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lunes, 23 de noviembre de 2020

3ª llamara. Repito: 3ª y última llamada

Muchos no gustan de ejemplos como los de Venezuela -que así comenzó- aunque también los hay en Chile e incluso en los Estados Unidos

Con premeditación, alevosía y nocturnidad se aprobó el presupuesto del Estado para 2021. Tres reflexiones en torno al mismo, porque casi todo está dicho: el endeudamiento, el fondo y la forma. No estoy en contra de la deuda si se invierte y produce réditos, pero si cuando se utiliza para gastos de funcionamiento y se hipotecan dos o tres generaciones para pagarla y, sobre todo, si no hay esfuerzos por ampliar la base tributaria ni mucho menos para que ciertos sindicatos -como los de educación- sigan extorsionando.  El fondo -en qué se gastará el dinero- quizá podría comprenderse y debatirse si se explica, algo que no ha ocurrido, y de ahí la crítica. Finalmente, la forma -la nocturnidad para aprobarlo- solo puede calificarse de deleznable. Ha faltado el necesario debate parlamentario y público que permita acceder a la discusión y formarse criterio ¡Más penoso, es imposible!

Lo anterior ha rebasado un vaso lleno de bilis, producto de la encerrona por la pandemia, la depresión económica, los favoritismos a amigos de políticos, los desastres de dos tormentas tropicales y el descubrimiento de dinero encaletado -en Antigua- y fondos “reconducidos” en el Ministerio de Comunicaciones. Un hartazgo nacional que brota por la piel del ciudadano y que conduce irremediablemente a un abismo en el que las manifestaciones y la violencia se pueden hacer presentes en la vida cotidiana, como ocurrió el pasado sábado.

Muchos no gustan de ejemplos como los de Venezuela -que así comenzó- aunque también los hay en Chile e incluso en los Estados Unidos. El ciudadano, cansado de tanto manoseo, tiende a aceptar el extremismo -e incluso la violencia- como solución y única manera de sacar del poder a personajes de los que no gusta. No se trata de si lo hace con razón o sin ella -discusión banal cuando la percepción predomina- sino de acciones materializadas en protestas masivas, algunas de las cuales pierden el norte y se tornan explosivas, inútiles y destructivas. 

Estas situaciones de caos, incertidumbre, descontento y desconfianza abren la puerta a populistas o radicales que son bien recibidos por el votante como salvadores de la situación. Sin embargo, la experiencia demuestra que terminan por hundir el país mucho más, utilizando el poder democrático otorgado por votantes cansados, viscerales y descontentos. Ortega llegó a Nicaragua por una situación parecida, igual que lo hizo Chávez, Trump o Biden ahora, y algunos más que seguramente usted identifica. No recuerdo un nivel de confrontación social, política, de élites y de autoridades como el actual.

Guatemala está al borde del abismo y a las puertas de que en 2023 tengamos un pillo -o pilla- de esa naturaleza y calaña que, camuflado bajo una piel irreconocible y aupado por ciudadanos cegados por el cansancio, termine por llevar al país a una situación peor, con la oferta de mejorar todo. Una especie de revolución silenciosa que es la que más daño hace, menos visible es y más tiempo se queda. 

O arreglamos los problemas atendiendo a razones lógicas y prioritarias de país o la tensión y la confrontación serán cada vez más acentuadas y nos llevarán a un pozo en el que todos perderemos, menos algunos mafiosos que son la excepción. No malgastemos más tiempo en confrontarnos y desechemos de una vez a quienes pretenden en río revuelto quedarse con todos los peces. 

“Esta es la tercera llamada. Repito: tercera y última  llamada” Que las luces no se apaguen sin que estemos sentados y con la mejor disposición de arreglar el país. Nuestros hijos se lo merecen, y nosotros también.


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