modo de pedir perdón, mientras se avienta en redes detrás del anonimato porque dice tener miedo no sé muy bien de qué, mientras espera que los problemas sean solucionados por cualquier “superhéroe” en forma de populista o dictador, aunque la historia demuestre que luego se arrepiente por décadas.

Más de dos siglos para mirar a nuestros hijos a la cara y justificarnos con que la culpa la tuvieron los españoles, la revolución del 44, la CIA en el 54 o los 36 años de conflicto armado, que para ellos queda tan lejos como la era de los dinosaurios. El país literalmente se hunde: deslaves, hoyos, agujeros, taludes que se caen, políticos depredadores…, y carecemos del valor y del coraje para enfrentar situaciones, personas y momentos que nos toca vivir, mientras dejamos a nuestros hijos un país parecido al de hace 201 años. Seamos sinceros una vez en dos siglos, y asumamos la culpa de nuestra falta de preocupación e ineficacia. 

Me sorprende que después de 201 años persista el enfermizo optimismo de seguir autocomplaciéndonos y aplaudiendo lo bien que lo hacemos, sin aceptar realidades que, en otros lugares, escocerían el alma y levantarían pasiones ¡Aceptemos que no somos independientes de nosotros mismos!

¿Cuántos de ustedes han mirado a su prole a la cara para intentar explicarles lo jodidamente mal que estamos, y las razones de ello? Yo intento hacerlo con la mía, pero también con muchos alumnos, y me avergüenzo de no tener las respuestas adecuadas sobre el futuro que les depara esta sociedad “independiente y soberana”. Todavía algunos reprochan ver el “vaso medio vacío”, en vez de medio lleno, sin advertir -por causa de esa ceguera optimista y acomodaticia- que hace años que no hay líquido, pero tampoco vaso

lunes, 19 de septiembre de 2022

Nayib Bukele, un populista de manual

Bukele promete todo lo que muchos ciudadanos descontentos quieren escuchar, y es idolatrado sin advertir las consecuencias de su irresponsabilidad 

Durante la conmemoración de la Independencia de El Salvador, el Presidente Bukele anunció su intención de reelegirse, aunque al igual que Chávez negara en su momento que lo intentaría. Lo hizo el día que la calificadora Fitch advirtió de una “situación de liquidez grave” en el país, pero también tras el fracaso en la implementación oficial del bitcoin -con altísimo costo económico y dificultad de acceso a financiamiento- y una vez con el control de los poderes legislativo y judicial, además del militar y policial. 

Bukele sigue un guion perfecto de cómo expandir un sistema populista al autoritarismo, del que derivará, como ocurrió en Venezuela y Nicaragua, una dictadura. Ortega fue más lento, más burdo, menos expresivo; a Bukele se le ve venir. Chávez tuvo dinero del petróleo, y lo aprovechó; este tiene serios problemas con las financias gubernamentales, y convenientemente distrae la atención. El salvadoreño es un mago en el uso de las redes sociales; el venezolano fue un encantador de serpientes con el uso del léxico, y la imagen. Todos ellos son producto de lo que el indicador Latinobarometro expresó hace meses, aunque pocos prestaron atención. En El Salvador, un 63% de los ciudadanos dicen aceptar un gobierno autoritario siempre que les solucionen sus problemas, superior a la media del 51% que es la de Latinoamérica (Guatemala tiene 57%). Hay muchas causas para elucubrar respecto del “fracaso del sistema democrático”, tal y como el informe indica, pero hay una que poco se debate porque requiere de una catarsis profunda que parece no asumirse. 

Terminados los conflictos armados internos o las dictaduras -según los casos- los ciudadanos pensaron que la democracia iba a solucionar mágicamente los problemas sociales y económicos. Se lanzaron a promover manifestaciones, protestas y marchas para exigir derechos: educación, salud, vivienda, medioambientales y otros, pero ningún político explicó que esas exigencias no son gratuitas -como venden muchos- sino que tienen un alto costo económico que deben de asumir, precisamente, quienes las reclaman. De otra forma: se consagran derechos sin hablar de responsabilidades, y la mayoría de los ciudadanos, generalmente poco educados cuando no analfabetas, repite el mantra de la gratuidad, que traducido significa: que lo pague otro, a quien identifican como “el Estado”, una especie de tótem que todos integramos. Es evidente que un modelo así genera frustración porque los servicios públicos no se activan por generación espontánea, sino que requieren financiamiento.

Bukele promete todo lo que muchos ciudadanos descontentos quieren escuchar, y es idolatrado sin advertir las consecuencias de su irresponsabilidad, y del costo que tendrá a futuro. Los salvadoreños parecen no haberlo entendido, y en unos años el “pulgarcito de Centroamérica” volverá a ser todavía más pequeño económica y socialmente, en el momento que se consume la dictadura que inicia. Cuando eso ocurra, tal y como pasa en Cuba, Venezuela y Nicaragua, muchos habrán sido asesinados, otros estarán en el exilio, el país económicamente destruido y los lamentos -tal como vemos en esos otros lugares- serán escuchados desde la distancia por quienes sustentan esa simpleza de “la voluntad del pueblo”, sin advertir que ni gobernante ni ciudadanos pueden vulnerar leyes o derechos de otros.

Seguimos sin entender lo que es la democracia y lo que puede dar de sí, y anhelamos que otros paguen aspiraciones sociales que políticos irresponsables convirtieron en derechos. Los chilenos, mucho más educados política, social y económicamente, han sabido parar un tren desbocado con el alto a las reformas constitucionales, mientras se toman un mesurado tiempo de reflexión. 

Una vez más, la educación y la cultura política hacen la diferencia en la ciudadanía, y en los países.

lunes, 12 de septiembre de 2022

“Quien muere de hambre es víctima de un asesinato”

¡Un millón y medio de niños y jóvenes padecen hambre o quedan gravemente afectados, y el silencio duerme contemplándolos!

Una sociedad que deja morir de hambre a parte de sus integrantes no tiene sentido, consciencia ni conciencia. La vida en sociedad justifica su razón, precisamente, en la búsqueda de la seguridad, y concretamente en la evidenciada por Maslow en el primer peldaño de su pirámide: la supervivencia. Esa es la razón por la que la mayoría de las constituciones, en sus primeros artículos, recogen la protección a la persona, la seguridad, la solidaridad o la dignidad humana; la guatemalteca también: “Artículo 1: Protección a la Persona. El Estado de Guatemala se organiza para proteger a la persona y a la familia; su fin supremo es la realización del bien común”.

Sin embargo, la realidad es que ocupamos el penúltimo puesto en América Latina en confrontar el flagelo del hambre. De 116 países -el resto no se incluyen porque no tiene ese problema- Guatemala es el número 79. Detrás, Venezuela, Haití y naciones africanas. “Solo” hemos necesitado 201 años de independencia para conseguir esos resultados ¿No nos da vergüenza?

Seguramente le llame la atención y hasta se indigne al conocer los datos, pero pregúntese: ¿por qué no sabía de eso? La respuesta es muy simple: porque en todas las encuestas y sondeos -antes o después de procesos electorales- los problemas que afectan a la ciudadanía son la seguridad, la economía, el desempleo o la violencia. En ninguno de ellos he visto aflicción por la desnutrición, el hambre o la muerte de menores por esas circunstancias. No está en el imaginario social, es un problema invisible -o invisibilizado- excepto, naturalmente, en grupos afectados en los que sus integrantes mueren o quedan dañados de por vida.

El Índice de Hambre Global 2021 recoge los datos indicados, pero también que la prevalencia en el retraso en el crecimiento- proporción de personas que sufren una enfermedad con respecto al total de la población en estudio-  es del 22.2% en la población menor de dos años y una media del 17% hasta los 20 años. Si hace los cálculos sobre las cifras de población que ofrece el Instituto Nacional de Estadística son más de 83 mil menores de dos años, a los que hay que agregar 1.4 millones hasta los veinte; un 8.7% de jóvenes del total de la población del país, del futuro ¡Un millón y medio de niños y jóvenes padecen hambre o quedan gravemente afectados, y el silencio duerme contemplándolos!

De nuevo han sido fundaciones de empresas privadas y ONGs las que luchan, con sus medios, para reducir este flagelo, y con mayor éxito que los programas de gobierno, dicho sea de paso. La deuda de 100 millones de dólares contraída hace unos años no ha solucionado nada, pero tampoco parece importar demasiado que debamos pagarla sin obtener resultados. Una especie de resignación a “lo Lula” cuando manifestó: “si fuera fácil resolver el problema del hambre, no tendríamos hambre”.

Sin embargo, la pasada semana se presentó uno de esos programas “Guatemaltecos por la Nutrición” de la Fundación Castillo Hermanos. Con medios móviles, fabricados específicamente para el proyecto, pretenden organizar campamentos móviles cercanos a determinadas poblaciones y atender ese problema, además de poder desplazarse a zonas colindantes y extenderlo. Una solución más barata y efectiva que las políticas, en el marco de ¡si se puede, pero cuando se quiere!

Es posible superar la desidia gubernamental -y social- como demuestran programas y acciones privadas, aunque da la sensación de que la miseria, la pobreza y el analfabetismo alimentan determinadas corrientes políticas o permean a sus integrantes. 

Una vez más el chavo del 8 tenía razón: ¡Cuándo el hambre aprieta, la vergüenza afloja!


lunes, 5 de septiembre de 2022

Mucho ruido y pocas nueces

En cualquier caso en Chile ha predominado la razón frente a un progresismo que permanentemente pretende desarticular principios democráticos

El título obedece a un dicho popular que significa que algo o alguien es solo apariencias pero no tiene contenido ni sustancia, y podríamos aplicarlo a lo ocurrido en Chile con el voto de la nueva constitución. Con casi un 62% de rechazo, los ciudadanos de uno de los países más exitosos de América latina -si no el que más-, han decidido no adopta una nueva propuesta constitucional, por otra parte incompresible, indigerible e impresentable. Un mamarracho producto de un recorta, pega y colorea de sugerencias de grupos progres, pero también de elucubraciones mentales de diferentes movimientos sociales emergentes; una especie de Frankenstein normativo. 

Se pretendía conformar un Estado ecológico, el voto obligatorio para mayores de edad -que debería ser un derecho y no una imposición- era voluntario para quienes tengan 16 o 17 años -menores de edad y fácilmente manipulables-, establecía la paridad y la alternabilidad algo que rompe absolutamente con la capacidad, la meritocracia y la propia democracia que no es más que la elección voluntaria de aquel representante que se desea, incluía el lenguaje políticamente correcto de “los y las”, con sus géneros respectivos, aunque únicamente binarios para los cargos, y otras cuestiones de difícil digestión. 

En cualquier caso en Chile ha predominado la razón frente a un progresismo que permanentemente pretenden desarticular principios democráticos ¿Cuántos se preguntarán ahora dónde se reflejan aquellas “multitudinarias” protestas sociales en las que se destrozaban o incendiaban buses y vagones de metro? Sin un solo incidente, una mayoría constatada y real de ciudadanos ha dicho “no”. Mucho ruido, pero pocas nueces, parece ser el refrán que resume este contrasentido, y es que hay mucha juventud manipulada -de ahí que deseen que los menores de 16/17 años voten- y demasiado adulto irresponsable, como muchos de los que agregaron párrafos a ese proyecto constitucional, ahora enterrado y ligado irremediablemente al futuro político del presidente Boric.

Las sociedades cambian a la velocidad que se lo pueden permitir y, además, esa evolución debe hacerse encuadrada en parámetros de suficiente racionalidad. La democracia no es, como algunos creen, el gobierno del pueblo ni de las mayorías, al menos en valor absoluto, porque la famosa frase está limitada por el respeto a los derechos de los demás. Vivimos en un mundo en el que se ha olvidado -porque la mayoría de los jóvenes no lo han vivido- que las dictaduras y los autoritarismos esclavizaron a muchas sociedades por años. El hecho de no referirse, por ejemplo, a Cuba como una dictadura y haber normalizado tanto lo que pasa en la isla como lo que ocurre en Venezuela, Nicaragua, Rusia, China y otros lugares, ha terminado por proyectar una imagen de que todo es permisible. 

Lo políticamente correcto pareciera haberse apoderado del lenguaje de los medios y de las redes, pero sobre todo de la severidad de la verdad, la que evitan en su crudeza para no ser vapuleado mediáticamente o condenado al ostracismo de la cancelación. En todo caso, el “no” al plebiscito chileno es un triunfo de la razón y de la libertad, y eso difícilmente podría haber ocurrido en otro lugar de América latina. Vean Argentina, el país vecino, como un ejemplo exactamente de lo opuesto.

Las sociedades deberían tomar nota, pero sobre todo asumir la responsabilidad y dar la cara en los momentos que es necesario. La idiosincrasia de cada grupo social hace que se proyecte en el tiempo exitosa o fracasadamente, y los chilenos han vuelto a demostrar al continente que cuando hay cultura política, razón, capacidad, responsabilidad, valentía y decisión, no hay asunto ni miedo que frene el paso adelante.