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lunes, 29 de noviembre de 2010

Tutelaje

Es común escuchar afirmaciones sobre colectivos desprotegidos o que carecen de la necesaria instrucción y consecuentemente no pueden ejercer ciertos derechos o cuentan con dificultad para lograr determinadas metas. El discurso, así planteado, instituye un conjunto de grupos sociales: mujeres, niños, indígenas, ancianos y otros, a los que se les atribuye la cualidad de no poder, por sí mismos, salir del aprieto en el que convenientemente se les sitúa. Creadas imaginariamente las colectividades, identificadas y fijadas sus limitaciones, sólo queda determinar el nivel de tutelaje y, por supuesto, designar al tutelador. Organización civil, política o sabio todopoderoso que termina por interpretar aquellas necesidades y erigirse como salvador de todos, como si fuera un perfecto conocedor de qué deben hacer aquellos “incapaces”. He ahí la razón de la ingente cantidad de organizaciones civiles y lidercillos mediocres que quieren tener razón cuando manifiestan categóricamente qué hacer con grupos de indígenas o qué es mejor para los ancianos, justificando que no saben o no pueden. Es el basamento político-populista del liderazgo oscuro que permea una sociedad cobarde, al consentir que otros lleven las riendas de su destino, sin darse cuenta -o permitiéndolo interesadamente- que todo es un entramado de intereses para saltarse reglas, acomodarlas a su provecho o mangonear al grupo de desposeídos.
La humanidad ha evolucionado a pesar de un analfabetismo histórico. Baste recordar la sociedad medieval y la cantidad de personas que vivían infinitamente peor que hoy y, sin embargo, se progresó y consiguió prosperidad y desarrollo inimaginable. Recordemos el surgimiento de la burguesía y de los emprendedores de los siglos XVI y XVII y observaremos que no es necesario más que contar con la puerta abierta -la libertad- para que el ser humano inicie una marcha imparable hacía el éxito. De hecho, grandes empresarios y emprendedores fueron (y lo son hoy día) analfabetas o con estudios mínimos.
No debemos, por tanto, aceptar pasivamente que nadie se erija en representante de los intereses y deseos de otros, mucho menos de colectivos tradicionalmente identificados, ni permitir esa osadía que únicamente hace progresar a quien la justifica con sus infames propósitos. La sociedad, por siglos, ha sobrevivido a gobiernos, a reyes absolutistas, a señores feudales, a dictadores asesinos y a otros abusadores. A nadie, por muy analfabeto que sea, le falta la mínima y suficiente capacidad de raciocinio que le permita emprender acciones para mejorar sus condiciones de vida. El problema de la falta de oportunidades estriba en trabas burocráticas, en muros artificiales que construyen normas legales o en el deseo de algunos de querer, a la fuerza, representar ciertos intereses (sindicados, por ejemplo), pero todo ello es generado por gobernantes o personajes inescrupulosos que creen tener derecho y razón para tutelar a esos grupos que identifican y limosnean, estableciendo una relación biunívoca que termina por convencer a los menesterosos de que su destino es mendigar toda la vida cual parásitos y sustentar a quien les promete pan y techo, sin darse cuenta de que es precisamente lo que impunemente les quita cada día.
Nunca es tarde para despertar y tener fe en las capacidades que poseemos como seres humanos, cualquiera que sea nuestra condición, y de la responsabilidad que tenemos al dejar en manos de esos “salvadores” nuestra vida, nuestras decisiones y el prometedor futuro. El problema de tanto lamento y tan frecuentemente es que desperdiciamos mucha energía creadora que podríamos emplear para avanzar, además de darles motivos para que sobrevivan todos esos manipuladores ladrones de libertad.

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