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lunes, 24 de junio de 2013

Diversidad

El andar a caballo hace a unos caballeros, a otros caballerizos (Cervantes)

¿Es la sexualidad una opción? La respuesta condiciona el resto del análisis. Quienes consideran que sí, no aceptarán evidentemente “desviaciones” en relación con la “normalidad” sexual. Dirán que quien no es heterosexual, es porque así lo quiere. Sin embargo, lo que creen -yo entre ellos- que la sexualidad es biológica y está marcada por preferencias internas y propias de cada individuo, aceptan que las predilecciones sexuales obedecen a parámetros concretos, no todos determinados por la ciencia, y ocasionalmente modificados por exigencia sociales y ambientes adversos. Es fácil corroborar lo anterior. Si nunca ha reflexionado sobre su propia sexualidad, pregúntese si sería posible para usted cambiar lo que realmente experimenta. La reacción responderá la cuestión. Imposible forzarla más allá de cuestiones de apariencia, presión social y aspectos anecdóticos o puntuales.
Muchos gobiernos, amparados en controversias sociales o cuestiones morales, obvian y olvidan a colectivos de diversidad sexual. Personas con apariencia de genero que no coincide necesariamente con su sexualidad física y que por no pertenecer al mundo considerado “normal” no gozan de derechos idénticos a los demás. Difícil llevar a cabo una relación con pareja del mismo sexo porque la legalidad vigente lo bloquea; sujetos a una mayor tributación fiscal si heredan su patrimonio a quien comparte su vida; vistos o señalados de forma extraña o perversa y teniendo que soportar intimidación, generalmente moral, del entorno, entre otras cuestiones. Lamentable que sean muchas iglesias -donde precisamente se reproduce el fenómeno con profusión- quienes condenen más contundentemente esas condiciones.
Si usted es heterosexual, quizá considere “anormal” tener un hijo o una hija que perfectamente integre otro colectivo distinto al suyo en el futuro. Ello conduce a la obligación de entender la temática y aceptar situaciones que son protagonizadas por seres humanos, lo que pareciera ser la clave del “problema”. Se ha dejado de ver a la persona en su esencia más profunda. Por ello, se crean cuotas de género o se promueven grupos de tal o cual afinidad, estimándose más la procedencia o la pertenencia que la esencia que adorna al ser humano. La persona -el individuo- es sujeto de derechos y de obligaciones. No por quién es, cómo es, ni por lo que representa, sino por ser depositario de una personalidad única. La leyes deben de ser generales, porque todos los individuos son iguales en esa condición que debería garantizar el Derecho y no excluir -tampoco premiar- las diferencias o la pertenencia a determinado colectivo.

Participé en una reunión y al poco de comenzar los salones se iban llenando en función de los grupos que promovían las diferentes ponencias. Había lugar para grupos de diversidad sexual, discapacitados, afrodescendientes, indígenas, mujeres maltratadas y otra suerte de colectivos. Todo hablaban sobre cómo alcanzar cuotas de poder y de respeto, pero estaban separados unos de otros. La atomización los llevó a promover la retroalimentación discusiva y obviar al “otro”. Hacían con el resto, lo que pretendían evitar que hicieran con ellos. Decidí -ante la dificultad de incluirme en alguno- ir a tomar café y meditar sobre el ser humano, esencia común de todos pero olvidado en sus reclamos. Hay que mostrar más interés por comprender y aceptar al prójimo que por mirarse el ombligo con orejeras. No importa si el tema es sexual o de otro tipo. A fin de cuentas la interacción social es entre sujetos a quienes hay que prestar atención si se desea avanzar. La respuesta es la democracia liberal, única que protege los derechos del individuo.

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