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lunes, 18 de junio de 2018

La vida es tiempo


No somos imprescindibles y cuando desaparecemos nada cambia, salvo el espacio que dejamos

El pasado miércoles, temprano y súbitamente -como suelen llegar las malas noticias- me enteré del fallecimiento de un primo político en tercer o cuarto grado ¡Qué más da lo lejano! Uno es de donde pace y no de donde nace, y la familiar termina siendo aquella que tienes cerca. Además, en lo que va de 2018 nos habíamos visto más que en los últimos años.
La muerte de Fernando me consternó y me hizo reflexionar sobre lo efímera que es la vida y cómo se disipa en un instante, sin advertirte. En ocasiones, la muerte no deja que te prepares ni te despidas, y sorpresivamente te lleva con prisas. La misma celeridad y urgencia con la que llevamos a diario la vida cuyas horas ocupamos con efímeras preocupaciones que de pronto desaparecen y dejan de atormentarnos, a pesar de habernos esclavizado con egos, pasiones y deseos. Nos fundimos constantemente con el celular para contestar tuits, correos o chats de grupos y discutimos en el tráfico o intentamos ser más listos que el contrario y ganarle la mano en el cruce o el semáforo. Aborrecemos regularmente al motorista que zigzaguea entre los carros y tememos que nos golpee el retrovisor; también al busero que se detiene en no importa qué lugar; al diputado que con solo verlo nos produce aversión, y al Presidente que si pudiéramos le jalaríamos la orejas. Al final de día, ni siquiera conciliamos el sueño porque el estrés y la agitación mantienen dinámico el cerebro. Despertamos, y el mismo dinosaurio nos devora nuevamente. No encontramos tiempo para abrazar a nuestros seres queridos; llamar a los amigos y desearles buen día; tomar un café mirando los pájaros devorar los insectos que aparecen después de la lluvia o respirar profundamente el aire húmedo de la tarde.
El tiempo se nos va en trivialidades; la vida pasa sin más provecho de muchas horas que el desencuentro, el desencanto, la decepción, el encontronazo, el insulto o incluso un innecesario y sutil odio o desprecio. De pronto, la muerte de alguien cercano nos hace cerrar los ojos y elevarnos para ver el mundo desde otra perspectiva. Es ahí donde nos damos cuenta que las cosas siguen igual: atascos de tráfico, cólera en redes sociales, manifestaciones de grupos ruidosos, diputados canallas, inútiles funcionarios o pasiones diversas. Todo está igual, pero algo llama nuestra atención: faltamos nosotros, y no pasa nada. No somos imprescindibles y cuando desaparecemos nada cambia, salvo el espacio que dejamos, en muchas ocasiones ocupado inmediatamente por otra persona. Olvidamos apreciar la vida y el tiempo, pensando que somos imprescindibles y que sin nuestro concurso nada será igual ¡Cuán equivocados estamos y qué tarde nos damos cuenta!
La penúltima vez que hablé con Fernando, me comentó que había que hacer algo por Guatemala. ¡Somos un país grande, con ilusiones y esperanzas, aunque estamos pasando una mala racha!, decía. Le contesté que tomaba nota de la charla y que escribiría algo al respecto ¿Quién iba a decir que apenas dos meses después aquellas palabras de aliento adornadas por su sonrisa contagiosa iban a tener eco en esta página?
Quizá, con el tiempo, haya que decretar el día de la “contemplación humana” para dejarnos ver y sentir como somos: efímeros, y tomar conciencia de que lo más lindo es ver amanecer, contemplar el atardecer y sonreír con un cordial saludo, un te amo o un feliz día para todos. Es decir: lo que no solemos hacer con la frecuencia deseada.
Descansa en paz Fernando, dejaste una motivación que espero sea aprovechada por muchos.

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