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lunes, 29 de octubre de 2018

¡Ya queremos pastel… !


En los últimos años ha crecido el gasto público sin que absolutamente nada haya mejorado

De forma periódica pero con mayor descaro, premeditación, alevosía y nocturnidad, el sindicato magisterial liderado por Joviel Acevedo -y no es el único lamentablemente-  presiona y consigue un nuevo aumento salarial que ronda los Q1,000 millones para 2019 y puede ampliarse en los años siguientes al infinito y más allá ¿Se imagina usted cuánto se puede mejorar el país con esa cantidad bien ejecutada? En otras instituciones los sindicatos correspondientes también hacen lo propio: OJ, MP, Congreso, Salud, Municipalidades, portuarias y una larga e inimaginable lista de piratas que hacen piñata del presupuesto, sacando de donde no hay, para beneficio de sus dirigentes y afiliados pero con nulo impacto en el servicio al ciudadano, y ahí está lo más preocupante.
De esa cuenta el gasto público crece anualmente pero: ¿adónde va ese aumento que pagamos los ciudadanos con nuestros impuestos? Pues al bolsillo de trabajadores del Estado en forma de bonos antiestrés, de Navidad, de vacaciones, de “responsabilidad” de “productividad” y seguramente encontrará otros nombres curiosos inventados para justificar la depredación de los fondos públicos que todas las instituciones hacen, con mayor o menor ruido, y de cuyos montos, por cierto, los receptores no pagan impuestos directos ¿Recuerda aquel ujier que hacía fotocopias en el Congreso por Q45,000 al mes?, pues ahí sigue no se crea que cambiaron las cosas ni declararon lesivos los onerosos pactos.
Por si no fuera suficiente, en esta ocasión, el sindicato magisterial consigue su propósito y el de Salud (médicos y enfermeras) no. La lección que se aprende rápidamente es que quienes más presionan, amenazan, hace ruido o se manifiestan vulnerando derechos ciudadanos, logran su objetivo. Conclusión para la próxima: hagan bochinche, paralicen el país y el político de turno les escuchará. No pierda el tiempo razonando el aumento u observando normas de corrección y legalidad: ¡no sirve para nada!
Los ciudadanos que pagamos impuestos y toleramos que esas cosas ocurran, permanecemos pasivos creyendo que el dinero sale de otra parte que no sea nuestro bolsillo y el político -conocedor de la falta de testosterona nacional- negocia con extorsionistas profesionales de tiempo completo y comete cohecho al aceptar el soborno del sindicato por la tranquilidad que le ofrece de no traer maestros a las calles, suspender clases, dar apoyo electoral con votos o asegurar plazas fantasmas que incrementan los ingresos o amortizan la inversión realizada para ser alcalde o diputado. Delincuentes que se entienden entre ellos, mientras observamos pasivamente, una y otra vez, lo mismo. Y si los sindicatos fallan o no existen, están los “bonos extraordinarios” como modelo sustitutivo. El Ministerio de la Defensa pagaba Q50,000 al Presidente y cantidades significativamente altas a la cúpula militar y la Corte de Constitucionalidad se recetó aquel “bono revolucionario” -así se llamó- por valor superior a los Q87,000 ¿Cree usted que por ello tenemos mejor ejército o la CC ha sido más eficiente y resuelve en menor tiempo los casos?, pregúntele a la minera San Rafael. En los últimos años ha crecido el gasto público sin que absolutamente nada haya mejorado  y así no hay presupuesto que llegue.
La salud sigue mal, la educación peor, las carreteras están a la vista y el medio ambiente, la seguridad, la defensa, la agricultura, la seguridad…., todo hecho un desastre por gobiernos terriblemente incompetentes, aunque pagamos mucho más por ello. “Sarna con gusto no pica” o “quien por su gusto muere que lo entierren parado”, son dos refranes chapines que describen nuestra actitud indiferente que hace posible este desmán y encima y con “satisfacción” paguemos el alto costo ¡Inaudito y estúpido, el Estado rehén de si mismo!

lunes, 22 de octubre de 2018

Compleja crisis humanitaria


Un sacerdote me contó que algunas personas que llegaban en esa caravana eran migrantes atípicos

El escaparate de la crisis humanitaria, evidenciado por una columna de personas que ha recorrido Guatemala, deja entrever el estado de pobreza, violencia, calamidad y nefasta gestión política de los países centroamericanos. Drama que expone lo que cada día ocurre silenciosamente: un éxodo masivo a países más prósperos en busca de una mejor forma de vivir y de oportunidades inexistentes en territorio propio.
Las crónicas de esa marabunta de miseria humana se han centrado en describir terribles tragedias personales o señalar casos concretos que levantan ampollas en la conciencia. Sin embargo, el análisis de causas y consecuencias -al margen de la catástrofe- ha quedado desdibujado en el ambiente por la empatía con mujeres, ancianos y niños que persiguen un sueño difuso. De otra forma: el corazón ha desplazado a la razón a un segundo plano.
Si usted se llamara Smith y viviera en una pequeña ciudad norteamericana cerca de la frontera con México, se preguntaría -tiene derecho a hacerlo- si es aceptable que miles de personas ingresen a la fuerza y se instalen en su localidad, incidiendo en un entorno construido por sus padres y sus abuelos. Igualmente pensaría por qué la lucha que hace en su pueblo para que todo funcionen bien no la hacen esos “invasores” que llegan queriendo encontrarse el sistema funcionando, cuando a usted, optimizar lo público, le ha costado dinero generaciones y quizá vidas ¿Qué ocurre en esos países que las cosas no marchan como debieran? ¿Qué hacen sus habitantes, además de exigir oportunidades, para que los cambios se produzcan? ¿Por qué hay lugares en donde se vive bien y otros en qué apenas se sobrevive? Si esa energía que muestran marchando la dedicaran a cambiar el sistema político de su país, todo estaría mejor.
Un sacerdote, director de un refugio en la frontera con México, me contó que algunas personas que llegaban en esa caravana eran migrantes atípicos. No respondían al perfil de quien se aloja diariamente en su albergue y pasa la frontera. Llevaban -añadía- teléfonos de alta gama, iban con niños/bebés o minusválidos y la vestimenta, especialmente los zapatos de muchos, no respondían al reto de caminar unos 3,000 kilómetros ¿Fue la movilización espontánea o, al menos el detonante, algo preparado, meditado y usaron seres humanos en favor de cuestiones políticas? No es la primera vez que se engaña a personas para promover intereses políticos. Ocurrió recientemente con una manifestación de acarreados frente a CICIG en la que se señalaron a autoridades del Ministerio de Ambiente y a una arrebatada extremista. En el pasado, la ONG ambientalista Madreselva fue filmada mientras anotaba a los asistentes y alimentaba a tan “espontánea” concentración de protesta ¡Extremos de una misma práctica!
La empatía emocional con quienes sufren impide o dificulta el análisis completo del problema. Todo esto no es más que el resultado de la pasividad -por años- de sociedades conformistas -las nuestras- que han permitido que la política sea dirigida por delincuentes, aplaudido contrataciones a dedo de amigos y familiares, concesiones de favores, caudillismo y la falta de un sistema de justicia eficiente pero “manejable”, entre otras muchas carencias. Si le duele lo que vio, pregúntese qué ha hecho para que eso no ocurra, cuánto silencio cómplice ha guardado, cómo vota y contribuye a que bribones lleguen al poder y si lucha por una justicia que proporcione certeza jurídica a necesarias inversiones que no llegan. Esto no es más que es un constructo al que todos hemos aportado indiferencia, apatía, cobardía o complicidad. Por mucha pena que provoque no es justo que culpemos a mister Smith de nuestro fracaso.

lunes, 15 de octubre de 2018

El péndulo político extremista


Una simple ecuación de comodidad promovida por una cultura al miedo y a la incertidumbre

El éxito electoral de Jair Messias Bolsonaro en Brasil -militar en reserva y político de ultraderecha además de transfuga de 7 partidos y con un hermano y tres hijos en la política- se suma a la exitosa campaña política del costarricense Fabricio Alvarado, periodista, cantante y predicador evangélico que estuvo cerca de ser presidente de su país. Si analiza ambos perfiles y compara con la situación que vivimos en Guatemala, puede elaborar escenario electorales para 2019. La religión -evangélica y particularmente pentecostalista- ha generado propuestas radicales y optimizado el voto de sus adeptos, y de un entorno afín. Hace un par de meses grupos protestantes promovieron intensamente leyes de corte extremista con envoltura de protección a la familia, pero con el fin de generar un aureola gris -el mejor color para la política- que radicaliza y engulle a un significativo número de despistados conservadores.
La mayoría de los votantes latinos -Brasil, Costa Rica y Guatemala no son excepción- nacieron después de que “terminaran” los regímenes dictatoriales o desapareciera el muro de Berlín. Por tal motivo, los extremos políticos: dictadura y comunismo, no figuran en su experiencia de vida y es difícil hacerles ver, a pesar de que los resultados históricos están a la vista, que ambas opciones destruyeron muchos países, por lo que el mensaje fanático y extremista termina siendo -como ocurrió en otras épocas- una opción para jóvenes que no experimentaron el pasado o para viejos que todavía lo añoran como realidad vivida o esperanza nunca hallada.
El pragmatismo humano, además, acepta males menores mientras no se modifique “un mínimo” estatus quo que permita “ir tirando”. Sacrificar libertad por seguridad o dinero de impuestos por promesas políticas es visto por muchos como un mal necesario, en lugar de preguntarse la razón y el porqué de no hacer un ejercicio responsable de la libertad individual. Es mejor exigir educación y salud estatal -y que otros lo hagan por mí- que asumir la responsabilidad de ahorrar e invertir para los míos. Una simple ecuación de comodidad promovida por una cultura al miedo y a la incertidumbre y que representa un costo superior y negativo pero “tranquiliza” la conciencia frente al fracaso y a la irresponsabilidad, lo que merma la libertad del individuo en beneficio de la gestión pública ¡Nada que la psicología no haya estudiado!
Todo lo anterior se potencia con campañas de desprestigio de medios y comunicadores que generan confusión a través del empleo masivo en redes sociales. Para muchos, el Finantial Time es un referente similar al perfil anónimo y con foto sacada de Google que diariamente le cuenta lo que ocurre en versión fake news. El ciudadano común es desbordado constantemente por información y no está dispuesto a seleccionar, investigar, averiguar y dar crédito a la verdad. Termina por creerse lo que le presentan en su reducido mundo digital como si ese fuese el universo informativo. El moderno Goebbels es utilizado por grupos de interés político-religioso y se ha instalado en las redes sociales de muchas personas que dan por bueno aquello que primero ven o más intensamente les presentan. Del relativismo al simplismo no ha pasado más de una década.
Nos encaminamos a las elecciones 2019 en la que aparecerán candidatos intolerantes y muchos votantes creerán que son la panacea, la única solución salvadora y sanadora de una “sociedad perdida”. Un par de años después, seguiremos perdidos y sin vuelta atrás porque simplemente dejamos nuestra libertad en manos de otros y no aprendimos de la Historia aquello del péndulo político extremista ¡Qué malo es no aprender nada!

lunes, 8 de octubre de 2018

La cultura de la legalidad


Sin una cultura de legalidad es imposible alcanzar un mínimo grado de desarrollo

Muy poco -casi nada- se ha escrito sobre la cultural de la legalidad. Debe entenderse como una forma de comportamiento personal y social tendiente a cumplir de buena fe -o por imposición en su defecto- la legalidad vigente, aun sin cuestionarse si las normas son moralmente lícitas, y representa un paso previo al Estado de Derecho. No es Guatemala precisamente un país con esa cultural de legalidad, de hecho hasta existe una especie de “contracultura” que ha terminado por premiar al “chispudo” que incumple las normas, felicitar al cuate que “da cola” u optar por callarse y no reprochar ni confrontar a quienes deciden que guardar la fila está hecho para otros, pero no para ellos.
Sin una cultura de legalidad es imposible alcanzar un mínimo grado de desarrollo porque se carece de previsibilidad y, consecuentemente, no es posible planificar con garantías de éxito. Tampoco son posibles las relaciones efectivas, toda vez que nadie garantiza que el interlocutor va a cumplir su compromiso y mucho menos es posible atraer inversiones que promuevan empleo porque se genera inseguridad jurídica. En definitiva: una sociedad sin un alto grado de cultura de legalidad, está abocada al estancamiento, al fracaso o, a lo sumo, a un imperceptible progreso a muy alto costo ¿Le suena la premisa y la situación?
Diariamente, y por todos, se aprecian muestras de esa falta de cumplimiento normativo. En la constitución, la pena de muerte o la seguridad interior asignada al Ejercito -esté o no de acuerdo con ellas- no se cumplen pero tampoco se anulan; en lugares donde hay uno o dos carriles en determinado sentido, se termina haciendo un tercero por aquellos que “tienen prisa”; si está guardando turno en un concierto observará como avanza lentamente porque delante de usted muchas personas se cuelan con absoluta impunidad, mientras el resto no recrimina la acción y estoicamente la soporta; en ciertos lugares una propina es la llave mágica que abre la atención personalizada por parte de quien debería hacerlo por voluntad u obligación; si acude a la administración pública observará que el horario, la prestación de servicio o la diligencia en prestarlo son parámetros que sencillamente no son cumplidos sin que la jefatura del servicio correspondiente haga algo por cambiarlo, y así puede ir anotando sus propias experiencias que seguro son más.
Hablar de Estado de Derecho cuando la cultura de la legalidad no existe es querer correr sin haber aprendido a caminar. Como sociedad -también como individuos- estamos aun muy lejos de ese objetivo pregonado por medios de comunicación, filósofos, politólogos o juristas. Da igual las leyes que se tengan -buenas o malas- porque lo principal: ¡que se cumplan!, es todavía una asignatura pendiente. Sin el hábito de observar la norma, es difícil entrar en una serena discusión sobre si aquella es moralmente buena. De hecho, el debate nacional sobre la calidad normativa termina siendo, en el fondo, una discusión estéril o una excusa para incumplirla.
Ahora que reflexiono sobre este importante tema, recuerde que parte del debate nacional es si el gobierno debe o no cumplir la sentencia emitida, explicada y confirmada por la CC o cómo el diputado Alejos ha interpuesto 14 recusaciones judiciales y paralizada la persecución penal contra él. Dos claros ejemplos de cómo seguimos cuestionando el cumplimiento de leyes o decisiones judiciales sin ninguna voluntad de acatarlas y, en el fondo, no es por cuestiones filosóficas, jurídicas o morales, sino simplemente porque no nos da la real gana de aceptar que las normas están para cumplirse, de preferencia de buena fe, y cuando eso no ocurre todos perdemos.