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lunes, 27 de enero de 2020

El síndrome de los prejuicios

Pareciera ser que padecemos una especie de mal endémico que promueve crítica constantes, al margen de la razón 

Una sociedad extremadamente conservadora -como esta- no se ajusta bien a no importa qué cambio y necesita tiempo de calibración que en ocasiones es superior al siguiente cambio que debe asimilar. Hartos del anterior gobierno, seguimos con la inercia de la descalificación o de la falta de apreciación de lo que la nueva administración hace. Si decreta estado de prevención en ciertos lugares, se cuestiona por qué ahí y no en otro sitio; si anula infaustos nombramientos del servicio exterior que los anteriores hicieron con los pies, que por qué en lugar de doce no son más; si propone cambios a leyes sobre calificación de las pandillas o mayor protección a la actuación de la PNC, surgen idénticas apreciaciones negativas y si cambia la cúpula policial, recuperando la que el anterior ministro de gobernación escabechó, no se le hace el ruido suficiente de admiración y aprecio. 
Pareciera ser que padecemos una especie de mal endémico que promueve críticas constantes, al margen de la razón que, por otra parte, se echa de menos en los comentarios. Hay demasiada visceralidad y, sin importar el asunto, se utiliza la descalificación sistemática sin sustento en hechos y razones. “Este será lo mismo que el otro”, “es un corrupto”, “no hace nada”,…, y así nos vamos día tras día repitiendo como cotorras frases que ya pueden considerarse síntomas naturales de ese síndrome de los prejuicios.
No nos hemos acostumbrado a valorar acciones y cambios que, por otra parte, son necesarios. El problema principal, a mi entender, es que no tomamos conciencia de lo sumamente mal que estamos y seguimos queriendo parchear cualquier cosa en lugar de comprender que hay que hacer cambios muy radicales y, como en todo, comenzar es especialmente difícil cuando el problema supera cualquier dimensión previsible. Además de otras acciones contra la delincuencia organizada, se han realizado más de 60 allanamientos por el MP en los tres municipios en los que se aplicó el estado de prevención, lo que nos debería decir algo porque no son actuaciones que se planifique de uno momento a otro.
Es cierto, también, que hay errores en algunas decisiones de gobierno, y no se pueden tapar, esconder ni disimular. Quizá sea ahí donde haya que poner la energía suficiente para, destacando algunas cosas bien hechas, se traslada al gobernante la necesidad de reconducirse en otras cuestiones, como por ejemplo el nombramiento del Comisionado Presidencial para los Derechos Humanos.
En política las percepciones representan, en ocasiones, la única valoración que hace el ciudadano, independientemente de la realidad que ocurra. Es importante promoverlas porque el sentir diario es bastante descorazonador y se requiere de mucho ánimo y entusiasmo para soportar las dificultades diarias: violencia, tráfico, corrupción, violaciones, niños que mueren de hambre o prepotencia de algunos políticos, entre muchísimas otras. Debemos tomarnos un tiempo -quizá 3 o 6 meses- para ver si se endereza el rumbo de cosas que nos preocupan a diario y desde siempre y, sobre todo, evaluar y analizar las actuaciones de gobierno con números, datos, hechos y razones. No podemos seguir despotricando lo que se quiere cambiar porque no nos gusta adaptarnos y asimilar que el ser humano es plural y qué hacer las cosas de otra forma no es tan importante como que se produzcan los cambios necesarios.
Yo le doy tiempo a este gobierno y mientras leo un libro o veo cine, porque refugiarme en los combates de boxeo entre alcaldes mediocres me termina matando las neuronas necesarias para atender lo importante en la vida. Usted haga lo que considere oportuno, pero recuerde que el país está en juego.

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