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lunes, 2 de noviembre de 2020

El pescado, la caña y otras cosas

Delegamos nuestra responsabilidad y no es necesario asumir nuestro destino, declarar nuestros objetivos ni mucho menos dar la cara

Se usa frecuentemente el proverbio “Dale un pez a un hombre, y comerá hoy. Enséñale a pescar y comerá el resto de su vida”, con la idea de transmitir la mayor rentabilidad al animar a las personas para que puedan obtener, generar o producir por sí mismas lo que necesitan y no depender de lo que otros les den. Una especie de canto al emprendimiento, a la responsabilidad y a tomar el destino en manos propias, más que a esperar continuamente a que alguien les resuelva la vida con dádivas caprichosas o ayuda prolongada. 

El dicho, empleado repetidamente, parece que se obvia para ciertos temas y puntualmente para el de la justicia, en que pareciera no gustarnos eso de qué nos “enseñen a pescar”, y preferimos que nos regalen el peje de cada día. Por varios años, tuvimos una misión de Naciones Unidas en Guatemala, para arreglar supuestamente ciertas cuestiones relacionadas con los acuerdos de paz: policía, ejército, derechos indígenas, desarrollo rural y agrario, justicia, y otras cuestiones contenidas en los mismos. Como no fuimos capaces de avanzar mucho, pedimos que viniera una comisión internacional contra la impunidad, y tuvimos CICIG por más de un decenio. 

En un momento determinado -aunque de forma abrupta- dejamos de contar con esa comisión, algo que debería suceder en algún momento, porque no es admisible ni deseable un tutelaje indefinido. Ahora, incapaces de arreglar la justicia -o mejor, incompetentes y con falta de voluntad para hacerlo- se vuelven a levantar voces pidiendo que regrese el ente internacional o que los Estados Unidos señalen a políticos corruptos que nosotros no somos capaces de enfrentar. Creo que daría más resultado poner una vela a San Judas Tadeo -patrón de las causas imposibles- para solucionar lo que como ciudadanos no queremos, porque no nos da la gana tomar el país en serio y en nuestras manos. De tal cuenta, seguimos mendigando ese pescado, esa ayuda, e imaginando personajes todopoderosos capaces de hacer lo que nosotros no estamos dispuestos: enfrentar a los corruptos, denunciar a los malos jueces o presionar para que haya un sistema de justicia acorde con lo que nos merecemos. 

Invocamos cual espíritus a esos seres, porque son designados mediando un silencioso lobby internacional, y terminan haciendo lo que algunos desean hacer, pero sin llamar la atención. Delegamos nuestra responsabilidad en ellos y no es necesario asumir nuestro destino, declarar nuestros objetivos e ideología ni mucho menos dar la cara. En el fondo nos da pena decir lo que pretendemos hacer y mostrarnos tal como somos, escondiéndonos en el miedo, en “no digas eso que te van a matar” o nos volvemos especialistas en tirar la piedra y esconder la mano, aunque cada vez se nos ve más el plumero. Hipócrita, creo que es la palabra más precisa y contundente para definir nuestra actitud, además de carecer de los bemoles para asumir nuestro destino, a pesar de tantos años de ayuda externa. 

Somos una sociedad mentalmente pobre en el sentido de qué preferimos que otros manejen nuestro futuro porque la mayoría está acomoda comiéndose el pescado que nos regalan en lugar de asumir la responsabilidad de comprar la caña, buscar la carnada, levantarse temprano y correr el riesgo de ir a pescar. No estamos dispuestos a eso porque evidentemente gustamos de mendigar, y parece que continuaremos por mucho tiempo más. Desde 1944 -por lo menos- meten la mano en el país y sonreímos o nos lamentamos según el bando en que estemos, mientras esperamos que la siguiente vez el pescador sea de “los nuestros” ¡Claro que así nos vas!


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