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lunes, 16 de septiembre de 2024

Sperisen y la “justicia” suiza

Suiza es el país que ha enjuiciado cuatro veces al exdirector de la PNC, Edwin Sperisen, lo que llama poderosamente la atención al profundizar en el caso

Suiza es la cuna de la Cruz Roja Internacional fundada para paliar los horrores de la guerra, especialmente con los heridos, y promotora de los Convenios de Ginebra que regulan el Derecho Internacional Humanitario. El país europeo es conocido por su neutralidad en los conflictos bélicos, y es referente internacional de pacifismo, orden, justicia y derechos humanos.

Sin embargo, también Suiza es el país que ha enjuiciado cuatro veces al exdirector de la PNC, Edwin Sperisen -por hechos cometidos en Guatemala-, lo que llama poderosamente la atención al profundizar en el caso. En el primero de los juicios fue condenado a cadena perpetua -como autor directo- sentencia anulada posteriormente por el Tribunal Federal. En el segundo, se le condenó a prisión de por vida por la corte de apelación, y fue nuevamente anulado por el Tribunal Federal. En el tercero, sentenciado a 15 años -aunque no se le declaró siquiera coautor-, también se anuló la resolución judicial por falta de imparcialidad de la presidenta del tribunal de justicia de Ginebra, a raíz de la sentencia emitida por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos que considero “que el demandante podía temer razonablemente que el juez tuviera una idea preconcebida sobre su culpabilidad”. La cuarta vista inició el pasado 2 del presente mes y en pocos días fue condenado a 14 años, sin testimonios nuevos y con participación de jueces contaminados en procesos anteriores. La sentencia parece ser una “solución salomónica” para evitar, seguramente, el pago de la indemnización solicitada por el afectado al gobierno, y que no tenga que volver a prisión. Las sentencias fueron publicitadas en su momento como un éxito de CICIG, aunque posteriormente -después de las correspondientes anulaciones- tuvieron escasa difusión mediática, a pesar de ser catalogadas por medios internacionales como una vergüenza judicial. No es para menos: mismo error en tres ocasiones, y eso sucedía en Suiza “paraíso de los derechos humanos y paladín de la justicia”.

Detrás de todo este embrollo una ONG -TRIAL International- y algunos de sus socios, integrantes o simpatizantes: fiscales y jueces que, directa o indirectamente, construyen su “prestigio” internacional por medio del ofrecimiento de logros judiciales en los países en que actúan, y así consiguen financiamiento. Nada nuevo ni diferente para quienes, desde hace tiempo, analizamos el funcionamiento de mercenarios internacionales que lucran y se afaman consiguiendo condenas en sus respectivos países, sin importar realmente la justicia ¿Recuerda el juicio por genocidio aquí?, pues eso.

Y aunque se encargaron de difundir suficientes prejuicios sobre el caso, e independientemente de que considere al imputado culpable o inocente, es inconcebible que un país “altamente desarrollado” se “equivoque” en tres ocasiones al impartir justicia, lo que ha evidenciado el tribunal europeo; la cuarta parece ser más de lo mismo, y en unos meses veremos el resultado. Además -y esto agrega mucho- han mantenido en prisión a una persona por años, consumiendo vida, espíritu y entorno ¿Es eso lo que se esperaría de Suiza? El contraste lo ponen las absoluciones de quienes, al igual que él, fueron acusados en Austria y España, dos países en los que no se puede decir que la justicia no cuenta con suficiente grado de credibilidad.

El caso Sperisen evidencia la realidad de una justicia politizada por grupos de poder en forma de ONGs, y la cantidad de influencias que mueven, además del dinero que facturan. Cuestionamos mucho a los políticos, y con toda razón, pero cada vez hay más certeza de que el poder judicial padece la misma miseria de la corrupción que los otros dos, eso sí con una barniz legal que lo disimula.

lunes, 9 de septiembre de 2024

Vergüenza internacional

El mundo está de cabeza y la vergüenza de los políticos - perdida hace tiempo-, ha sido reemplazada por la picaresca más burda y descarada

Lo que sucede en Venezuela no es más que el reflejo de una realpolik que los propios políticos no terminan de aceptar públicamente. Se llena las bocas de condenas, rechazos, señalamientos, pero finalmente negocian con dictaduras como China, Venezuela, Nicaragua o Cuba y oxigenan a los autoritarios con concesiones o pierden el tiempo con eso tan políticamente correcto de “buscar soluciones para la salida a la crisis”, que no es otra cosa que dilatar el tiempo para normalizar la situación. Así ha ocurrido en Cuba por más de 60 años y ya supera la veintena en Venezuela.

Los extremistas de izquierda como Lula, Obrador o Petro se encogen de hombros y con su hipócrita actitud permiten que el enfermo de Maduro continúe asesinando, aunque esos hijos de mala madre actúan como aquellos otros que cierran los ojos ante el aborto y el asesinato de no nacidos. Es el empleo del neolenguaje de forma interesada para justificar la barbaridad de turno. Los más hábiles, como el presidente del gobierno español, por intermediación de alguien que debería ser procesado por tribunales internacionales, como es el asesor venezolano Zapatero, asilan al presidente electo y legítimo, y lo publicita como un logro, cuando deberían de haberlo hecho con el dictador.

La extrema izquierda, consentida por muchos medios de comunicación social, sigue haciendo destrozo humanos en el mundo, mientras es aplaudida por grupos de analfabetas que viven de migajas en forma de becas, ayudas, subvenciones, ONGs o apoyos sociales, en lugar de trabajar y asumir riesgos y responsabilidades.  Es difícil bajar de ese burro al ciudadano -no menos bestia- del siglo XXI que introduce su cabeza en el mismo agujero que ya lo hicieran sus antepasados del siglo XX, aquellos que permitieron con su conducta dos guerras mundiales.

No sé qué necesita el mundo -además de muchas más educación, capacidad de análisis y menos redes sociales- para aprender de la historia y de sucesos recién pasados. No entiendo la tozudez y falta de criterio de no pocos que siguen defendiendo a monstruos de la categoría de Ortega Murillo o su esposa, una suerte de dupla de delincuentes, de violadores que campan a sus anchas en una Centroamérica desecha. Se me escapa la sagacidad de unos USA, interventores hasta la médula en la Guerra Fría, que ignoran o no aciertan con la debacle que se avecina en este espacio geopolítico de interés estratégico para ellos.

El mundo está de cabeza y la vergüenza de los políticos -perdida hace tiempo- ha sido reemplazada por la picaresca más burda y descarada. La región se llena de populistas y dictadores: Bukele, Murillo, Xiomara Castro, López Obrador, Maduro, Lula, Petro, Diaz-Canel, todos ellos aceptados en la comunidad internacional a pesar de no contar con parámetros mínimos de demócratas. Tampoco escapa el Papá que parece apostar más por la actitud de Pio XII que por la de Juan Pablo II, y otorga mientras calla.

Las civilizaciones tienden a su fin, como ha ocurrido con muchas a lo largo de los tiempos, y justamente inician con esa pérdida de valores éticos, de respeto a los demás y de principios generales convivencia. No es nada nuevo que no se haya visto antes, y esta ignorancia supina del siglo XXI, nos conduce aceleradamente y de nuevo a que dentro de algunos siglos nos vean como torpes del pasado que no supieron leer los tiempos.

Pensamos que lo tenemos todo, y resulta que cada vez tenemos menos de lo esencial. Quizá nos sobra tecnología pero hay que desarrollar mucho más la razón, a fin de cuentas lo que nos diferencia de los animales.


lunes, 2 de septiembre de 2024

En el mes de la Independencia

Es evidente que nos despegamos burocráticamente de un imperio del otro lado, pero seguimos encadenados a otro más cercano y a nosotros mismos

Max, mi perro, está en casa sin collar. Quiero que se siente libre, cómodo, sin ataduras. Sin embargo, nada más abrir la puerta de la casa, busca afanosamente la cuerda de la que “se” atará para sus paseos diarios, y se prende a ella con la boca. No gusta ni sabe, salir a la calle sin estar amarrado, con la seguridad -o la dependencia- de que en el otro extremo estoy yo. Max desconoce lo que es ser libre, pero lo más interesante del asunto es que no le importa y parece preferir estar encadenado a alguien que diariamente le proporciona la comida y el agua, lo baña, cuida, desparasita, educa, vela por su salud, da un hogar y le busca el mejor entorno de vida. Max se siente feliz en su Estado del bienestar perruno y lo refleja con saltos y carantoñas cuando entro en la casa -desconozco si de alegría o de agradecimiento- porque creo que percibe que mientras me vea disfrutará de esas ventajas.

El ser humano, a diferencia de Max,  puede elegir, discernir, pensar y asumir la responsabilidad que conlleva una decisión libre, y las implicaciones que tiene. Decidir es arriesgar, y no todos estamos preparados para hacerlo ni mucho menos para aceptar las consecuencias, de ahí que sea tan popular promover el aborto, un asesinato tras la equivocación de dos actores libres. Da la sensación, cada vez más, de que hay gente que prefiere la seguridad de algo que la libertad de conseguirlo. El problema es que “ese algo” no siempre es lo que uno desea, y aumenta cada día persiguiendo un horizonte infinito e imposible satisfacer. 

Conmemoramos este año uno más de “Independencia”, cuando realmente somos más dependientes que nunca. Es evidente que nos despegamos burocráticamente de un imperio del otro lado, pero seguimos encadenados a otro más cercano y a nosotros mismos, lo que no es mucho mejor. No fuimos ni somos -veremos si en el futuro cambia- capaces de autogestionarnos como sociedad porque ello requiere sacrificio, honestidad, decencia, ética, capacidad, valor y acción responsable, y durante estos doscientos y pico años no se ha construido mucho, o incluso se ha destruido lo que pudo haber habido.

Si los conquistadores vencieron fue porque aprovecharon un mundo dividido en el que algunos querían aniquilar a sus vecinos, y únicamente hubo que ponerlos de acuerdo y dirigirlos a la batalla. Hoy -al igual que entonces- la polarización existente no buscar un consenso para una mejor gobernanza -cuento chino ya muy trillado-, sino como dominar al grupo contrario. Artimañas sobran por doquier, pero también mala leche y falta de ética, como se ha demostrado en estos últimos años de mi corta memoria histórica.

Lo curioso -que suele coincidir con lo facilón- es que aprendimos aquello de “echarle la culpa a otros”, y lo convertimos en el deporte nacional ¡Siempre son los otros! Aquellos que son comprados a la hora de votar, o “mi gente” que no sabe hacer las cosas o “el indio”, como el gran Asturias reflejara en sus tesis de graduación. No importa, siempre hay un “chairo” o uno del “pacto de corruptos” que es culpable.

De aquella “Independencia” nos quedamos solamente con la “pendencia”, en cualquiera de sus acepciones de la RAE, porque todavía queda mucho por construir, aunque creo que no seremos capaces de hacerlo. Así que, frente a la incapacidad, inventamos el positivismo enfermo para justificar cómo haremos “ahorita” lo que desplazamos diariamente, a pesar de que debimos haberlo hecho el día anterior. 

Voy a pasear a Max, al menos él es consecuente con lo que hace.