Ser demócrata se muestra en el fracaso, cuando los elegidos no son de su preferencia, porque ensalza el valor superior de reglas previamente establecidas
Me atrevería a decir que ni siquiera en 2015 hubo un acuerdo nacional tan amplio. En esta ocasión faltaron únicamente los sediciosos habituales, a quienes no hay que nombrar para que se vayan vaporizando al estilo orwelliano, y sean inmediatamente condenados al ostracismo. Esos extremistas delincuentes, atentaron abiertamente contra el modelo democrático, pero particularmente contra lo que dicen defender: el futuro de nuestros familias, especialmente de nuestros hijos, y en general contra las aspiraciones de muchos jóvenes. Intentan desesperadamente promover “los dos minutos de odio” con trasnochados discursos, cuando lo que persiguen realmente es mantener el control mafioso de instituciones desde las que depredan recursos públicos por años.
El autor de la frase que titula la columna es Julio Anguita, un encomiable paisano cordobés y comunista, y empuja la necesidad de destacar -en ese “espontáneo consenso”- a dos grupos que sobresalieron por omisión o acción. El primero incluye al Ejecutivo y al Congreso. Del Presidente no se puede esperar mucho, salvo que termine su tiempo, se largué y engrose la lista de ilustres despreciables nacionales, pero el Vicepresidente y su silencio no tienen perdón ni justificación, así como la de los ministros. Por cierto, dos renunciaron. Del Congreso se hubiese esperado que algún partido político -¡alguno!- presentará una declaratoria para condenar lo ocurrido, pero lejos de eso todos ellos y la mayoría de los diputados -cobarde o interesadamente- callaron. Y si, son los mismos partidos y diputados que pedían el voto hace apenas una semanas y prometían un futuro feliz, aunque son incapaces de promover una declaración institucional o dar la cara frente a lo que sucedió ¡Mi desprecio a todos ellos!, y también a la mayoría de los alcaldes.
El segundo grupo es más censurable porque fueron activos, y me refiero a ciertas iglesias evangélicas. Desde púlpitos muy reconocidos -y otros muy ignorados- se promovieron mensajes de rechazo, condena y odio al candidato Arévalo, en un marcado afán por satanizarlo, endemoniarlo y presentarlo como el maligno. Algunos de esos pastores tienen intereses partidarios y hasta hijos diputados, y otros han sido cuestionados por lavado de dinero en sus respectivas iglesias, pero ¡solo es casualidad! Desde la fe, que maneja y manipula a muchas personas, no es aceptable ese discurso destructor, utilizado también, por cierto, por sectores católicos contra proyectos hidroeléctricos o de minería. Quienes condenan desde la militancia religiosa terminan validando a aquel enemigo de las confesiones: “la religión es el opio del pueblo”.
Serviles políticos, manipuladores pastores y el grupito de golpistas profesionales son los únicos que han estado en pro de este intento de rompimiento constitucional o golpe a la democracia. El resto: cámaras empresariales, organizaciones de la sociedad civil, grupos de apoyo nacionales y extranjeros y la activa ciudadanía, se mostraron contrarios a la acción de inescrupulosos mafiosos que pretenden seguir moviendo los hilos en el país. También se ha demostrado que estamos muy lejos de Nicaragua, Venezuela o Cuba. Lo aquí ocurrido -imposible en aquellos países- lo pone de manifiesto, sin ser menos cierto que hay quienes, vestidos de salvadores fariseos, empujan en esa dirección autoritaria.
Ser demócrata se muestra en el fracaso, cuando los elegidos no son de su preferencia, porque ensalza el valor superior de reglas previamente establecidas. En agosto hay que aceptar a quien la mayoría decida en la urnas. No hacerlo, demostrará una preocupante sintomatología golpista por parte de esperpentos sin valores ni principios que pretenden sacrificar eternamente a nuestros hijos en beneficio de sus delincuenciales aspiraciones. Esta vez, los ciudadanos, la última línea de defensa, pero la más efectiva, nos encargaremos de mandarlos al carajo.
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